
La presidenta Claudia Sheinbaum habló ayer 5 de octubre, en el Zócalo de la CDMX por el primer aniversario de su gobierno. No presentó un informe técnico ni hizo autocrítica alguna. Fue un discurso pronunciado en un multitudinario mitin planeado para reforzar su autoridad política y cerrar filas con el lopezobradorismo, consolidando la idea de continuidad. En eso cumplió plenamente su objetivo.
El discurso fue largo, solemne, ordenado y de tono claramente emocional. Predominaron los datos que su gobierno considera logros: baja inflación, empleo récord, inversión extranjera en aumento y una reducción histórica de la pobreza. Como otros gobernantes en todo el mundo, la presidenta eligió ver el vaso lleno. No mintió, pero describió un país más estable de lo que realmente es. No habló del déficit público ni de la inseguridad que aún golpea regiones enteras. Tampoco tenía por qué hacerlo: ese no era el propósito del evento.
En el fondo, su mensaje no fue económico sino político, porque quiso dejar claro que la Cuarta Transformación sigue viva, ahora con su sello: menos confrontacional, más metódico e institucional. Repitió una vez tras otra que “no gobierna sola” y que Andrés Manuel López Obrador fue, es y será un ejemplo a seguir. La lealtad quedó intacta, aunque esa misma insistencia reafirma lo que muchos opinan: que aún gobierna bajo la sombra de su antecesor y padrino político.
Hubo destinatarios claros. A López Obrador, un homenaje. A los simpatizantes de Morena, un recordatorio de que los programas sociales continúan. A los empresarios, la promesa de estabilidad. A las Fuerzas Armadas, gratitud y confianza. A los críticos, la defensa anticipada: “en México no hay censura ni represión”. Y entre líneas, una advertencia: “el poder no es para enriquecerse”. Este último mensaje también estuvo dirigido a aquellos morenistas que olvidaron la medianía republicana, viven como si el cambio fuera sólo para los demás y han sido exhibidos públicamente.
El tono triunfalista no es un rasgo personal de la presidenta ni una rareza mexicana. Todo gobernante, en cualquier época y de cualquier tendencia política, tiende al triunfalismo en sus aniversarios. Nadie usa un Zócalo lleno o un evento visto por millones a través de los medios y las redes sociales para enumerar limitaciones y fracasos. La liturgia del poder exige celebrar, no dudar. Lo excepcional sería oír a un gobernante admitir errores ante miles de simpatizantes.
La oratoria fue correcta, la retórica eficaz y el mensaje cumplió su cometido: reforzar la idea de continuidad, estabilidad y rumbo controlado. El público que la apoya encontró confirmación de que todo marcha bien; quienes la observan con distancia vieron a una presidenta firme pero prudente. No hay épica ni ruptura: hay administración del poder.
En política, los aniversarios no se usan para rendir cuentas. Sirven para proyectar fuerza y dirección. Claudia Sheinbaum lo sabe, y por eso su discurso no buscó convencer a nadie nuevo, sino mantener viva la narrativa del éxito y del rumbo correcto ante el 70% a 80% de los mexicanos que aprueban su gestión.
No emocionó, pero tranquilizó. Y en un país donde el miedo al retroceso pesa más que la esperanza del cambio, la tranquilidad también es una forma de ejercer y afianzar el poder.
Facebook: Eduardo J Ruiz-Healy
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Cortesía de El Economista
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