¿Sabías que dos reyes de Castilla murieron por tuberculosis? Esta es la historia de Sancho IV y Enrique III

Llama la atención que algunos de los monarcas que tenían el supuesto poder de curar cayesen víctimas de la enfermedad. Les ocurrió a dos reyes castellanos: Sancho IV y Enrique III. La peste negra y la lepra no perdonaron a los miembros de la realeza europea, pero había otras enfermedades terribles circulando por todo el territorio. Una de ellas, la tuberculosis, acabó matando a reyes y reinas que, supuestamente, tenían poderes divinos que les volvían inmunes. Ni las mejores condiciones materiales, sanitarias y nutritivas de las que gozaban les ayudaron a esquivar las infecciones que recorrían el continente.

Conocida a través de la historia como tisis, ‘mal del rey’ o peste blanca (para diferenciarla de la letal peste negra) y considerada una de las primeras afecciones humanas de las que se tiene constancia, la tuberculosis es una enfermedad infecciosa causada por microbacterias, fundamentalmente Mycobacterium tuberculosis, que se sirven de la sangre para infectar el resto del organismo.

Con gran variedad de cuadros clínicos dependiendo del órgano al que afecte, en este concepto se incluyeron otras enfermedades causadas por el mismo microorganismo y que recibieron nombres propios que aún hoy se utilizan, como el mal de Pott o la escrófula.

El ‘mal del rey’

Aunque la expresión ‘mal del rey’ terminó asociada en exclusiva a la escrófula, se había empleado en la Antigüedad y durante parte de la Edad Media para designar otras enfermedades que cambiaban el aspecto del paciente, como la ictericia o la lepra. Isidoro de Sevilla alude en el siglo VII a la ictericia como el ‘mal del rey’, por la creencia de que se curaba fácilmente con vino y comidas dignas de reyes.

Clodoveo I curando a un enfermo de escrófula
Clodoveo I curando a un enfermo de escrófula mediante el ‘toque real’. Foto: Wikimedia Commons.

Fue en el siglo XIII cuando ‘mal del rey’ empezó a designar solo a la escrófula, al creerse que era una enfermedad que el monarca podía sanar poniendo sobre el enfermo su mano con intención curativa, acto que pasó a llamarse ‘toque real’. En un principio, se empleaba para tratar a personas con diversos males, pero terminó circunscribiéndose a la escrófula, quizás por la dificultad de curación de esta por la medicina de la época.

Sancho IV, una muerte que puso en peligro a Castilla

Sancho IV, hijo de Alfonso X el Sabio y apodado el Bravo, padeció escrófula, linfoadenitis, tuberculosis o ‘mal del rey’ –como queramos llamarlo– y falleció por esta causa a punto de cumplir los treinta y siete años, en 1295. Pero el rey castellano ya sabía lo que era tener problemas graves de salud. Según la Crónica de Alfonso X, un año antes de la muerte de su padre, es decir, en 1283, el futuro Sancho IV estuvo gravemente enfermo, hasta el punto de que “fue desafuciado de los físicos”. También en la Crónica de Sancho IV se dice que estuvo grave en 1290 por unas fiebres cuartanas y “llegó a punto de muerte e fue desamparado de los físicos por muerto”. En estos casos se recuperó, pero no así en 1295.

Sancho IV el Bravo, rey de Castilla
Sancho IV el Bravo (1258-1295), rey de Castilla. Foto: Álbum.

De la información proporcionada por algunos contemporáneos, se deduce que fue víctima de tuberculosis. Si bien en la Crónica de Sancho IV solo se alude a una “dolencia grande” que llevó al monarca a ordenar su testamento en enero de 1295, don Juan Manuel describe algo más grave en el Libro de las armas o de las tres razones. Allí cuenta que en una visita que hizo al rey en diciembre de 1294, en Madrid, le encontró “muy maltrecho en su cama”. Y añade: “Tomó una tos tan fuerte, non podiendo echar aquello que arrancava de los pechos, que bien otras dos vezes lo tobiemos por muerto”.

En lo que coinciden las crónicas es en que la salud de Sancho IV empeoró en sus últimos meses de vida y, consciente de que la muerte estaba próxima, hizo testamento. Dejó a su esposa María de Molina como tutora del hijo de ambos, el futuro Fernando IV, y a Castilla en una situación de inseguridad política causada por el poder de la nobleza.

Ya en su día Sancho había llegado al trono por el rechazo de un sector de la alta sociedad castellana a la política de su padre, Alfonso X. La nobleza se rebeló y llegó a desposeer al rey de sus poderes, aunque no del título (1282). Alfonso maldijo a su hijo, a quien desheredó, y ayudado por sus antiguos enemigos los benimerines empezó a recuperar su posición, pero el Sabio murió en 1284 y Sancho se alzó como rey sin respetar la voluntad de su padre. Fue coronado en Toledo el 30 de abril de 1284, pero durante todo su reinado hubo luchas internas. Ahora, en 1295, moría dejando a su hijo de nueve años como heredero, también de todas aquellas disputas y rivalidades.

Alfonso X el Sabio
Estatua de Alfonso X de Castilla ubicada en la escalinata de la Biblioteca Nacional (Madrid). Fue realizada por José Alcoverro en 1892. Foto: ASC.

María de Molina hubo de ejercer de regente y no lo tuvo fácil; tampoco los comienzos de su matrimonio lo fueron. Era tía de Sancho y la Iglesia no había aceptado el enlace por dicho vínculo de consanguinidad y porque existían unos esponsales previos del entonces infante con una rica heredera catalana. Así pues, el matrimonio al principio fue considerado nulo, y los hijos nacidos de él, ilegítimos. Por esta causa, la reina hubo de afrontar numerosos problemas para conseguir que su hijo Fernando permaneciera en el trono.

Sus enemigos creyeron que sería fácil arrebatar el reino a una mujer y un niño, pero resultó ser más fuerte y lista de lo que imaginaban. Se enfrentó a la sublevación de la nobleza, a la polémica provocada por la proclamación de su hijo, a su enemistad con Jaime II de Aragón y al problema de Portugal, que pretendía aprovechar la inestabilidad para sacar beneficio.

Pese a todo, su capacidad quedó más que probada, se ganó el respeto de todos y logró la estabilidad dinástica. Cuando su hijo llegó a la mayoría de edad y reinó en Castilla como Fernando IV (entre 1295 y 1312), María mantuvo su influencia, dado que el joven rey no resultó ser muy hábil en asuntos políticos. Incluso cuando Fernando murió, solventó el enfrentamiento por la custodia de su nieto, Alfonso XI.

La Jura de Fernando IV
María de Molina presenta a su hijo Fernando IV en las Cortes de Valladolid de 1295 (1863). Antonio Gisbert Pérez pintó este cuadro para el Salón de Sesiones del Congreso de los Diputados, donde se expone en la actualidad. Foto: ASC.

Enrique III, el otro rey castellano tuberculoso

Un siglo después de Sancho IV, otro rey de Castilla, Enrique III, también sufriría la infección. A este monarca le llamaban el Doliente por su precaria salud, que empezó a deteriorarse a los dieciocho años. Un coetáneo suyo, el historiador Fernán Pérez de Guzmán, contó que “tuvo muchas y grandes enfermedades que dañaron y enflaquecieron su cuerpo, que le afearon el semblante”. Le administraron muchos remedios y lo trataron muchos médicos sin que ninguno dejase un diagnóstico claro.

Enrique III, rey de Castilla
Retrato del rey de Castilla Enrique III (1379-1406). Foto: Álbum.

Pese a que las crónicas no mencionan la tuberculosis (al contrario que en el caso de Sancho), su debilidad física invita a pensar que fue esa enfermedad la que lo mató en 1406, con veintisiete años. Así lo indicarían, aparte de su fallecimiento prematuro, su delgadez, su mal color, su debilidad y su carácter melancólico e irritable.

Cortesía de Muy Interesante



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