
La cumbre Trump Putin en Alaska y, después, la de Trump con Zelensky y líderes europeos en Washington dejaron alfombras rojas, titulares y un dato esencial: no hubo acuerdo. Tras horas de conversaciones, el balance es pompa sin resultados y un mensaje ambiguo sobre el rumbo de la guerra. Las escenas no solo reinsertaron a Putin en el centro del tablero; también confirmaron que el “trato” rápido prometido por Trump se estrella contra la realidad.
La reunión en Washington permitió a los líderes europeos “arropar” a Kiev y reiterar su rechazo a cualquier componenda apresurada. Sobre la mesa circuló una idea: garantías de seguridad “tipo Artículo 5” otorgadas por Estados Unidos y socios europeos, sin llevar a Ucrania a la OTAN, como vía para disuadir futuras agresiones. Es la forma europea de decir: paz sí, pero no a costa de abrir una grieta estratégica.
Estas “garantías” no nacen en el vacío. Pese al acuerdo bilateral de seguridad Estados Unidos–Ucrania a diez años, firmado en 2024 y que estructura cooperación militar, consultas en caso de nueva agresión y apoyo sostenido a la defensa ucraniana, hoy se exploran variantes para reforzar ese andamiaje sin convertir a Ucrania en miembro de la Alianza. Y recuerdan, además, que las garantías ad hoc —como las que el propio Occidente hizo a Rusia tras la caída de la Unión Soviética, de que la OTAN no llegaría “a su puerta”— pueden ser palabras que se lleve el viento, y figuran entre las causas subyacentes de esta guerra.
La lectura política es menos misteriosa que morbosa, y para la transaccionalidad de Trump es precisa. Él ya insinuó que “ambas partes” tendrían que ceder territorio —noción que ni Kiev ni Moscú aceptan hoy— y que en efecto el expediente OTAN podría sustituirse por un esquema alternativo de garantías —que, por cierto, recaería más en Europa que en Estados Unidos—. Es coherente con su instinto negociador: declarar el “punto medio” como victoria, aun si el costo lo pagan terceros. Persiste la incógnita sobre lo que Trump conversó y pueda conversar con Putin. Especulaciones sobran; lo cierto es que no hay alto el fuego inmediato y crece la presión por redibujar los mapas.
En clave trumpista, la realidad advierte: Moscú no necesita vencer para imponer tiempos; le basta con que Occidente tema el coste de seguir escalando. Europa, disciplinada y ruidosa, decidida a evitar que la resolución del conflicto se negocie sin Kiev o a sus espaldas, expresa con su gesto de solidaridad una confesión de dependencia.
Y aunque Trump seguirá buscando posicionarse como triunfador-pacificador, lo que parece cada vez más claro es que le sigue dando a espacio a Rusia para “ganar” incluso cuando no ha ganado: quizá no consolide toda la tierra que ambiciona ni su “nueva arquitectura de seguridad”, pero Moscú podría salir bien librado, a pesar de la infracción, habiendo adquirido, además, mucha experiencia de laboratorio en diversas formas de guerra contemporánea; la ventaja de haberle negado poder estratégico a Europa —obligándola a reaccionar, no a decidir—; y “el placer” de exhibir que el sistema mundo que Occidente dice custodiar está tan fracturado que no puede detener a Rusia sin que Rusia acepte ser detenida. Eso es lo que importa en el largo plazo. Entender lo que sigue para el mundo es tanto un acto de paciencia como de valentía. Se abren las apuestas.
*La autora es Licenciada en Historia por la UNAM, Maestra en Estudios de Seguridad por la Universidad de Georgetown, Maestra en Comunicación por la Universidad de Johns Hopkins. Asociada COMEXI.
Cortesía de El Economista
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