“Por motivos de seguridad nacional y libertad en todo el mundo, Estados Unidos de América considera que la propiedad y el control de Groenlandia es una necesidad absoluta”.
Bastó con una declaración en redes sociales el pasado 23 de diciembre, para que el presidente electo Donald Trump volviera a evidenciar las históricas ambiciones de los Estados Unidos por el Ártico, en contra del desenvolvimiento de Rusia, y, en menor medida, frente a la presencia cada vez más extendida de China en la región boreal del planeta.
En el medio está el interés por convertir a Groenlandia en la mayor base militar de los Estados Unidos a partir de una compleja red de instalaciones y emplazamientos articulados por una infraestructura que apenas comienza a desarrollarse.
Si el deseo de Trump generó amplias resonancias en todo el mundo, sus efectos fueron todavía mayores en Europa y en la OTAN, como ocurrió con Dinamarca, país al que Groenlandia está vinculado desde su descubrimiento en el siglo XIII, y que aun retiene el control y financiamiento de sus políticas de defensa, en el contexto del limitado autogobierno concedido recién en 1979.
La ubicación estratégica y la abundancia en recursos naturales convirtieron a la mayor isla del hemisferio norte en un objetivo fundamental para la política exterior de los Estados Unidos.
Pero este interés no es nuevo. De hecho, el primer proyecto para su adquisición se planteó hacia 1860 bajo la presidencia de Andrew Johnson. En 1946 fue Harry Truman quien de manera infructuosa ofreció a Dinamarca 100 millones de dólares para la compra del territorio groenlandés, pretendiendo imitar así otras adquisiciones realizadas por Estados Unidos, como la de Luisiana a Francia en 1803, y la de Alaska a Rusia en 1867.
Las apetencias volvieron a evidenciarse en 2019 cuando, ya en el tramo final de su primer mandato presidencial, el propio Trump insistió sobre esta propuesta para la que incluso se alcanzó a desarrollar una estrategia preliminar, incluida la identificación de fuentes de financiamiento y el diseño de una campaña diplomática destinada a ganarse el apoyo de los cerca de 60 mil habitantes, en su amplia mayoría de la etnia inuit, y con una compleja relación con Copenhague.
Los amplios recursos naturales bajo la superficie explican sólo una parte de las ambiciones de Washington, más aún cuando en un futuro cercano, la retracción del manto de hielo provocado por el calentamiento global posibilitará que su extracción sea menos compleja y aún más redituable.
Los grandes yacimientos de hierro, aluminio, rubí, níquel, platino, tungsteno, cobre y uranio existen junto a una amplia cantidad de tierras raras, que convierten a Groenlandia en el principal depósito a nivel mundial de recursos fundamentales para la producción de vehículos eléctricos, teléfonos móviles, reactores nucleares, así como también de armamentos de última generación.
Pero más allá de las incontables riquezas presentes en Groenlandia es su situación geopolítica el verdadero centro del interés del gobierno estadounidense: no sólo se encuentra en la ruta más corta de América del Norte a Europa, sino que es el punto que posibilitaría la dominación de los Estados Unidos del polo norte, en contra de Rusia.
Washington aprovechó la invasión de Dinamarca por Alemania en 1940, durante la Segunda Guerra Mundial, para enviar sus primeras misiones militares a Groenlandia. Pero fue en 1946 cuando estableció la base aérea de Thule que en 2023 cambiaría su denominación por Pituffik. Hasta el día de hoy es el destacamento más septentrional del ejército estadounidense y es una pieza clave en su sistema global de radares, defensas antimisiles e, incluso, de armas nucleares.
Como hace ya ocho décadas, hoy también Rusia es utilizada como argumento central para legitimar el avance estadounidense sobre el Ártico. El 22 de julio de 2024, el gobierno publicó el Informe de Estrategia para el Ártico, en el que el Departamento de Defensa señaló a Moscú como eje de sus preocupaciones y se comprometió a aumentar las comunicaciones, la vigilancia y el reconocimiento militar en toda la región septentrional, incluida Groenlandia, la que tendrá mayores inversiones en términos defensivos, y más recursos para la instalación de nuevas bases.
En cuanto al tipo de vinculación formal que pueda establecerse, una de las posibilidades que se están analizando en Washington es que Groenlandia firme un pacto de libre de libre asociación, similar a los acuerdos que Estados Unidos tiene con Palau, Micronesia y las Islas Marshall. Un acuerdo de estas características permitiría a la isla conservar una autonomía significativa y, al mismo tiempo, beneficiarse del apoyo económico y de seguridad brindado por Estados Unidos.
El avance sobre Groenlandia es sólo una de las alternativas que la nueva era Trump prepara para una renovada expansión de los Estados Unidos, que fue anunciada en las últimas semanas de 2024, y que contemplaría además el interés por retomar el control sobre el canal de Panamá e, incluso (y ya en el terreno de la ciencia ficción), por convertir a Canadá en el Estado número 51…
El legado soñado por Donald Trump no está lejos de un imperialismo exacerbado y como demostración de poder, capaz de vencer todas las resistencias y de doblegar a su propia decadencia.
Cortesía de Página 12
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