Durante más de un siglo y medio, una de las obras más tempranas y significativas del maestro británico J.M.W. Turner permaneció oculto bajo capas de barniz envejecido, atribuido erróneamente a un artista menor y relegado al anonimato. Hoy, esa pintura olvidada vuelve a ocupar el lugar que merece en la historia del arte europeo. Y lo hace no solo como una pieza revalorizada económicamente, sino como una ventana reveladora a los inicios de un genio del Romanticismo.
Un paisaje borrado por el tiempo
La obra, titulada The Rising Squall, representa una escena dramática en las inmediaciones de Hot Wells, un antiguo balneario junto al río Avon en Bristol. Fue realizada en 1792 por un joven Turner de apenas 17 años, que, ansioso por captar la esencia sublime del paisaje británico, se aventuró al oeste del país durante una gira artística formativa.
Este óleo, lejos de ser una simple muestra de habilidad técnica, revela una personalidad artística en gestación. El adolescente Turner no solo imitaba a sus contemporáneos: los superaba. Mientras otros artistas representaban la naturaleza con serenidad, él optó por el movimiento, la violencia atmosférica y una paleta oscura y emocional que anticipaba su madurez como creador de tormentas pictóricas.
Y, sin embargo, esta obra fundamental estuvo desaparecida más de 150 años. Mal catalogada, confundida con una acuarela y atribuida erróneamente, circuló por colecciones privadas y llegó incluso a Tasmania, donde fue expuesta en 1858 por última vez… hasta ahora.

Un hallazgo fortuito que reescribe una biografía
El redescubrimiento no fue fruto de una investigación planificada, sino de una restauración rutinaria. Durante un proceso de limpieza llevado a cabo el año pasado, emergió una firma apenas perceptible en la esquina inferior del lienzo: J.M.W. Turner. A partir de ese momento, todo cambió.
El lienzo fue sometido a análisis por expertos y cotejado con bocetos y acuarelas del propio artista conservados en la Tate Gallery. La comparación no dejó lugar a dudas: la escena, la técnica y la composición eran inequívocamente de Turner. Lo que durante décadas se creyó una obra menor era, en realidad, su primera pintura al óleo exhibida públicamente.
Este dato es crucial porque rectifica un hito ampliamente aceptado en la historiografía artística: hasta ahora, se pensaba que el primer óleo de Turner expuesto había sido Fishermen at Sea, de 1796. The Rising Squall, exhibido en la Royal Academy tres años antes, demuestra que Turner ya exploraba el óleo con una destreza y ambición sorprendentes a una edad en la que otros apenas comenzaban a copiar moldes.
Técnica revolucionaria y ecos de un maestro francés
La técnica utilizada por Turner en The Rising Squall resulta particularmente innovadora. En lugar de aplicar capas gruesas de pintura, como era común en la época, optó por superponer capas finas y fluidas, muy similares a una acuarela. El resultado es una imagen casi etérea, donde los contornos se diluyen y el dramatismo se potencia por una atmósfera de inestabilidad y movimiento.
Esta elección estilística no fue casual. Por entonces, Turner se encontraba bajo la influencia de Philippe Jacques de Loutherbourg, un artista francés refugiado en Londres que experimentaba con composiciones teatrales y escenarios marinos cargados de tensión. El paralelismo entre The Rising Squall y obras como The Shipwreck de Loutherbourg resulta evidente: ambos comparten la misma energía caótica, la misma humanidad desbordada por la naturaleza.
Sin embargo, Turner no se limitó a imitar. Introdujo una dimensión emocional y psicológica que superaba lo pictórico. En The Rising Squall, un hombre huye del mar embravecido con los brazos abiertos en señal de desesperación. No es solo un recurso compositivo; es una declaración de principios: la naturaleza, para Turner, no era solo bello telón de fondo, sino protagonista activa de la experiencia humana.

Del olvido al protagonismo en plena efeméride
La pintura había desaparecido del radar público tras ser adquirida por el reverendo Robert Nixon, un cliente habitual de la barbería del padre de Turner. Posteriormente, fue heredada por su hijo, quien la llevó consigo hasta Tasmania cuando fue nombrado obispo. A partir de entonces, el rastro se desvaneció, salvo por una fugaz mención en un catálogo de 1864.
El redescubrimiento, justo cuando se conmemoran los 250 años del nacimiento del artista, ha sido recibido con entusiasmo en el mundo académico y artístico. No solo ofrece una nueva pieza para estudiar, sino que obliga a replantear toda la evolución técnica y estilística del joven Turner. Por primera vez, se puede trazar una línea directa desde sus experimentos juveniles hasta las obras maestras de su madurez.
El cuadro será subastado en julio por Sotheby’s con un valor estimado de hasta 400.000 dólares. Pero su verdadero valor es incalculable. Porque no se trata solo de una obra reencontrada: es la llave que abre una nueva lectura del primer Romanticismo británico, de un artista precoz que, antes de ser leyenda, ya luchaba por capturar lo invisible: el viento, la luz, el pavor sagrado de la tormenta.
Cortesía de Muy Interesante
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