Trump y la OTAN: del Caribe al Atlántico Sur

Las negociaciones para poner fin a la guerra de Ucrania contra Rusia, el involucramiento de la Unión Europea en un sistema de provisión armamentista controlado por el Pentágono, y el encapsulamiento del conflicto de Medio Oriente en el reducido territorio de Gaza luego del ataque a Irán en junio, estarían delineando una progresiva reorientación de la política exterior de los Estados Unidos. Y, esta vez, posiblemente, con un rol mucho más activo por parte de Argentina.

FERIA DE SAN FRANCISCO

La actual ofensiva sobre el Mar Caribe, un territorio al que desde el siglo XIX la geopolítica estadounidense considera como un verdadero “mare Nostrum”, no necesariamente demuestra el interés por acabar con organizaciones delictivas internacionales, según el argumento oficial brindado por el secretario de Estado Marco Rubio, y que suele señalar a Haití como el ejemplo acabado de un sistema político y económico corrompido por bandas criminales de todo tipo.

Más aun, revela la permanente voluntad de ejercer una presión directa sobre varios de los gobiernos que mayor oposición ejercen al dominio territorial de la Casa Blanca, como ocurre con México, Colombia, Cuba, Nicaragua y, principalmente, Venezuela, por estas horas, convertido en el blanco preferencial de esta avanzada militar.

Sin embargo, la estrategia del Pentágono encubre otro objetivo de más amplias proporciones, ya que se trataría de un intento deliberado por restituir el control sobre el Canal de Panamá y, de esa manera limitar y circunscribir el avance de China en una de las regiones del planeta en donde la disputa geopolítica entre las dos potencias ocurre hoy prácticamente sin mediaciones.

El control directo sobre un paso transoceánico, el aprovechamiento de los amplios recursos naturales existentes y el retroceso de la presencia china en la región son vectores centrales en la política de Washington en el Mar Caribe, pero que también podrían aplicarse hoy mismo en el territorio del Atlántico Sur.

Al fin y cabo, lo mencionó explícitamente el almirante Alvin Hosley, jefe del Comando Sur, en su reciente visita a Buenos Aires, cuando el 20 de agosto afirmó que China busca “exportar su modelo autoritario” en la región. Más enfáticamente, Holsey afirmó que “el Estrecho de Magallanes y el Paso de Drake, sirven como puntos de estrangulamiento estratégicos y pueden ser utilizadas (por China) para proyectar poder, perturbar el comercio y desafiar la soberanía de nuestras naciones o la neutralidad de la Antártida”.

El gobierno de Javier Milei busca aprovechar estos movimientos tectónicos para demostrar su fidelidad hacia Donald Trump y para acelerar su integración a la OTAN, cuya solicitud con el estatus de “Socio Global”, formulada en abril de 2024, todavía no prosperó en medio del desconcierto y de la recomposición que vive la Alianza Atlántica desde el regreso del caudillo republicano al poder en enero de este año y, todavía más, frente al proceso de negociación directa llevada adelante con Rusia, considerada desde siempre como el principal enemigo a derrotar.

El principal obstáculo que enfrenta la incorporación a la OTAN proviene del Reino Unido, que todavía ejerce un bloqueo deliberado y sistemático para la adquisición, por parte de Argentina, de equipo militar con componentes británicos proveniente, incluso, de terceros países.

Sin embargo, este legado comercial de la Guerra de Malvinas, podría hoy estar cambiando gracias a determinadas concesiones políticas efectuadas por el gobierno de Milei.

Fundamentalmente, con el reconocimiento de que el Reino Unido ejerce (y ejercerá) el control de hecho de todo el Atlántico Sur, ya sin cuestionamientos ni reclamos de soberanía como los que históricamente ha pronunciado sobre este estratégico territorio. A cambio, Argentina no tendría impedimentos políticos para modernizar sus Fuerzas Armadas de acuerdo con los exigentes estándares de la OTAN.

El gobierno de Estados Unidos se convertiría en el principal artífice de esta negociación, en su interés prioritario por preservar el Atlántico Sur lejos de la presencia de China. El imperativo de la seguridad regional en esta porción del planeta impulsa, por tanto, el rearme de Argentina y, al mismo tiempo, el reconocimiento a la dominación británica sobre las Islas Malvinas, pero también sobre su inmensa riqueza petrolera e ictícola, con acceso directo al Océano Pacífico y, también, al continente antártico.

Por otro lado, para la Casa Blanca, el alineamiento incondicional planteado desde Buenos Aires se convierte en una oportunidad de enorme peso estratégico, más aún, en un contexto de pérdida de influencia en América Latina. En este contexto, Argentina pretende asumir el rol de “socio confiable”, aunque en realidad, se parezca más a un “perro guardián” dedicado a la vigilancia del Atlántico Sur, en una tarea colaborativa con la hegemonía que el Reino Unido pretende instalar.

Estados Unidos, de hecho, facilitó la compra a Dinamarca de 24 aviones de combate F-16. La inversión por cerca de 300 millones de dólares se convirtió en el mayor gasto militar realizado en Argentina desde el retorno de la democracia, y en una clara señal de su realineamiento internacional, luego de rechazar la compra de aviones caza JF-17, de origen chino, más modernos y menos costosos que los F-16, considerados como un material de rezago y que en su momento fueron directamente rechazados por Ucrania en plena guerra contra Rusia.

Pero el furor por el gasto creciente en materia militar no se detuvo ahí. Junto con el interés por adquirir submarinos Scorpène, producidos en Francia, o submarinos Tipo 209NG, de fabricación alemana, la principal apuesta en materia defensiva del gobierno de Milei nuevamente toma a Dinamarca como su gran outlet de recursos militares de todo tipo.

Hoy la Armada argentina se encuentra en negociaciones para la adquisición de dos fragatas multipropósito de la clase Iver Huitfeldt, una línea de embarcaciones que le ha posibilitado a Dinamarca poder participar en operaciones de la OTAN gracias a su combinación de defensa aérea, guerra de superficie y capacidades antisubmarinas.

Pese a que estos buques se encuentran preparados para tareas que van desde la defensa aérea a la protección al transporte marítimo comercial y, principalmente a operaciones antipiratería, lo cierto es que los Iver Huitfeldt han experimentado importantes problemas técnicos y fallos de sistema, lo que ha generado dudas sobre su viabilidad a largo plazo. Todavía no se conoce la cifra por la compra de estos barcos defectuosos ni mucho menos su posibilidad de éxito en la vigilancia del Atlántico Sur.

Se calcula que este año el gasto en defensa en Argentina será de cerca de un punto del PBI, prácticamente el doble de lo invertido en 2024. Hace dos meses, el gobierno de Trump estipuló que la inversión militar en los países de la OTAN debía pasar del 2% al 5% del PBI. Sin “motosierra” para el sector de defensa, y en el abandono de todo reclamo soberano sobre el Atlántico Sur, ¿cuánto más se incrementará el gasto del rearme en Argentina teniendo en cuenta el interés del gobierno en convertirse en Socio Global de la Alianza Atlántica?

OBRAS DE INFRAESTRUCTURA HIDALGO

Cortesía de Página 12



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