Castellano, catalán, italiano, latín, ucraniano, portugués, árabe, chino, hebreo, francés, alemán, inglés, japonés y siciliano. Catorce idiomas desfilan entremezclados a lo largo de las dieciocho canciones (tres de ellas son bonus tracks que exclusivamente aparecerán en las ediciones físicas en vinilo y CD) de Lux, el cuarto disco de Rosalía, quizás hoy por hoy la más grande estrella mundial de la canción pop de habla hispana.
Pero eso sólo no es lo que impresiona de este álbum, que Clarín pudo escuchar de manera privada en las oficinas de Sony Music, el sello que edita a la catalana.
Hablamos de un registro en el que gente como Björk, la estrella del flamenco Estrella Morente, la Orquesta Sinfónica de Londres, el músico electrónico experimental estadounidense Yves Tumor, la cantautora y actriz española Silvia Pérez Cruz, un coro eclesiástico como la Escolanía de Montserrat y otro laico como el Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana conviven con total y asombrosa naturalidad.
¿Y cuál es el secreto para que esto ocurra, para qué esta obra dividida en cuatro movimientos como si fuese una ópera o una sinfonía posea esta coherencia interna? Nada más y nada menos que Dios. Un Dios como hilo conductor que hizo que, para rendirle honores, en este caso Rosalía abandone el costado latino de Motomami para aventurarse en una música de fuerte raigambre europeo.
O sea: afuera el reggaetón y la bachata; y bienvenidos los arreglos de cuerdas casi wagnerianos y sinfónicos, las voces corales similares a los cantos búlgaros que Kate Bush supo introducir a la música pop y ciertas disonancias épicas y percusiones industriales que bien pueden remitir al Scott Walker de Tilt en adelante (Reliquia, Berghain, Porcelana).
Lo que sí queda es, en algunos momentos, el flamenco, la rumba y las baladas con el piano como tronco de la canción (De madrugá, La rumba del perdón, Sauvignon Blanc).
Y por supuesto su voz, que puede pasar como si nada del cante jondo (Sexo, violencia y llantas) a su natural registro lírico de soprano.
“Quien pudiera vivir entre los dos. Primero amaré al mundo, luego amaré a Dios”. Este verso, de Sexo, violencia y llantas, al inicio de Lux, marca la clave de sus letras.
Puede haber humor (“A mi baby lo voy a stalkear para poderlo enamorar”, en Dios es un stalker, “No soy una santa pero estoy blessed”, en Reliquia), una intro similar a un aviso publicitario con un personaje llamado Robotika como protagonista (Novia robot), intentos de seriedad un poco forzados (“Tu amor será mi capital”, en Sauvignon Blanc) o una Buenos Aires que se cuela en la enumeración de ciudades y situaciones que propone Reliquia.
Pero así como en Sakura, al terminar Motomami, Rosalía se enfrentaba a la finitud de su carrera (“Flor de sakura, flor de sakura, ser una pop star nunca te dura”); el final de Lux es, con Magnolias, directa y explícitamente relacionado con la muerte, con el pedido concreto de que le arrojen esas flores a su ataúd.
Un cierre pum para abajo absoluto para una placa que tendrá defensores acérrimos y detractores ídem, tal como ya se pudo ver en las redes sociales tras la aparición de Berghain, su tema con Björk como invitada.
Lo que unos y otros deberán admitir es la valentía de una figura como Rosalía para facturar un disco como Lux. Un trabajo al que una escucha desatenta le juega a priori en contra, y que genera expectativa para sus presentaciones en vivo. Pero eso, como dice el dicho, es otro cantar.
Cortesía de Clarín
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