
Dícese de estela, en su primera acepción para la RAE, sobre aquella “señal o rastro que deja tras de sí en el agua o en el aire una nave u otro cuerpo en movimiento”. En su segunda acepción refiérase a todo “monumento conmemorativo que se erige sobre el suelo en forma de lápida, pedestal o trozo de columna”. En todo caso, en ambas definiciones coincide la noción de un vestigio, una señal de presencia grabada, sugerida, pergeñada sobre la piedra, entre los árboles, a la orilla de un río.
La polivalencia del término, los cruces interpretativos y conflictos que de éste pueden derivar, anima la exposición Estelas del Usumacinta, el resultado de al menos tres años de trabajo compartido entre la antropóloga Sandra Rozental, el artista multidisciplinario Emilio Chapela y el escultor Eduardo Abaroa, que el sábado 21 de junio abre a todo el público en el Museo Amparo de Puebla. Se trata de una exposición resultado de la visión tripartita sobre esas estelas efímeras o lacerantes dejadas sobre y en los bordes de una de las afluentes más importantes de la geografía del sur del país.
El río y los vestigios
El Usumacinta es el río más caudaloso de México y Guatemala, el más largo de América Central y el segundo río con el delta bordeado por selva tropical más grande después del Amazonas.
Alrededor de este afluente se han tejido siglos de historia, ha florecido una civilización de civilizaciones, la maya; se han erigido arquitecturas secretas, pero también se ha desgarrado la selva, se han desarraigado identidades y se han esfumado formas de habitar. Todas éstas son estelas que ha dejado con su cauce y el hombre en su andar.
“En medio de otros proyectos para los tres, nos resonó la idea de que el Usumacinta era el único río vivo de México. A los tres no movió por distintas razones. Más allá de que la frase se use para sentir orgullo, para señalar que todavía es un río limpio, sin presas y que vale la pena cuidar, nos interesó la complejidad de elementos que están interconectados con el río, tanto en términos culturales como biológicos. (En el delta) hay un verdadero enredo de vínculos”, señala el artista Emilio Chapela, especialista en el cruce de elementos tecnológicos con la perspectiva ecológica, durante el recorrido dos días antes de su inauguración, todavía en proceso de montaje.
Por su parte, Sandra Rozental razona que en la exposición “resaltamos mucho la noción de una antigüedad maya que hoy reconocemos yendo a los museos o a los sitios arqueológicos, porque también tiene que ver con procesos relacionados con el extractivismo. El hecho de que esta zona fuera tan importante para la extracción de maderas, de chicle y otras materias primas, también influyó en la forma en la que se asimiló y se consolidó la idea de lo maya. Y es que muchas piezas (extraídas de esta zona) solían trasladarse para integrarlas a las colecciones de los museos. Entonces, una línea importante de la exposición es problematizar sobre a quién pertenecen estos objetos, qué es el patrimonio y dónde debe estar, porque estamos muy acostumbrados a ver piezas en los museos, con una iluminación específica, como un objeto de arte. Sin embargo, observamos que las comunidades tienen otro tipo de vínculos con sus estelas e incluso con la idea de ecología”.
“Cuando hablamos de las estelas del Usumacinta”, refiere por su parte el escultor Eduardo Abaroa, “hablamos de las estelas mayas, como estos objetos de piedra labrada representan a personajes de otros tiempos y nos muestran cómo los mayas tienen una profunda historia que fueron registrando, sobre sus batallas y su percepción del mundo; pero también nos referimos a otras estelas como si fueran las marcas que deja una lancha al cruzar el río. Nos permite pensar en los rastros que van dejando las culturas, las comunidades”.
De esta manera, esta triada de colaboradores trató de comprimir todos estos conceptos en una exposición con esculturas, objetos encontrados, documentación, fotografías, videos documentales y abundantes textos que el público podrá apreciar hasta enero de 2026.
Cortesía de El Economista
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