La estrategia se reveló como errática, inestable, sin profundidad y, finalmente, fallida. El intento de aproximación de Ucrania a los países del Sur Global y, especialmente, a los de América Latina, no generó mayores puentes que los que había antes de que iniciara la guerra abierta contra Rusia, en febrero de 2022.
Lo cierto es que más allá de los discursos o de las declamaciones, nunca existió un interés real por parte de Volodímir Zelenski por mostrarse proactivo frente a una región que, en general, y pese a las tremendas presiones ejercidas desde Estados Unidos, evidenció sus intenciones por mantener la neutralidad en medio de conflictos externos. De hecho, a la cumbre sobre la guerra organizada en junio pasado por Kiev en Suiza, solo participaron 11 de los 33 países de la región, y la mayoría no envió jefes de Estado.
Para Zelenski, la llegada de Javier Milei al gobierno argentino se presentó como una oportunidad casi providencial. El ucraniano no sólo se presentó en la ceremonia de asunción de su contraparte el 10 de diciembre de 2023, en un hecho inédito en la historia de ambas naciones, sino que además intentó aprovechar su diálogo con el libertario para, desde Buenos Aires, ensayar la puesta en marcha de una suerte de alianza latinoamericana en respaldo a Kiev.
En aquel momento, la entrega de dos helicópteros de origen ruso a Ucrania fue el gesto que terminaría por consolidar una alianza que se creía duradera pero que finalmente se extendió a tan sólo un año.
Para Milei, el acercamiento a Ucrania también fue estratégico: no sólo fue utilizado para generar confianza en el gobierno demócrata de Joe Biden que veía con preocupación la llegada al poder de un político que se reivindicaba como un leal trumpista, sino que además ese alineamiento trató de ser capitalizado para favorecer el ingreso de Argentina a las filas periféricas de la OTAN. En el medio, la venta de pólvora para la producción de municiones destinadas a los diezmados ejércitos ucranianos se presentó como un negocio difícil de rechazar.
Pero todo cambiaría con el triunfo de Donald Trump en las elecciones de noviembre de 2024. El distanciamiento del republicano de un conflicto sin solución a la vista y, especialmente, el interés por reestablecer el diálogo con Vladimir Putin fueron las señales que Milei tuvo en cuenta para enfriar su obsesión con el involucramiento del país en una guerra del otro lado del mundo.
A diferencia de Argentina, con Brasil la relación fue tirante desde un principio. Ucrania no sólo desconoció el liderazgo de Lula da Silva dentro del escenario sudamericano, sino que además cuestionó los amplios compromisos del gobierno brasileño con el Sur Global y, específicamente, con organismos como los BRICS, en donde Brasilia opera en tándem con Moscú y con Beijing.
En el seno de las Naciones Unidas, y junto con China, Brasil encaró la construcción del “Grupo de Amigos por la Paz”, una de las iniciativas de diálogo entre Ucrania y Rusia que fue sistemáticamente rechazada por el gobierno de Zelenski, pese a que obtuvo el apoyo y la representatividad de más de medio centenar de países en todo el mundo.
Las tensiones entre Brasil y Ucrania finalmente estallaron a finales del mes de abril, cuando trascendió el interés de Lula de participar en los homenajes en Moscú por los 80 años de la derrota alemana y del final de la Segunda Guerra Mundial. En desacuerdo con la postura neutral exhibida por el gobierno brasileño, Ucrania retiró a su embajador en Brasilia sin designar a un reemplazante.
Zelenski tampoco tuvo suerte en su intento por conseguir helicópteros de origen ruso en Perú con mediación de los Estados Unidos. De hecho, en este país se establecerá próximamente un centro de mantenimiento a nivel latinoamericano para helicópteros de fabricación rusa bajo auspicio de la Rosoboronoexport, la empresa estatal rusa dedicada a la exportación de equipamiento militar.
Tampoco consiguió apoyo por parte de Colombia, ya que el gobierno de Gustavo Petro apoya la iniciativa de paz formulada por Brasil y por China, ni de México, cuya presidenta, Claudia Sheinbaum, rechazó la invitación formulada por el gobierno de Kiev para visitar Ucrania, debido a que la Constitución mexicana señala que la política exterior de ese país debe basarse en la no intervención en asuntos externos y en la resolución pacífica de las controversias.
En la actualidad, el único gobierno con el que Zelenski ha establecido una relación perdurable es con el de Daniel Noboa, en Ecuador, con quien atravesó un episodio para el olvido cuando en los primeros meses de 2024, su administración pretendió enviar equipo militar ruso a Estados Unidos (calificado como “chatarra” por Quito) para desde allí ser trasladado al frente ucraniano.
Recientemente, Zelenski felicitó por teléfono a su par cuando éste obtuvo su reelección, e incluso se animó a plantear públicamente la firma de un tratado de libre comercio (TLC) entre Ecuador y Ucrania. Pero el presidente ecuatoriano decidió no expedirse sobre una propuesta que difícilmente podría ser llevada adelante, no sólo por las similitudes entre ambas economías, sino además por el riesgo de perder a un importante aliado comercial como Rusia, uno de sus principales compradores de bananos y de flores, en caso de que el trámite siguiera adelante.
La relación entre los dos gobiernos sigue en pie, aunque sostenida a partir de iniciativas meramente formales, respecto a la futura apertura de la embajada ucraniana en Quito, o directamente sin mayor peso político, como la conversación vía zoom que recientemente tuvo lugar entre Zelenski y un grupo de estudiantes de distintas universidades ecuatorianas.
Sin el predicamento que ostentaba hasta hace medio año, sin tampoco la atención que recibía por parte de los medios de comunicación de los principales países occidentales y, sobre todo, sin el apoyo directo de la presidencia de los Estados Unidos, hoy el gobierno de Ucrania se recuesta, militarmente, en aquellos mandatarios europeos que también se caracterizan por sus profundos sentimientos anti rusos pero que deploran el alejamiento de Washington de esta guerra.
Hoy resulta claro que las pretensiones de Kiev por establecer sólidas relaciones políticas con América Latina evidenciaron desde un principio la debilidad de la propuesta, sustentada sobre todo por la búsqueda de exiguos apoyos militares que, salvo algunos pocos gobernantes destemplados, terminaría siendo rápidamente desechada por la suma de mandatarios de la región, preocupados por mantener la neutralidad frente a un conflicto sin mayor asidero con nuestra realidad.
Cortesía de Página 12
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