Primero fue la aparición de drones de supuesto origen ruso sobrevolando el territorio de Polonia en la noche del 9 al 10 de septiembre. Luego, aviones de guerra rusos que el 19 de septiembre violaban el espacio aéreo de Estonia. Por último, el 25 de septiembre, jets presuntamente rusos en una incursión cerca de Dinamarca. La acusación contra Moscú se convirtió en la excusa perfecta para que el gigante armamentista alemán Rheinmetall procurara reforzar su presencia en la frontera oriental de la OTAN.
Más allá de lo que ocurra próximamente en el frente ucraniano, resulta evidente que el principal interés europeo no se centra en refrenar su impulso bélico por medio de una política de disuasión sino, en todo caso, reforzar las posibilidades de una guerra directa contra Rusia. La industria de la defensa germánica está llamada a cumplir un papel protagónico en este proceso.
Resulta imposible separar el recorrido histórico de Rheinmetall del ascenso industrial de Alemania ocurrido desde fines del siglo XIX pero, más aún, de su decisiva participación en las guerras mundiales del siglo XX. La principal empresa centrada en las políticas de defensa se encuentra indisolublemente unida a las ambiciones imperiales germánicas, así como también a la política de exterminio implementada por el nazismo.
Construida en 1899, Rheinmetall desarrolló un papel importante en la Primera Guerra Mundial, convirtiéndose en uno de los principales productores de artillería bajo el reinado del káiser Guillermo II (1888-1918).
Conocida por aquel entonces como Rheinmetall-Borsig, la empresa obtuvo enormes beneficios bajo la dictadura de Adolf Hitler, y para 1937 ya era el segundo mayor fabricante de armas del Tercer Reich. Su principal planta, ubicada en la pequeña ciudad de Unterluess, en la región de Baja Sajonia, fue rápidamente ampliada, preparando así el terreno para que la corporación se convirtiera en un centro clave destinado a la fabricación de proyectiles una vez comenzada la guerra en 1939.
En total consonancia con las políticas implementadas por el régimen del nazismo, Rheinmetall utilizó trabajadores esclavizados desde las primeras etapas del conflicto, especialmente, prisioneros de guerra y civiles provenientes de Polonia, la Unión Soviética y Francia y, más tarde, también de Italia. A medida que más trabajadores alemanes eran reclutados para el frente, los prisioneros, mayormente mujeres y menores, asumieron la producción de manera intensiva.
En 1944 las SS instalaron en el terreno de la fábrica una sede satélite del campo de exterminio de Bergen-Belsen, donde se internó a varios centenares de mujeres y niñas judías que operaban como obreras bajo condiciones extremas motivadas en la guerra, el hambre y las enfermedades.
Después de 1945, y con la derrota del nazismo, se prohibió la producción de armas a las empresas alemanas. Pero cuando en 1956 se lanzó un nuevo programa de producción de tecnología de defensa, Rheinmetall reanudó la producción de ametralladoras, cañones automáticos y municiones.
En la actualidad, la corporación alemana apunta a convertirse en la columna vertebral de la OTAN en Europa: el canciller Friedrich Merz anunció en su primera declaración de gobierno, el pasado 14 de mayo, su intención de transformar a la Bundeswehr en el ejército más fuerte de Europa.
Según las previsiones de Alemania, en un plazo de cuatro años, Europa debería estar en condiciones de repeler un posible ataque ruso en territorio de la OTAN. Rheinmetall tendrá un papel fundamental al proveer de armamento para lo que se supone será una inexorable guerra de conquista cuya primera etapa está teniendo lugar en Ucrania, pero que tenderá a expandirse a Europa Oriental.
De ahí que el pasado 27 de agosto, el ministro de Defensa Boris Pistorius, junto con el ministro de Finanzas Lars Klingbeil, el secretario general de la OTAN Mark Rutte y el director general de Rheinmetall, Armin Papperger, inauguraron la mayor fábrica de municiones de Europa en Unterluess, el sitio histórico desde donde Rheinmetall se expande hacia todo el mundo.
Pero las ambiciones de esta corporación no se circunscriben únicamente a Alemania: su crecimiento en estos últimos años es resultado de un continente que no pretende ahorrar gastos frente al objetivo de una posible ofensiva total contra Rusia en los próximos tiempos.
Bajo esa impronta, la corporación alemana ha confirmado una nueva planta de municiones en Bulgaria, en tanto que, en Hungría, la fábrica de municiones que comenzó a construirse en 2022 en la actualidad ha debido ser ampliada, con la misión de producir proyectiles y balas de calibre medio y grande.
Como una corporación global, Rheinmetall cuenta con una filial en los Estados Unidos que colabora con algunas de las principales empresas armamentistas de ese país, como Lockheed Martin, especializada en la industria aeroespacial, y la startup Anduril, centrada en diversas aplicaciones en materia de inteligencia artificial. Además cuenta con tres filiales en Italia que, asociadas con la empresa Leonardo, producen transportes de guerra por un valor de más mil millones de dólares al año.
Sin embargo, hoy la gran apuesta estratégica de la industria defensiva alemana es contribuir al fortalecimiento de Ucrania, ya no tan sólo como proveedor de los proyectiles de artillería de 155 mm utilizados en el frente contra Rusia. En 2024, y con la colaboración del gobierno de Volodimir Zelenski, la industria alemana puso en marcha una fábrica de tanques en el sector occidental de ese país, y contempla el próximo año inaugurar una planta de municiones en Kiev.
Para sus directivos, está claro que la guerra en Ucrania es todavía un negocio altamente redituable: desde febrero de 2022, cuando comenzó el conflicto abierto contra Rusia, las acciones de Rheinmetall crecieron casi un 2 mil por ciento. En 2024, la empresa registró ingresos de cerca de 12 mil millones de dólares, un 36 por ciento más que lo recaudado el año anterior. En tanto que para 2025, se espera un aumento adicional del 25 por ciento al 30 por ciento en sus ganancias.
No hay dudas de que la guerra contra Rusia es un negocio altamente redituable, de ganancia veloz y de proporciones gigantescas, más allá de toda catástrofe humanitaria. Sobre todo, si al frente de las inversiones en la principal industria de la defensa alemana se encuentra BlackRock, el principal fondo buitre a nivel mundial.
Desde el siglo XVIII, la geopolítica europea estuvo en gran medida determinada por las tensiones y los conflictos entre Alemania y Rusia. Cuando muchos pensaron que ese nudo gordiano podía finalmente ser desactivado, el conflicto en Ucrania incentivó una renovada política de odio, extrapolada a buena parte de Europa que, tristemente, mantiene sus resonancias con la última guerra mundial. Rheinmetall no es ajena a un clima de época que, ominosamente, parece resurgir desde los peores miedos y desde los recuerdos más trágicos.
Cortesía de Página 12
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