Antes de que el Bugatti W16 Mistral llegue a manos de algún coleccionista, el vehículo debe recorrer al menos 400 kilómetros bajo una evaluación extrema. No cualquier persona puede encargarse de ese trayecto. Solo existen tres individuos en el mundo autorizados para conducirlo en esa etapa crítica. Son los pilotos de pruebas oficiales de Bugatti, entrenados durante años para detectar anomalías imposibles de percibir por cualquier conductor promedio.
Su trabajo no es conducir rápido, sino analizar con obsesiva precisión cada sonido, vibración o comportamiento del auto, sin importar lo pequeño que parezca. El proceso de validación se lleva a cabo sobre caminos reales en Francia. La ruta arranca en la campiña alsaciana y se extiende por carreteras, pueblos empedrados, montañas y calles estrechas.
Cada superficie aporta algo distinto. El pavimento desgastado revela cómo se comporta el chasis. Las curvas cerradas de montaña ponen a prueba la tracción y la respuesta del volante. En la autopista, el objetivo es alcanzar velocidades cercanas a los 300 kilómetros por hora para examinar los sistemas de estabilidad, frenos y aerodinámica. En cada tramo, el piloto lleva un dictáfono con el que graba sus observaciones en tiempo real.
Existen tres individuos en el mundo autorizados para conducir el Bugatti W16 Mistral en esa etapa crítica.
Lo más interesante ocurre cuando el Mistral circula con el techo desmontado. Solo en ese modo es posible liberar todo el potencial del motor W16. La mecánica empuja con 1,600 caballos de fuerza asistidos por cuatro turbocargadores. La velocidad máxima supera los 420 kilómetros por hora. En ese punto, el habitáculo abierto se transforma en un túnel acústico donde la firma sonora del escape se convierte en parte de la prueba. Incluso el eco contra las paredes de piedra sirve para afinar detalles. Si un sonido no se escucha como debe, el auto regresa al taller.
Cada Bugatti pasa por este proceso una y otra vez hasta que alcanza la perfección. Si algún detalle requiere ajuste, se desmonta la pieza, se corrige y se vuelve a probar. Algunos ejemplares necesitan dos o tres ciclos completos de evaluación. No se trata solo de mecánica. También se verifica la firmeza de los asientos, precisión de los mandos, aislamiento acústico, respuesta de la transmisión y comportamiento del techo a alta velocidad. Nada queda al azar. Ni siquiera los sensores de las llantas, que deben registrar datos precisos en todo momento.

Bugatti W16 Mistral.
En la recta final del programa, el Mistral se traslada a un aeródromo privado en Colmar. Ahí se realizan pruebas de emergencia, como frenadas a más de 300 kilómetros por hora o la activación del control electrónico de estabilidad en condiciones límite. Todo queda registrado por sistemas de telemetría que complementan el análisis sensorial de los pilotos. Solo cuando el coche supera esta serie de exámenes rigurosos, Bugatti lo autoriza para ser entregado. Para quien lo recibe, se trata del comienzo de una experiencia exclusiva. Para quienes lo probaron, es el final de una obra de ingeniería que no admite errores.
Cortesía de Xataka
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