Fin de año es inevitablemente un momento de reflexión. Con las energías que quedan, miramos atrás, sacamos conclusiones y con suerte planeamos reinvenciones de cara a los próximos 365 días que nos dará el calendario. Dentro de este mood entre nostálgico y esperanzado, asistir al cierre del 2025 a cargo de Trueno en un estadio Ferro con muy buena convocatoria, se convierte en un evento con gran carácter de “aquí y ahora”.
Trueno, el popular rapper boquense, llegó a Caballito junto a su numerosa banda para ofrecer la última lectura de El último baile, su más reciente trabajo de estudio, que tiene su versión extendida, la Deluxe, que con seis temas nuevos agranda su repertorio naturalmente hitero.
Hablame de mood de fin de año: a pesar de que este momento pueda ser un perfecto inductor de ansiedad gracias a planes u objetivos que luchan contra el reloj, ayer en Ferro se vivió una atmósfera completamente opuesta a la psiquis colectiva de la gran ciudad. Familias completas y grupos de adolescentes esperando pacientemente por su MC favorito en distendidas charlas y sin histerias desmedidas. Si bien se veían remeras de referentes del rap y de algunos grupos de rock, el público de Trueno goza de un carácter saludablemente ecléctico, salvando las distancias algo similar a lo que ocurre con Catupecu Machu, cuyo fandom no encaja en ninguna tribu.
Así las cosas, el show comienza puntualmente a las 21 horas entre emotividad y explosión. Se escucha la voz en off de Trueno narrando sobre la historia del hip hop y cómo, algo más de 50 años después de aquella fiesta en el 520 de la Sedgwick Avenue del Bronx neoyorquino, un par de decenas de miles nos entregamos a su aura en un barrio del centro de Buenos Aires.
Para seguir en la misma paleta de colores sonoros, el artista lanza los samples de Grandmaster, que toma parte del clásico The Message de Grandmaster Flash and the Furious Five, el primer rap de denuncia, nacido en 1982. El ritmo trabado del tema, cercano al subgénero denominado drill, no toma por sorpresa al bigeneracional público y todo el mundo acompaña al unísono.
Para el tercer tema, Fuck el police, ya se puede hablar de espectacularidad. La banda suena ajustadisima desde el minuto cero y la disposición y visuales del escenario son otra nota.
Dividido en tres bloques de iguales dimensiones -dos pantallas laterales y en el centro el escenario propiamente dicho, decorado con “habitaciones” con contenían las distintas secciones de la banda- el escenario fue uno de los protagonistas silenciosos de la noche y esto da cuenta de una producción pensada al detalle y resuelta con inteligencia.
En tiempos donde hay muchísimos shows de estadio, una de las cosas que más en riesgo se pone es la de la cercanía del artista y su gente y este show no se sintió como tal, en buena parte gracias a esta acertada disposición escénica, ayudada por detalles de valor como la “Trueno cam”, que permitía al público ser los ojos del cantante a través de las pantallas o lo mismo la cámara poguera que atestiguaba cómo estaba la onda en el campo en tiempo real.
Comienzan a sonar los hits, las referencias culturales y a desfilar los invitados. Todo el setlist funciona como una selección de grandes éxitos (brutales The Roof Is On Fire, 344, Tierra Santa, Sangría, Dance Crip y la lista sigue) curiosidad que parte del hecho de que el antes conocido como Mateo Palacios Corazzina sólo tiene tres discos de estudio.
Suenan guiños de allá: Rage Against The Machine, AC/DC, Lauryn Hill, Tupac y Snoop Dog, pero es el de acá el que despierta verdadera emoción; Charly García apareciendo a través de una versión de Hablando a tu corazón nacida de los botones de una MPC y el infaltable coro de miles.
En el bloque folclórico del show entra Milo J para compartir Gil -parte de su destacable último disco La vida era más corta– y luego el “momento leyendas” en el que Pedro Aznar y David Lebón atruenan No llores por mí Argentina luego de un emotivo discurso de introducción que valoraba el papel de aquellos rockers enfrentados a gobiernos de facto.
Observar todo este crossover lleva a repensar la palabra “criollo” tan arraigada en la población argentina. De algún modo, lo que hace este pibe de La Boca uniendo generaciones, respetando a los que lo precedieron (de acá y de allá), plantado en una filosofía combativa y entregando canción popular de corazón a corazón, es redefinir lo criollo: el tambor afro, el grito indígena y la herencia europea, todo remixado en el irresistible groove de la negritud norteamericana.
Esta noche ideal de primavera tardía se vistió de fiesta en toda regla: el repertorio, un sonido excelente y un frontman con todas las letras que exuda talento e ímpetu, tanto por entretener como por crear consciencia, sin dejar de lado su virtuosismo como freestyler, hicieron que los testigos de este último baile se queden con ganas de alguno más.
Cortesía de Clarín
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