El próximo 30 de octubre, Donald Trump (foto) se reunirá con Xi Jinping en Corea del Sur para negociar o darle continuidad a la guerra comercial, declarada por el primero, apenas accedió a su segundo mandato el 20 de enero de 2025. Luego de una seguidilla de amenazas e imposiciones arancelarias, dispuestas por Washington, la República Popular de China respondió en abril con una de sus fortalezas productivas más estratégicas, la suspensión de las exportaciones de Elementos de Tierras Raras (ETS) hacia Estados Unidos. El juego transaccional utilizado por el rubicundo magnate para debilitar a Beijín ha sido un fiasco. El mandatario chino ha puesto en evidencia que maneja, con mayor equilibrio que Trump, el “dominio escalatorio“, consistente en la “habilidad de incrementar un conflicto con el objeto de atemorizar al contendiente, invitándolo a que desescale el mismo”.
El escarceo geopolítico ha puesto en evidencia la fortaleza china, obligando a trastrabillar al mandatario megalómano: su soberbia, articulada con su dubitación permanente, ha hecho que se traduzca al chino la sigla TACO, sigla en inglés que describe al mandatario estadounidense como un sujeto que siempre termina acobardándose. Cuando China impuso limitaciones a las exportaciones de ETS, Trump advirtió que impondría un cien por ciento de aranceles a los productos chinos. Tiempo después se vio obligado a desdecirse. Las continuas contradicciones han mostrado la debilidad de Washington. Sus amenazas han inflacionado. Cada vez tienen menor valor en el mercado de los intercambios geopolíticos. Dado ese déficit, la nueva estrategia de Occidente consiste en acusar a Beijing de imponer prácticas monopólicas en relación a las cadenas de suministro de los ETR. Si no alcanza la prepotencia imperial, bien vale combinarla con la autovictimización, útil para demonizar a China.
Los 17 componentes agrupados en ETR, sumados a los minerales críticos (Litio, Vanadio, Cobalto, Galio, Níquel y Platino), se han convertido, en las tres últimas décadas, en recursos estratégicos imprescindibles para (a) el cambio de la matriz productiva; (b) la nueva aparatología bélica; (c) turbinas eólicas marinas para la generación de electricidad; (d) los módulos satelitales; (e) materiales básicos necesarios para la transición energética, sobre todo para la energía solar y eólica; y (f) componentes para robótica. Esos insumos son esenciales para la fabricación de aviones de combate, misiles y drones, láseres de artillería, vehículos eléctricos, centrales nucleares, microprocesadores y pantallas de televisores. Las reservas conocidas de ETR ascienden a 120 millones de toneladas métricas. De este total, Beijing cuenta con 44 millones. Los restantes países que poseen importantes reservas son Vietnam, Rusia y Brasil. Todos, curiosamente, integrantes de los BRICS+.
La República Popular extrae, anualmente, el setenta por ciento de todos los ETR, a nivel global. Pero, además, efectúa el procesamiento químico para el 90 por ciento de todo el suministro mundial, dado que cuenta con las plantas más modernas de depuración. Siete de los componentes de los ETR (disprosio, gadolinio, lutecio, samario, escandio, terbio e itrio) son insustituibles –en la actualidad– para la producción de los caza estadounidenses F-35. Uno de esos aviones requiere, para su ensamblaje, alrededor de 400 kg de tierras raras, fundamentalmente uno de ellos, el samario. Un submarino nuclear, clase Virginia, requiere más de 4.000 kg de esos mismos insumos. La segunda semana de octubre, la planta de Ford de Chicago cerró temporalmente su fábrica de vehículos utilitarios deportivos Ford Explorer por falta de imanes elaborados sobre la base de ETR. Según el consultor de la industria automotriz estadounidense, Michael Dunne, el cuello de botella de los ETR puede paralizar la industria de su país. Según funcionarios contactados por el New York Times, la decisión de límite a las exportaciones de ETR es semejante –por su gravedad– al ataque japonés a Pearl Harbor en diciembre de 1941.
Una semana atrás, Washington anunció un acuerdo estratégico con Australia para emplazar plantas de suministros de ETR. Sin embargo, Abigail Hunter, directora ejecutiva del Secureing America’s Future Energy –una organización ligada al Pentágono– señaló que “tomará mucho tiempo para que Estados Unidos desarrolle una cadena de suministro alternativa”. Además, los saberes necesarios para dominar el proceso productivo no se obtienen de forma inmediata. Desde 2010, Estados Unidos y Europa han intentado configurar sus propias cadenas y se han enfrentado con problemas de escala y de brechas de conocimiento. China cuenta con 39 Centros de Altos Estudios y universidades con programas orientados exclusivamente al manejo de los ETR, mientras que Estados Unidos no tiene ninguno.
Otro de los desafíos que enfrenta el megalómano de la Casa Blanca es el que remite a las plantas nucleares, que utilizan como combustible básico el uranio, detectable, en forma habitual, en los yacimientos de tierras raras. Beijing ha construido en el último lustro el primer reactor de cuarta generación del mundo, la central de Shidaowan, en la provincia de Shandong, que entró en operación comercial en diciembre de 2023. China erige reactores en solo cinco años, duplicando la velocidad con que las naciones occidentales las construyen. Según un informe difundido por el New York Times, la investigación nuclear china se encuentra adelantada 10 o 15 años respecto a la estadounidense. Empresas con sede administrativa en Shanghái han sido responsables de la construcción de seis reactores en Pakistán y tienen planes de más exportaciones. La característica de estas ventas es que habilitan lazos de seguridad común y comprometen alianzas geopolíticas duraderas. Justo lo que Washington busca impedir.
La lógica supremacista de Occidente nunca ha aceptado una relación de intercambio horizontal y respetuoso con países soberanos ajenos a la brújula eurocentrista. Su inercia neocolonial tiende a considerar a los recursos naturales planetarios como propios. En nombre de ese derecho adquirido a fuerza de invasiones, piratería y despojo han exterminado poblaciones, arrasado tierras y saqueado a sus nativos. Sus acciones siempre han estado conducidas por los principios de la sacrosanta civilización y el progreso que deviene de ella. El latrocinio en las colonias españolas y portuguesas; el genocidio en el Congo por parte de los belgas; las masacres de los hereros y nama ejecutadas por los alemanes; la expoliación de la producción agroganadera argentina por parte del Reino Unido; las andanzas criminales de la CIA para defender a la United Fruit Company en Centroamérica y el Caribe; y las guerras petroleras impulsadas por Washington, son los antecedentes de la actual desesperación estadounidense por acceder a aquellos recursos que China no le permite depredar, como acostumbra a hacerlo en una gran parte del mundo. El TACO de Trump exhibe, en la actualidad, tierra en su rostro.
Cortesía de Página 12
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