¿Será viable el SAF en México?

El transporte aéreo enfrenta uno de los mayores retos de su historia: lograr su sostenibilidad en un mundo que exige con urgencia reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Aunque el sector representa alrededor del 3% de las emisiones globales, su simbolismo como actividad intensiva en consumo de combustibles fósiles lo coloca bajo el escrutinio social, político y regulatorio.

En este contexto, el desarrollo de combustibles sostenibles de aviación (SAF) constituye la herramienta más viable para que la aviación reduzca su huella de carbono en las próximas décadas, mientras que la tecnología eléctrica y de hidrógeno sigue en fases incipientes de desarrollo.

Aunque existen planes más avanzados en algunas economías, la experiencia mexicana resulta relevante porque se ha planteado una hoja de ruta nacional que busca sentar las bases de una industria de SAF capaz de responder a los compromisos internacionales y a la necesidad de mantener competitiva a la aviación del país.

México ha avanzado en la construcción de esta estrategia mediante la organización de mesas técnicas encabezadas por Aeropuertos y Servicios Auxiliares (ASA) y la Agencia Federal de Aviación Civil (AFAC), con la participación de actores clave como la Secretaría de Energía, la Secretaría de Medio Ambiente, Petróleos Mexicanos y el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático, además de aerolíneas, organismos internacionales y la industria azucarera.

Este ejercicio multisectorial refleja la complejidad del reto: no basta con la voluntad de las aerolíneas, es indispensable articular políticas públicas, marcos regulatorios claros, incentivos económicos y mecanismos de financiamiento que hagan viable la producción y comercialización del SAF.

No es un asunto de discurso ambientalista, sino de viabilidad técnica y económica para sostener una industria que, por su naturaleza, depende de la integración global y de reglas internacionales uniformes.

El compromiso con la sostenibilidad aérea se enlaza con los objetivos de la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), que ha fijado la meta de alcanzar emisiones netas cero para 2050. Para México, participar en esa agenda implica no solo cumplir con una obligación internacional, sino proteger la competitividad de su conectividad aérea.

Una aviación que no se adapte a las exigencias de reducción de emisiones corre el riesgo de quedar marginada en mercados que empezarán a exigir pruebas del uso de combustibles sostenibles o del cumplimiento de compromisos climáticos. La transición hacia el SAF no es solo ambiental, sino estratégica: se trata de garantizar el futuro de la conectividad aérea, del turismo, del comercio y de la inversión extranjera.

El reto principal sigue siendo la disponibilidad de insumos y los costos de producción. El SAF es todavía más caro que la turbosina convencional, y su escalamiento depende de crear cadenas de suministro seguras, diversificadas y sustentables.

México tiene ventajas potenciales en este campo: disponibilidad de materias primas agrícolas, residuos forestales, cultivos energéticos e incluso alternativas innovadoras como el aprovechamiento del sargazo, pese a que hay pocas esperanzas en ese tema. Transformar esas posibilidades en proyectos concretos requiere voluntad política, colaboración empresarial y una visión de largo plazo que no se detenga en los ciclos sexenales.

La hoja de ruta nacional representa un paso significativo, pero debe traducirse en resultados tangibles. La sostenibilidad del transporte aéreo es indispensable para que la aviación siga siendo motor de desarrollo.

Cortesía de El Economista



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