En algún momento de los ‘90, justo cuando el grunge moría y el brit-pop reciclaba las joyas de la abuela del rock/pop británico de los ‘60 y ‘70, estuvieron los que creyeron encontrar un futuro en pasados inauditos e incluso desusados por el rock. Las bandas de sonido, la música concreta y la library music -esto es la música diseñada específicamente para ser utilizada en producciones de cine, televisión, radio y otros medios, que se licenciaba a los clientes a través de una biblioteca musical- pasaban a ser parte de carrocerías insospechadas, igual que géneros paralelos a la historia del rock como el easy listening y la exotica de Esquivel y Martin Denny.
Música fuera de canon en el momento de ser concebida, era paralela a un dibujo animado clave como Los Supersónicos (Hanna-Barbera, 1962) que imaginaba los avances tecnológicos y los modos de vida que, supuestamente, arribarían con el cambio de milenio. Sin ir más lejos, la mitad del nombre de otra banda clave de los ‘90, nuestros Babasónicos, partía de esa tira animada que pudo verse en la televisión abierta hasta entrados los ‘80. Stereolab, o el proyecto que desde 1990 por el inglés Tim Gane y la francesa Laetitia Sadier, por entonces pareja y que habían tenido una banda previa llamada McCarthy, es la proyección más latente de aquel retrofuturismo.
Y acaso porque la más original forma de hacer rock, ese guiso que remite a una cultura caníbal como dice el Indio Solari, es combinando estilos preexistentes. Así fue como echando mano a teclados considerados entonces vetustos (luego vintage) como farfisas o moogs y a una forma de dinamizar el pop más directo de los ‘60, vehiculizado dentro del beat maquinalmente orgánico de bandas alemanas como Neu! y con textos marxistas rondando sus letras.
Como mejunje, lo suyo complejo en lo teórico y efectivo en lo práctico. Su música es directa, armónica, bailable por momentos, como se lo hicieron saber los fans porteños en la noche del martes en el C Art MEdia, en otra loable producción de Indie Folks. Y así como está compuestos de todos esos oximorones que nombrábamos (llaman a una canción John Cage Bubblegum, la Biblia y el Calefón estilística del siglo XX en un mismo titulo) han hecho una carrera que supieron empezar a interrumpir a principios de este milenio y de la que están despertando con el admirable Instant Holograms on Metal Film (2025), su primer disco en quince años, y el que vinieron a presentar a Buenos Aires luego de una ausencia de un cuatro de siglo.
Sadier tiene una presencia escénica particular, concreta y aparentemente fría, pero consustancial con el repertorio, incluso cuando toma el trombón para remarcar acentos. Su voz está felizmente apoyada por la del bajista español Xavier Muñoz Guimerà, todo un hallazgo también como instrumentista. Gane, el guitarrista, hace las veces de director musical y patrón rítmico. El repertorio estuvo apoyado en su nuevo disco, pero los clásicos que fueron destilando remarcaban las diferentes etapas de la banda. Así como Peng! 33 alude a sus primeros pasos, más ruidosos y primitivos, Percolator (del disco Emperor Tomate Ketchup, 1996) recuerda el paso intermedio donde la banda quiso aceitar un poco su engranaje con un giro al funk.
Sin la ampulosidad de unos Massive Attack, en determinado momento ella aprovechará para dejar, como al pasar, una postura política. “¿Qué opinan de la revolución? ¿Debe ser con violencia o sin? En una época, los revolucionarios le cortaron la cabeza a los reyes, pero después vinieron otros que hicieron lo mismo con ellos. Así, se torna una rueda eterna de violencia que no termina nunca. Creo que es un debate que tenemos que abordar”. Todo seguirá con más música, con un público muy hipster, si, plagado de profesionales del diseño gráfico y otros oficios liberales llevados con algún éxito, pero muy enfocado, cálido y conocedor, que llegó a llevar hasta el pogo melodías que todavía vienen de algún pasado pero que suenan a futuro no consumado.
Cortesía de Clarín
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