
Todos los rockeros son vecinos o eso me parece después de pasar los últimos meses leyendo sin querer sobre la misma gente. Todos se juntaban con la misma bolita, eran más endogámicos que una familia de Alabama.
Bob Dylan, Joni Mitchell, Neil Young, Patti Smith, Bruce Springsteen. Leí, sin buscarlo, sobre todos ellos. Hubo años en los que salía, fijo, Bob Dylan de gira y todos los demás se le juntaban. De pronto todos están en la misma fiesta, drogándose con los mismos experimentos de química—seguro comprados al mismo dealer— y soñando con las mismas canciones, los mismos éxitos, el mismo dinero. De un lado Dylan y Joan Baez, del otro Joni Mitchell y Neil Young. Los primeros en un de tórrido amor-odio, los otros, amigos canadienses que compartieron los mismos deseos de escapar de los bosques de Canadá… para después cantar las loas de vivir en el bosque.
La misma mota, la misma cocaína, casi las mismas guitarras y las mismas canciones. Y ahí yo, leyendo todo el chismógrafo.
Todo comenzó como accidente cuando leí Dylan goes electric! de Elijah Wald porque se estrenaba A complete unknown, la película basada en el libro. Dylan goes electric! cuenta la crónica de la legendaria noche de 1965 en el Festival de Newport cuando Dylan decidió romper con el folk, la música con tintes políticos semibobos y arrojarse de lleno al rock. El estallido fue total, un Big Bang sonoro. De esa explosión salió todo lo demás.
¿A qué me refiero con “todo lo demás”? Dylan es el verdadero payaso de It, un Pennywise que se alimenta de pequeños rockeros que crecieron en su estela. Una de esos niños fue Joni Mitchell. Así se plasma en Reckless Daughter, el retrato de Mitchell escrito por el periodista David Yaffe.
Joni fagocitó a ese Bob Dylan antes de la noche de Newport. Aunque no quisiera, aunque el folk del que ella emergió fuera ya para Dylan lo antidylan. Estamos hablando de los sesenta tardíos, los primeros setenta. Los últimos cafés cantantes a lo Nueva York del folk y “la canción de protesta” (tremenda cursilería). En esa escena apareció una güerita con guitarra en mano y un bebé en el vientre: Joni Mitchell. Por los mismos sitios aparecieron otros dos canadienses: Neil Young y Leonard Cohen (el primero como amigo fiel de Mitchell, el segundo como su amante y “muso”). Y otros personajes, son tantos, de diversos orígenes, pero pisando el mismo suelo: David Geffen, Carole King, Chaka Kahn, Graham Nash, David Crosby, Judy Collins, Robbie Robertson, Judee Sill.
De Nueva York todos se mudaron a California para seguirse juntando con la misma gente. Se cambiaron de ciudad, pero la colonia siguió siendo la misma: el barrio no se pierde ni cambiándose de dirección.
Como dicen los chismosos, a todo esto se me cruzó el documental sobre Martin Scorsese en Apple TV. Se habla de manera estelar de The last waltz, el documental de Scorsese sobre el último concierto de The Band, grupo que acompañó a Dylan en su primera gira eléctrica (cuyo germen fue aquella noche gloriosa en Newport) y estrellas de rock por méritos propios. Todos en ese documental estaban bien servidos de coca, empezando por el propio director. Neil Young aparece con su “moco de cocaína”: la nariz blanca como si se hubiera comido una caja de donitas Bimbo. Joni Mitchell, que de modo reciente había descubierto la coca como a quien se le abre el cielo, sale cantando “Coyote”, sobre el dramaturgo y músico Sam Shepard, que por esa época era su amante.
No quiero hacerme bolas con las fechas: The last waltz es del 78. El evento canónico generacional es anterior: la gira Rolling Thunder Revue en 1975 (Scorsese también dirigió el documental, estrenado en 2019). La idea original era protestar contra el encarcelamiento (para Dylan, injusto) del exboxeador Rubin “Hurricane” Carter. Pronto el asunto se escapó de las manos de todos los involucrados.
Para la gira Dylan los buscó a todos los antes mencionados, el circo andante. Así resultó ese tour: a ver, ¿quién quiere echarse un palomazo? Y ahí iban todos. Sam Shepard escribió la crónica de ese caos que solo Dylan podía controlar (más o menos, a él también se le fueron las cabras al monte). Joni Mitchell también era protagonista de esa escena, como cuenta Yaffe en Reckless Daughter: Joni estaba en su elemento aunque pensaba que Hurricane Carter era un asshole. La Joni que pinta Yaffe es divertidísima: una hija de la chingada que nomás no se guardaba nada en el pecho. Una genia musical, amiga de jazzistas legendarios como Jaco Pastori, que también tenía el ojo puesto en el billete.
De nuevo, en Rolling Thunder Revue todos eran unos cocainómanos. En esa gira la única sobria fue Joan Baez. Pon gente talentosa, mucha atención y una montaña de drogas, y a ver si la cosa no se pone rara.
Lo que me lleva a otro libro de esta colección: Bread of angels, el nuevo volumen de memorias de Patti Smith (ya les platiqué al respecto en el Garage Picasso de la semana pasada. Actualización: me compré el libro de regalo de navidá). Patti, rockstar en ciernes, pitonisa de un nuevo rock que nacía—el punk—, fue invitada por el Propio Bob Brujo Mayor Dylan a Rolling Thunder. Pero de pronto todo mundo estaba en el escenario y Dylan le dio a Patti la mala noticia de que había que cortar a alguien y ese alguien era ella.
En sus memorias Smith habla con sencillez de ese momento, sin quejas y con naturalidad. Estaba mejor sin ese escenario. El punk todavía era incipiente y malentendido por la generación de los sesenta. El nuevo mundo era el punk y esos señores folkies eran el pasado.
Entra brevemente en escena Bruce Springsteen. Fui a ver Springsteen: música de ninguna parte, gran película a la que el público mexicano le hizo el feo, dio el infame semanazo.
La película va de la grabación tortuosa de Nebraska, álbum clave de la discografía de Springsteen, un disco que parecía un capricho, resultó una catarsis terapéutica y para el que Springsteen no hizo gira ni promoción y ni falta le hizo: es uno de los hits de sus exitosa carrera. Después de ver la película corrí por Deliver me from nowhere de Warren Zanes, el libro que da origen al guión. Y de nuevo hay mucha gente conocida en esas páginas, aunque Bruce ya es, como Patti Smith, de otra pasta. Springsteen aparece también en Bread of angels cuando Jimmy Iovine, colaborador tanto de Springsteen como de Smith, saca del baúl de los retazos de Bruce “Because the night” y se la pasa a Patti. Hit absoluto e infaltable en los conciertos de ambos maestros.
Tengo en mi pila por leer las memorias de Neil Young y en mi carrito de Amazon la nueva biografía de Sam Shepard escrita por Robert M. Dowling. Leerlos será como regresar con la banda de la prepa, estoy segura. Porque todos estaban en el mismo salón de la misma escuela. Vecinos de banca y de colonia. Llego con retardo pero ya llegué.
Cortesía de El Economista
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