Todo sobre Claudia


Uno de los diputados a los que se atribuye mayor cercanía a Claudia Sheinbaum ha sorprendido con la iniciativa de emparejar las elecciones de 2027 y la revocación de mandato. Así, todo giraría en torno a la Presidenta. 

Una vez más, el régimen hace de las suyas. Promete algo y madruga con cosa muy distinta. La revocación de mandato, una palanca para acción ciudadana, convertida en mecanismo electoral del Gobierno en funciones. Claudia de nuevo en la boleta, para mal de todos. 

Vendida como ahorro de miles de millones al juntar dos procesos separados por un año, lo real es que Sheinbaum sepulta su promesa de gobernar sin distingos ideológicos. 

De proceder el madruguete introducido en San Lázaro por el zacatecano Alfonso Ramírez Cuéllar, a año y medio de la elección la Presidenta asume la carga de pasar de Gobierno a juicio en las elecciones del 27, a candidata puntera de todo el movimiento. 

La jugada pretende darle más que un barniz de legalidad a la intromisión de la titular del Ejecutivo en un proceso al que no estaba llamada democráticamente. Le da una cortada para normar en primera persona el debate en esos comicios. 

Quien crea que así al menos habría oportunidad de cobrar en la urna a la presidenta fallas y escándalos del primer trienio, propios o de Morena, pasa por alto que en las campañas suelen primar emociones sobre realidades. Porque quien nombra el juego toma ventaja.

Con abuso de recursos públicos, la mandataria tendría el privilegio de definir cada mañana los términos propagandísticos mucho antes incluso de la campaña. Llevando al máximo lo que se ha visto estas semanas: victimización para justificar denuestos a críticos. 

Todo con una emotividad muy particular. La vehemente conducta de la presidenta parece obedecer a algo que describe en al menos dos pasajes de su libro “Diario de una transición histórica”.

En su texto, Sheinbaum desnuda su sentido del deber cuando tras una gira reflexiona en estos términos: “el cariño que recibo me llena de energía. Solo pienso sin aliento: ‘no puedo fallar, no puedo fallar’”. 

Luego, de una visita a Baja California Sur, su pluma destaca: “vivimos momentos extraordinarios. No defraudar, no defraudar, no defraudar: es la responsabilidad infinita”. 

Que Claudia sea consciente del mandato que recibió no extraña en absoluto. La duda genuina, por la forma en que expone sus epifanías en el libro, es si asume tal responsabilidad con la nación, o con el movimiento, que para nada son lo mismo. 

De priorizar al obradorismo, la Presidenta extrapolará el riesgo de que el gobierno utilice todo instrumento y método para lograr un cometido electoral, que originalmente, y escrito sin candidez, debería ser atribución solo de los partidos. 

Sometería así a México a una situación de estrés, donde la crítica al desempeño de la principal autoridad no será vista como cuestionamiento válido, sino como postura que pretende descarrilar las posibilidades de permanencia de la mandataria. Un gran riesgo.

Mete al país en una dinámica donde el clima se enrarece pues la administración no gobierna, hace proselitismo; no administra, busca sustanciar eslogans; no rinde cuentas, distribuye información no para priorizar el bien de la nación, sino su marcha electoral. 

La trampa está puesta. Sin las tablas escénicas de AMLO, con la revocación la Presidenta pretendería que se hable de lo que quiere y necesita la presidencia, no de lo que demanda y requiere la población.  

Si se adelanta la revocación, también los pobres padecerán a una administración distraída en la campaña, no en gobernar. Una receta que puede llevar a Claudia a fallar y defraudar. 

Cortesía de El Informador



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