Si intentamos imaginar la vida en un convento femenino de la Edad Moderna, probablemente evoquemos imágenes de clausura, silencio y obediencia. Durante mucho tiempo, se concibió a estas instituciones como espacios estáticos, alejados de los conflictos del mundo exterior, en los que mujeres consagradas a Dios vivían en armonía siguiendo una serie de estrictas reglas espirituales. Sin embargo, las recientes investigaciones históricas demuestran que los claustros podían convertirse en escenarios de tensiones, luchas de poder y auténticas insurrecciones.
El trabajo de Ana M. Sixto Barcia sobre los conventos gallegos entre los siglos XVI y XVIII revela un panorama muy diferente al de esa supuesta calma conventual. Los conventos femeninos operaron como una especie de “república de mujeres” con capacidad de agencia, donde surgieron motines, rebeliones y resistencias frente a los abusos internos y las presiones externas.
Conventos y poder: un microcosmos de tensiones
Los conventos gallegos de la Edad Moderna eran instituciones con un gran peso social y económico. Muchos de ellos poseían amplios patrimonios, tierras, derechos de vasallaje y vínculos estrechos con las principales casas nobiliarias de la región. Ingresar en un convento, por tanto, iba más allá de ser una decisión espiritual. Podía convertirse en un movimiento estratégico de las familias para reforzar sus redes de poder.
En este contexto, la elección de las abadesas y las superioras podía generar rivalidades intensas entre las distintas facciones. Una vez al frente del convento, la abadesa administraba rentas, concedía foros y ejercía una notable influencia política. Por ello, las disputas por el control de estos cargos derivaron en conflictos que, en ocasiones, llegaron a fracturar la vida de las comunidades religiosas.

Conflictos entre linajes y elecciones problemáticas de las abadesas
Un ejemplo paradigmático se produjo en el convento de Santa Clara de Allariz en 1613. La sucesión en el poder de varias candidatas vinculadas a un mismo bando perjudicó a otras facciones y llegó a romper la convivencia interna. El trasfondo de este episodio se encuentra en la rivalidad entre dos grandes casas nobiliarias gallegas: la de Monterrey y la de Lemos. Las tensiones de la nobleza, por tanto, se infiltraban en los muros conventuales y empujaban a las religiosas a conflictos que pocas veces tenían un carácter espiritual.
Algo similar ocurrió en Santa Clara de Monforte en el último tercio del siglo XVII. Allí, la familia fundadora —los condes de Lemos—, apoyándose en su derecho de patronazgo, intervino de forma activa en la vida del convento. Estas injerencias eran frecuentes y, en muchos casos, se aceptaban. Sin embargo, cuando las ambiciones de las familias involucradas resultaban desmedidas, podían estallar las rebeliones.

La rapiña de los patronos y la resistencia conventual
Uno de los apartados más reveladores del estudio de Ana M. Sixto Barcia se centra en el interés depredador de los patronos laicos. Las familias fundadoras o protectoras de los conventos solían reclamar derechos sobre sus bienes y rentas, a menudo en detrimento de las religiosas.
Así sucedió en el convento de la Anunciación de Betanzos en 1774, cuando las monjas denunciaron la apropiación indebida de caudales por parte del patronato Sánchez Boado. La reacción fue contundente. Las religiosas se amotinaron, dejaron de acudir al coro y suspendieron sus deberes litúrgicos como forma de protesta. Es decir, abandonaron sus funciones para visibilizar el abuso.
El pleito llegó hasta el Consejo de Castilla, que tardó más de un siglo en darles la razón. Este episodio refleja cómo los conventos fueron también espacios de resistencia frente a los abusos de poder nobiliario y clerical.

Motines por la gestión de reliquias y símbolos sagrados
Los conflictos no se limitaban a las cuestiones económicas o políticas. En ocasiones, también surgieron disputas en torno a objetos de devoción y reliquias, cuya posesión reforzaba el prestigio del convento.
En Santiago de Compostela, las clarisas se rebelaron contra la orden de Felipe II de trasladar al Escorial una preciada reliquia: un fragmento del cráneo de San Lorenzo. Las monjas protagonizaron una auténtica algarada que se prolongó durante dos décadas. El arzobispo Juan de Sanclemente y Torquemada llegó a amenazarlas con excomunión mayor, pero ellas resistieron hasta que, en 1593, perdieron la reliquia. La defensa de este objeto sagrado muestra cómo las religiosas podían desafiar incluso a la autoridad real en defensa de sus intereses espirituales y comunitarios.
Reformas religiosas y resistencias colectivas
Otro foco de conflictividad fueron las reformas eclesiásticas, especialmente tras el Concilio de Trento. En Galicia, ya a finales del siglo XV, las benedictinas se resistieron a ser trasladadas a Compostela y a perder el control de sus feudos. Las monjas llegaron incluso a enfrentarse armadas a los oficiales que trataban de imponer las nuevas normas.
Durante los siglos XVII y XVIII, otras reformas impulsadas por prelados de carácter rigorista generaron choques similares. En muchos casos, las comunidades se dividieron en bandos rivales, con facciones a favor o en contra de la vida en común. Estos conflictos internos, aunque menos visibles que los pleitos de naturaleza económica, revelan la capacidad de las monjas para organizarse y resistir colectivamente a los cambios que consideraban lesivos.

Estrategias de resistencia y negociación
Los motines conventuales rara vez buscaban una transformación radical. Según concluye la investigación, las insurrecciones pretendían, más bien, preservar el statu quo frente a las intromisiones externas o los abusos internos.
Para ello, las religiosas emplearon diversas estrategias. Recurrieron a los motines, las huelgas de los deberes litúrgicos, los bloqueos económicos, la resistencia pasiva e incluso la búsqueda del apoyo de campesinos y vasallos, en el caso de aquellas comunidades con mayor poder.
Una vez conseguida una negociación favorable o cuando disminuía la presión externa, los conflictos tendían a disolverse. El convento funcionaba así como un microcosmos político en el que se ensayaban formas de protesta y negociación con la autoridad.

Los conventos como espacios de acción
El estudio de Ana M. Sixto Barcia revela un mundo conventual mucho más complejo de lo que sugieren los tópicos. Los claustros femeninos gallegos entre los siglos XVI y XVIII fueron espacios de poder, sociabilidad y también conflicto. Lejos de estar aisladas, las monjas actuaban como agentes políticos, defendían los intereses de sus linajes, se enfrentaban a patronos abusivos, se resistían a las reformas y hasta se rebelaban contra la Corona.
Estas historias de insurrecciones y resistencias ponen de relieve que la clausura femenina se convirtió en un escenario activo de lucha por la autonomía y la dignidad. Con ello, se desmantela la visión idílica de los conventos como ámbitos de quietud y se recupera la memoria de unas mujeres que defendieron sus espacios.
Referencias
Cortesía de Muy Interesante
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