Sin protocolo ante la Generación Z


Una de las dos marchas de la llamada Generación Z en Guadalajara terminó con una refriega violenta de tres horas que se agravó por las deficiencias y abusos del operativo policial.

El sábado hubo dos protestas. La de la mañana fue pacífica y asistieron unas 20 mil personas, sobre todo, adultos y adultos mayores. La movilización terminó en Casa Jalisco con la exigencia de más seguridad tras el asesinato de Carlos Manzo, alcalde de Uruapan.

Otra marcha salió a las cuatro de la tarde de La Minerva rumbo a Palacio de Gobierno. En esta había sólo jóvenes, varios encapuchados. Eran poco menos de un centenar.

Para reconstruir lo sucedido hablé con reporteros que cubrieron el evento y revisé más de dos horas de transmisiones en vivo.
Los manifestantes llegaron pasadas las cuatro de la tarde y comenzaron a vandalizar el edificio.

Tomaron por asalto el Palacio de Gobierno, saquearon oficinas y archivos, desmontaron e incendiaron una puerta y apedrearon ventanas. Eran repelidos sin éxito con chorros de agua desde el interior.

Durante más de una hora los manifestantes atacaron con piedras, martillos, bombas molotov, petardos y tubos sin que pudieran hacer nada los custodios del inmueble.

Hasta que llegaron los antimotines de la policía estatal. Sin embargo, la refriega violenta continuó.  

La barrera policial pronto se rompió y a la fuerza bruta respondieron con más fuerza bruta. Es elocuente el video de un oficial con un tubo amenazante y gritando fuera de sí.

Luego, uno de los elementos disparó repetidamente un lanzagases hacia la zona donde se replegaban los manifestantes, en medio de personas que realizaban compras por el Buen Fin. Los policías también respondieron aventando piedras.

Los manifestantes se replegaban, ganaban terreno frente a los antimotines, y viceversa. Así dos horas.

En uno de los repliegues policiales, ya caída la noche, los jóvenes encapuchados destrozaron a martillazos los vidrios de la estación Centro de la Línea 3 y el elevador (algo que un operativo de resguardo a tiempo pudo evitar).

Los manifestantes usaron una barra de acero, al parecer sacada de las obras de Plaza Liberación, para extraer los adoquines y lanzarlos contra los agentes.  

Varias veces los oficiales rompieron filas y corrieron contra los manifestantes en una especie de cacería repentina con alto grado de riesgo de confundir a los paseantes que observaban muy de cerca y jamás fueron retirados.

Uno de los detenidos fue Ángel Yael Andrade Hernández que tenía el torso desnudo y cargaba a su bebé. Entre gritos, su esposa aseguró que su esposo se había quitado la camisa para cubrir a la niña del gas lacrimógeno, y que sólo habían acudido de compras.

Familiares de detenidos denunciaron en redes detenciones ilegales de jóvenes trabajadores de la zona Centro y estudiantes.

En cuatro ocasiones los videos muestran cómo los oficiales machacan a golpes al detenido y luego se lo llevan.

El Gobierno de Jalisco informó el sábado de 47 detenidos, algunos “provenientes de la Ciudad de México, Guanajuato y Michoacán”.

El comunicado oficial sostuvo que se respetaron los derechos humanos y se aplicaron los “protocolos correspondientes”. Sin embargo, la evidencia y los testimonios ponen en duda tales afirmaciones.

Hubo saldo blanco, pero el uso desproporcionado de fuerza, la improvisación policial y la vulneración de derechos son una molotov más peligrosa.

Esta protesta, la más agresiva en los últimos años, exhibió que la policía estatal no está preparada para responder a una escalada violenta sin poner en riesgo a manifestantes y ciudadanos. Debe revisarse a fondo la actuación del operativo o las próximas pérdidas no serán solamente materiales.

Cortesía de El Informador



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