
El viernes 4 de julio fui a la primera protesta anti-gentrificación de la Ciudad de México que convocó el Frente Anti Gentrificación Mx en el Foro Lindbergh de la colonia Condesa, el punto de encuentro me pareció muy simbólico, además de céntrico y con el espacio necesario para reunirnos y ser escuchadas. El lema del flyer, decía: “Gentrificación no es progreso, es despojo”, e invitaba a los asistentes a llevar sus carteles, pancartas y stickers.
La primera vez que recuerdo haber prestado atención al término Gentrificación fue en el fotolibro de Livia Radwanski, Mérida 90 (Tumbona/Conaculta, 2012). Hace más de diez años de eso y lo que documentó Livia con la expropiación del edificio América es ya uno de los primeros registros fotográficos que anticiparon lo que estaba por venir y presagió la cancunización de las calles de las colonias más céntricas de la Ciudad de México que ahora mismo pasan por un imparable proceso de sobreexplotación, algunas ya convertidas en corredores turísticos sin identidad, en no lugares, como las llamaría el antropólogo francés Marc Augé.
No sé si Leonardo Zuckermann, que se autopercibe como un condechi emérito, nunca ha pasado por la cada vez más decadente calle Tamaulipas, atiborrada de bares y restaurantes de alitas, nachos, bagels, hamburguesas y cinnamon rolls, algunos lugares se salvan, pero lo que predomina son este tipo de establecimientos con mala música a todo volumen y gringos gritones en chanclas y bermudas; lo mismo pasa en la calle Michoacán, con sendos cafés y restaurantes de franquicia con menús de comida de Super Bowl. Así que no, la Condesa no está mejor que nunca. Tampoco lo están la Roma, ni la Juárez, o la Narvarte; y la Doctores, la San Rafael o la Santa María van que vuelan para convertirse en Food Courts.
No me entretendré en el “vandalismo” que escandalizó a algunos, porque no me indigna ni tantito que hayan roto los vidrios de unos cuantos establecimientos prohibitivos para la mayoría, y porque si en algo gastan los propietarios de esos restaurantes es en asegurar sus locales, tan es así que al otro día ya estaban reparándolos (habría que preguntar a Terror Restaurantes si también tienen asegurados a sus trabajadores).
Sobre eso se ha hablado mucho, los hombres y mujeres racistas y clasistas que están muy cómodos y contentas viviendo en su apartheid no se han contenido; en cambio, de lo que sí quiero hablar es de las y los asistentes al mitin, y quiero reconocerles y agradecerles por organizarse, por haber llevado esta problemática a todos los medios del país y con resonancia internacional, por haberse puesto de acuerdo con sus amistades y asistir en grupo; por haber pensado en las consignas, por escribirlas en las pancartas con esas hermosas y originales tipografías: “La gentrificación no es progreso, es despojo”; por sus stickers: “Nos desplazaron con renta, regresamos en micro”, “No aprendemos inglés pa’ servirles”; por venir a una colonia cuyos habitantes no les quieren: “Welcome to Condesa – No se aceptan mexas”; por reclamar su derecho a vivir y a habitar la ciudad: “Vivienda primero, para el pueblo obrero”; por su sentido del humor: “Si mis ancestros te conocieran, te harían pozole por invasor”; por reclamar una habitación propia para el goce: “Todos merecen tener lugar pa’ coger! Vivienda asequible (sic.) y social ahora!”; por su marxismo; por vestir tan cool y tener cada quien su propio estilo; por mostrarme que la verdadera contracultura no se está gestando en la Roma ni en la Condesa, sino en Iztapalapa, la GAM, Ecatepec y Neza; por haber poblado las calles de estas colonias con su guapura, que pasa desapercibida detrás de los mostradores de los cafés de especialidad; verlos, vernos ahí reunidos me conmovió profundamente.
Hace poco más de una semana de la protesta anti-gentrificación que devino en marcha y no me sorprenden los mensajes que aún inundan las redes y que reflejan el pensamiento tan abiertamente segregacionista de algunos vecinos de estas colonias ahora habitadas por clasemedieros con aspiraciones burguesas que no son originarios de la colonia, pero que llegar a vivir ahí ha sido uno de sus mayores logros en la vida, porque por fin forman parte de la pequeña burguesía mexicana.
Ideológicamente, la colonia Condesa cada vez más se parece a la Colonia del Valle, solo hay que ver el resultado de las actas electorales para saber cómo se posicionan políticamente; pero los espacios públicos son de todos los mexicanos y nos seguirán viendo por ahí, aunque les dé asquito y prefieran rodearse de otro fenotipo; ese sentimiento de inferioridad es completamente suyo, las nuevas generaciones están orgullosas de su ascendencia indígena y que les (nos) llamen indios, ya no es ningún insulto, por el contrario, es una distinción de raza, es el reconocimiento de un linaje ancestral al que pertenecemos y una forma de honrar a nuestros antepasados.
Lamento también, pero me alarma más, la persecución y hostigamiento que han sufrido algunas y algunos asistentes a la marcha, una de ellas es la ilustradora @chica_grafito que llevó a la marcha posters y stickers del cártel que diseñó, y que ahora conservaré como un objeto coleccionable, cuya consigna dice: “Sacrifica un gringo”, bueno, hay que tener no solo sentido del humor, también inteligencia y tantita perspectiva histórica para distinguir entre el sarcasmo y la apología a cometer un sacrificio de verdad; pero lo que en realidad me preocupa es que no haría falta in sistema sofisticado de inteligencia para identificar a los disidentes por un gobierno represor, porque se ve que hay gente que ni te conoce que estaría dispuesta a hacer el trabajo sucio y entregarte.
“No es una revuelta, es una revolución” o “Prohibido prohibir” fueron algunas de las consignas que trascendieron al Mayó Francés de los años sesenta. Yo propago las que leí en la primera protesta anti-gentrificación en la Ciudad de México porque estoy segura de que pese al descrédito, se replicarán en las próximas marchas y permanecerán como lemas de una juventud mexicana que pide lo imposible.
Cortesía de El Informador
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