
En un mundo dividido por intereses político-económicos que fomentan ideologías extremistas, es importante mirar hacia las “periferias”. Conviene también cuestionar el concepto de identidades únicas, homogéneas, que se resume en etiquetas que ocultan la complejidad del ser y reducen al “otro/a” a una identidad única, estigmatizada, excluida como “peligrosa”, “enemiga” por el color de piel, la religión o la pertenencia a una comunidad que nos resulta ajena y en realidad desconocemos.
Este año el jurado del Premio FIL en Literaturas en Lenguas Romances 2025, que otorgó este reconocimiento al escritor libano-francés Amin Maalouf, incluyó por primera vez a representantes de las literaturas romances de África, Francisco Noa y Alain Mabanckou. Así, amplió la visión de la literatura actual, ya enriquecida en 2024 por el premio a Mía Couto, autor mozambiqueño cuya obra trata de conflictos políticos y vivencias personales que permiten reflexionar sobre problemas globales como la violencia que lacera a millones de personas.
Noa es crítico literario mozambiqueño, ensayista, autor de libros y artículos sobre identidad cultural, colonialidad, transnacionalidad, desde la literatura. Profesor en Mozambique y otros países, fue rector de la Universidad de Lurio y es integrante extranjero correspondiente de la Academia de Ciencias de Lisboa. En entrevista, habló de la situación en su país y en el mundo y del significado del premio a Maalouf en un planeta fragmentado por guerras y desigualdades.
Al hablar del mundo desde Mozambique, explica que aunque cada quien ve su país como “centro del mundo”, estar lejos de los centros de poder global implica estar “en las periferias”. Los mozambiqueños buscan “autonomía política, intelectual para decidir lo que necesitamos en nuestro país”, pero su situación es compleja pues las grandes perturbaciones del mundo repercuten en Mozambique (y África) en “fragilidades cada vez más grandes, lo que nos coloca en una situación de precariedad individual y colectiva”.
Acerca de la violencia en Mozambique, alude a un proceso de degradación social local y global: “el pueblo mozambiqueño funciona como termoacumulador: vamos acumulando frustraciones, indignaciones y revueltas. Cuando se rebasan todos los límites, todo eso estalla”. Se refiere, por ejemplo, a “las irregularidades flagrantes en los procesos electorales que, en África son performances” para mantener en el poder a regímenes autoritarios. Recuerda que en África subsahariana 70% de la población tiene menos de 25 años. Muchos de estos jóvenes están inconformes, “tienen poco conocimiento pero mucha información, a través de las redes sociales” y, ante situaciones para ellos inaceptables, “encuentran formas de manifestarlo porque las instituciones políticas, culturales, no funcionan”. “La violencia entonces se da como efecto”.
Desde su perspectiva, vivimos en “una contemporaneidad dolorosa, transgresiva, muy inquietante por la acumulación de tensiones, incertidumbre, desorientación cada vez mayor”, donde crece “la intolerancia en todos los niveles – racial, política, cultural. Estamos en una situación de violencia concentrada y muchas veces explícita”. Así, lo que sucede “en África, Europa, Ucrania, Palestina… resulta de la acumulación de violencia que estaba latente”. Lo que propicia esta peligrosa situación es “la ausencia de una pedagogía de la diferencia” que permita convivir con “los otros/as”, dejar de ver las diferencias como defecto”.
En este contexto, dice, Amin Maalouf es una voz imprescindible, cuya obra se contrapone “a toda esta agresividad, a este desvarío”. Ante la “deriva global en que asistimos a situaciones provocadas por la negación del otro”, Maalouf nos muestra que “si sólo nos miramos el ombligo, no vemos lo que el otro puede representar en nuestra vida”, no reconocemos que “tenemos una responsabilidad ética en relación con el otro”. Al mostrarnos que “el cruce de culturas diferentes, que la diversidad es nuestra mayor riqueza como humanidad”, la obra de Maalouf va “a contracorriente de lo que está mal, de lo destructivo, de lo que pasa en nuestro mundo”. Si no reconocemos la riqueza de la diversidad y negamos al otro/a, afirma, “aniquilamos nuestra historia y sobre todo nuestra condición como seres humanos”.
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Cortesía de El Economista
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