Siempre hay otros: entre la decadencia y la bohemia de este siglo

“Como no tenemos tiempo ni calma para reflexionar, ya no valoramos las opiniones diferentes; simplemente las odiamos”, Friedrich Nietzsche

Insatisfechos vamos a estar siempre, efectivamente es parte de la razón de cada existencia, en menor o mayor grado, sin olor a perfume barato o flores nocturnas; la revolución nos dejó enseñanzas a su lectura, el pasado lastimoso de este país, al parecer no fue suficiente para fijar las bases del modernismo.

Y es que en la educación pública radica la pluralidad del pensamiento, o al menos eso pensábamos cuando fuimos a una secundaria en mi pueblo y a una preparatoria con el sistema de ciencias y humanidades al sur de la Ciudad de México a finales de los años setentas, con un examen más exigente para ingresar a la UNAM.

Hoy no somos diferentes, ni en el liberalismo de aceptar la realidad, ni en las contradicciones del que se hace del poder, y radicaliza los temas fundamentales en un México dividido, fragmentado por el crimen organizado este sí; no hay nada que festejar, pero tampoco calumniar, menos insultar y acusar en discursos llenos de odio, la falta de respuestas a la inseguridad social.

Desde fuera nos duele más, porque hemos sido testigos hace poco más de un mes, de pequeños que van solos a la escuela primaria, en sus patinetas o bicicletas, y así regresan a casa, con la total seguridad, de ida y vuelta las de dos ruedas tienen un carril preferente arriba de las banquetas; los peatones de otro color el adocreto; una maravilla.

Pero esto es una pequeña dosis de sobresaltos cuando lo recuerdo, el cruce de los semáforos en el respeto total al peatón y al que cruce en su bicicletas, separados desde luego, sin tantas marcas blancas con pintura, se llama educación, otra cultura en la enseñanza desde la niñez, crecen con aprendizajes de un primer mundo que no me sorprendió, pero que me enseñó lo lejos que estamos de ellos.

Dos guerras mundiales, la unión de lo que fueron por décadas dos países, el reconocimiento a los caídos en batallas, la separación de los residuos en hasta tres diferentes contenedores, es solo un bocado de ansiedad ante mi inusitada ocurrencia de casi tomar foto a esto y a aquello; los celulares en las mesas y sin voltear a mirar, podíamos pararnos por otro café, sin el temor a no encontrarlo al regreso.

Bien decían mis padres que los viajes ilustran, enseñan lecciones o reafirman el camino correcto; en contraste, tenemos la maldad amorfa, que incide en el ánimo de quien no quiere mirar más allá de un par de puertas, y es ridículo querer interpretar las normas, calumnias y mentiras sin razón de ser, no nos doblegamos ante lo inaudito, pero lo negativo de lo cotidiano, hace ya algún tiempo, debe servirnos para no confiarnos, la sonrisa forzada no es más que el ridículo de la ignorancia de quien ni siquiera lee, para verter una opinión con un sustento creíble.

Vamos dando espacios a ese necesario análisis de hacia dónde vamos, lo que no dejamos de creer, de pensar, aquello que está lejos de dejar de ilusionarnos, una transformación que debe tener el origen en el compromiso con el pensamiento y en concordancia con la educación, en todos los sentidos y en todos los niveles, la exigencia es para este presente violento, no solo somos números desatendidos, somos seres vivos en una situación de alboroto que huele a muerte.

Entre líneas

Hay que estar más horas despiertos del todo, soñar hasta con los ojos bien abiertos, porque el disfraz bien sabemos no hace al monje, pero el reclamo no está lejos de la vanidad, ni la voz endulza la mentira.

Cortesía de El Economista



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