Toxoplasmosis congénita: el parásito silencioso que puede cruzar la placenta

La toxoplasmosis congénita es una infección que puede afectar a los bebés si la madre se infecta por primera vez con el parásito Toxoplasma gondii mientras está embarazada. Aunque la infección no es muy común, cuando ocurre, el parásito tiene la capacidad de atravesar la placenta y llegar al feto en desarrollo, lo que puede provocarle graves complicaciones durante la gestación o tras el nacimiento.

En la mayoría de las personas sanas, la toxoplasmosis es asintomática o causa síntomas leves, como fiebre o malestar general, similares a los de un resfriado. Sin embargo, si una mujer se infecta durante el embarazo, la situación cambia: la infección puede tener consecuencias serias para el bebé si no se detecta y trata a tiempo. Es fundamental entender que el riesgo solo es real cuando la madre se infecta por primera vez durante la gestación, ya que, si ha estado expuesta al parásito en el pasado, estarán protegidos ambos.

Un parásito con una estrategia de infiltración silenciosa. ¿Cómo se transmite el parásito?

Toxoplasma gondii es un protozoo (parásito microscópico), con un ciclo de vida sorprendentemente sofisticado. A menudo se le relaciona con los gatos, aunque no es el único animal que puede parasitar. Los gatos y otros felinos salvajes actúan como hospedadores definitivos del parásito, es decir, en ellos se produce su reproducción sexual. A través de sus heces, los gatos liberan al ambiente unas formas muy resistentes del parásito, denominadas ooquistes, que pueden mantenerse activas en el suelo, el agua o sobre superficies contaminadas durante semanas e incluso meses. Por otro lado, los mamíferos (incluido el ser humano), y las aves son los hospedadores intermediarios, así, cuando se infectan, van a albergar las formas asexuales del parásito (llamadas taquizoítos y bradizoítos) que permanecerán en músculos y otros órganos durante toda la vida.

Toxoplasmosis congénita, el parásito silencioso que puede cruzar la placenta
En muchos países se realizan análisis rutinarios de sangre a mujeres embarazadas, lo que permite detectar y tratar la infección precozmente. Fuente: iStock (composición ERR).

El ser humano puede contagiarse al entrar en contacto con las distintas formas infectivas del parásito. Esto puede ocurrir, por ejemplo, por ingesta oral de ooquistes al manipular tierra contaminada, tocar superficies que han estado en contacto con heces de gato, o al consumir aguas no tratadas adecuadamente, vegetales frescos mal lavados, o mejillones y ostras crudas. Otra vía importante para contraer la enfermedad es a través de la carne cruda o poco cocinada (incluyendo embutidos o carnes mechadas) procedentes de animales infectados, como el cerdo o el cordero. En estos casos, el parásito permanece alojado en los tejidos del animal y, si la carne no se cocina adecuadamente, pueden no destruirse y llegar al organismo humano.

Una vez dentro del cuerpo, el parásito se multiplica durante un periodo corto de tiempo (fase de taquizoíto), distribuyéndose a través de la sangre por el organismo. Posteriormente, una vez establecida la respuesta inmune del hospedador, forma unas estructuras denominadas quistes (fase de bradizoíto). Esto le permite permanecer latente de por vida, escondido en músculos, ojos o el cerebro, sin causar síntomas en la mayoría de las personas infectadas.

El riesgo depende del momento

El riesgo de transmisión del parásito al feto varía según el momento del embarazo en que la madre se infecte. Si la infección ocurre en las primeras semanas, la probabilidad de que el parásito llegue al embrión es baja, pero las consecuencias pueden ser más graves. El parásito puede afectar directamente el desarrollo del cerebro, los ojos y otros órganos vitales, llegando, incluso, a producirse un aborto.

A medida que avanza la gestación, la posibilidad de que el parásito cruce la placenta aumenta, aunque las secuelas suelen ser menos severas. Esto se debe a que el sistema inmunitario y los órganos del feto están más desarrollados y preparados para defenderse, aunque aún son vulnerables. En cualquier caso, la detección temprana y el tratamiento médico adecuado son clave para reducir los riesgos y posibles daños.

Toxoplasmosis congénita, el parásito silencioso que puede cruzar la placenta
Los gatos liberan al ambiente los ooquistes del parásito, actuando como hospedadores clave en el ciclo del Toxoplasma gondii. Fuente: iStock (composición ERR).

¿Qué efectos puede tener en el bebé?

Los efectos de la toxoplasmosis congénita pueden ser muy variados. En algunos casos, el bebé nace sin señales visibles de la infección, pero los síntomas pueden aparecer meses o incluso años más tarde. Uno de los daños más frecuentes se produce en los ojos, donde el parásito puede provocar una inflamación conocida como corioretinitis, que afecta la visión y puede dejar secuelas permanentes o ceguera.

También puede haber afectación en el sistema nervioso. Algunos bebés desarrollan problemas neurológicos como convulsiones, retrasos en el desarrollo o dificultades en el aprendizaje. Además, pueden observarse alteraciones en el tamaño de la cabeza, como microcefalia (una cabeza más pequeña de lo normal) o hidrocefalia (acumulación de líquido en el cerebro), así como otras complicaciones cerebrales que pueden detectarse con estudios médicos.

En los casos más graves, el bebé puede sufrir lesiones irreversibles o incluso fallecer antes o después del parto. Pero con un diagnóstico temprano y tratamiento adecuado, muchos de estos efectos se pueden evitar o atenuar considerablemente.

Un ciclo de vida adaptado a la supervivencia

El ciclo de vida del Toxoplasma gondii está diseñado para facilitar su supervivencia y propagación. Aunque los gatos son esenciales para su reproducción, el parásito puede infectar a una gran variedad de animales y, una vez que entra en un organismo, queda latente durante años. Esta capacidad de resistir y permanecer en el cuerpo sin causar síntomas visibles contribuye a que muchas personas ni siquiera sepan que están infectadas.

Tras una infección, el sistema inmunitario suele generar defensas que protegen frente a nuevas infecciones y de la posible reactivación de las formas crónicas latentes (bradizoítos en quistes). Por eso, si una mujer ha tenido toxoplasmosis en el pasado, ya no corre riesgo de transmitirla a su bebé en embarazos futuros. El verdadero peligro aparece cuando la infección es reciente y ocurre por primera vez durante la gestación.

Embarazo pruebas
La detección precoz y el tratamiento con antibióticos reducen en gran medida el riesgo de secuelas en el recién nacido. Fuente: iStock (composición ERR).

Una infección que pasa desapercibida, pero no inofensiva

Uno de los mayores “éxitos” de Toxoplasma es que, en la mayoría de los casos, no produce síntomas evidentes. Muchas mujeres embarazadas pueden infectarse sin saberlo, porque no tienen ningún malestar o solo padecen síntomas leves e inespecíficos, similares a los de la gripe. Esta “invisibilidad” dificulta el diagnóstico precoz y retrasa un tratamiento que podría evitar complicaciones.

Por eso, algunos países realizan cribados (análisis de sangre) rutinarios analizando la presencia de anticuerpos específicos frente a Toxoplasma a las mujeres embarazadas, siendo especialmente importante iniciar estas pruebas al principio de la gestación y hacer el seguimiento de las gestantes que presentaron resultado negativo a lo largo de todo el embarazo. De esta forma se puede identificar una posible seroconversión (aparición de anticuerpos por primera vez como respuesta al contacto con el parásito). Esto permite detectar infecciones recientes y empezar un tratamiento lo antes posible, reduciendo en gran medida el riesgo para el feto. En otros lugares donde este cribado no se hace de forma sistemática, la prevención cobra un papel aún más importante.

Aunque no es especialmente frecuente, la toxoplasmosis congénita puede tener consecuencias graves si no se detecta o se trata a tiempo. Afortunadamente, existen medidas preventivas sencillas que, junto con un buen seguimiento médico y detección precoz (durante el embarazo), permiten reducir significativamente el riesgo de transmisión y las secuelas en los casos afectados.


Isabel

Isabel de Fuentes Corripio

Diplomada en Sanidad, Máster en Salud Pública y Doctora en Ciencias Veterinarias


Rosa Estévez

Rosa Estévez Reboredo

Doctora en Ciencias Veterinarias Diplomada en Salud Pública


Marta Casas

Marta Casas García

Grado en Biología Sanitaria Máster en gestión, análisis de políticas e iniciativa empresarial en ciencias de la salud – especialidad en Salud Pública Internacional (Vrije Universiteit Amsterdam)

Cortesía de Muy Interesante



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