Durante muchos años, la biología evolutiva se sostuvo sobre la idea de que la mayoría de los cambios que ocurren en las proteínas pasan desapercibidos y no tienen un impacto real en la vida de los organismos. Esto acaba de ponerse a prueba. Un trabajo publicado en la revista Nature Ecology & Evolution plantea que la evolución puede estar llena de mutaciones útiles que, paradójicamente, casi nunca dejan huella duradera en los genomas. El resultado es un nuevo marco para entender cómo cambian los seres vivos en un mundo que no se detiene.
Ese supuesto permitió interpretar durante años los genomas como registros mayormente neutrales, donde el azar tenía un papel central y la adaptación parecía un proceso lento y excepcional. Sin embargo, nuevos datos experimentales obligan a revisar esa lectura, al mostrar que las mutaciones con efectos positivos no solo existen, sino que aparecen con una frecuencia mayor a la esperada, aunque su efecto sea breve. Así, lo que parecía estabilidad genética podría ser en realidad el resultado visible de una adaptación constante que no logra fijarse en el tiempo.

La teoría que parecía explicarlo todo
La llamada teoría neutral de la evolución molecular sostenía que la mayoría de los cambios genéticos no son ni buenos ni malos. Era una explicación elegante y muy convincente. Según este enfoque, las mutaciones beneficiosas eran tan raras que apenas influían en la historia larga de los genomas, mientras que la deriva genética hacía el resto del trabajo silencioso.
Esa idea encajaba bien con lo que se veía al comparar genomas de distintas especies: muchas diferencias, pocos signos claros de selección. Durante años, la teoría neutral fue una herramienta clave para interpretar la evolución sin necesidad de suponer adaptación constante.
Sin embargo, esa visión dependía de un supuesto crucial: que las mutaciones útiles casi no existen. Y ahí es donde el nuevo estudio introduce la duda. Si ese pilar falla, toda la interpretación necesita ser revisada.
Un experimento que mira mutación por mutación
Los autores analizaron de manera sistemática más de 12.000 mutaciones que alteran aminoácidos en 24 genes pertenecientes a distintos organismos, tanto simples como complejos. El enfoque fue exhaustivo y controlado, con experimentos diseñados para observar el efecto de cada cambio genético por separado, sin inferencias indirectas ni suposiciones teóricas.
Mediante pruebas de laboratorio, los investigadores midieron cómo cada mutación influía en el funcionamiento del organismo dentro de un entorno específico, evaluando de forma directa si ese cambio mejoraba, empeoraba o no modificaba su rendimiento biológico.
Más del 1 % de las mutaciones analizadas mostró efectos beneficiosos, una proporción considerablemente más alta de lo que predecían los modelos clásicos de la evolución molecular. En términos simples, el estudio reveló que las mutaciones capaces de mejorar el desempeño no son excepciones casi imposibles, sino eventos relativamente frecuentes cuando se observan a este nivel de detalle. Si ese mismo patrón se trasladara sin restricciones al proceso evolutivo a largo plazo, la consecuencia lógica sería que la gran mayoría de los cambios en las proteínas deberían reflejar adaptación.
Sin embargo, cuando se observan los genomas reales y se comparan entre especies, ese escenario no aparece. El registro genético muestra patrones que siguen pareciendo mayormente neutrales, sin señales claras de una adaptación masiva y constante.
Esa contradicción es el núcleo del problema que plantea el estudio y la razón por la que los autores proponen una nueva explicación. La pregunta ya no es si existen mutaciones útiles, sino por qué, siendo relativamente comunes, casi nunca dejan una huella permanente en la historia evolutiva.

La clave está en el ambiente que no se queda quieto
La respuesta que proponen los investigadores se basa en una idea simple: los ambientes cambian. Y cambian más rápido de lo que solemos asumir. Una mutación que hoy es beneficiosa puede dejar de serlo cuando las condiciones varían. Además, una misma mutación puede ayudar en un contexto y perjudicar en otro, un fenómeno conocido como pleiotropía antagonista. No hay mutaciones “buenas para todo”. Ese doble filo hace que muchas ventajas sean temporales.
El resultado es un proceso continuo de ajuste fino, llamado “seguimiento adaptativo”. La adaptación ocurre, pero no se consolida. Las mutaciones útiles aparecen, funcionan un tiempo y luego desaparecen antes de fijarse en la población.
Evolución activa que parece quieta
Cuando se observan los genomas desde una perspectiva amplia y comparativa, el patrón dominante sigue pareciendo neutral, como si los cambios genéticos se acumularan sin una dirección clara.
Esa impresión, sostienen los autores, es engañosa y responde más a una limitación de la mirada que a la ausencia real de adaptación. Lo que queda registrado en el ADN es solo el saldo final, no el proceso completo, y ese saldo puede ocultar una intensa actividad evolutiva que ocurre a corto plazo y desaparece antes de consolidarse.
Para sostener esta interpretación, el estudio combina simulaciones de genética de poblaciones con resultados obtenidos en experimentos controlados con organismos reales. En ambos casos, los modelos muestran que las mutaciones beneficiosas surgen con frecuencia y contribuyen a la adaptación inmediata, pero rara vez permanecen el tiempo suficiente como para fijarse. La adaptación no se detiene, simplemente se reinicia, porque cada cambio ambiental modifica qué mutaciones resultan útiles y cuáles dejan de serlo.
Este enfoque obliga a repensar la manera en que se entiende la evolución biológica. En lugar de avanzar hacia un estado óptimo y estable, las especies parecen moverse dentro de un equilibrio frágil y transitorio, ajustándose una y otra vez a condiciones que cambian más rápido que los genes. La evolución, en este marco, no busca una meta final, sino que responde de forma continua a un entorno que nunca ofrece las mismas reglas por demasiado tiempo.

Lo que este giro significa para entender la vida
Este nuevo marco teórico no descarta la teoría neutral que ha dominado la biología evolutiva durante décadas, pero sí la reubica dentro de un contexto más amplio. La neutralidad deja de ser el punto de partida y pasa a entenderse como una consecuencia visible de procesos más complejos. Lo que aparenta ser ausencia de selección puede, en realidad, reflejar una adaptación intensa pero efímera, impulsada por mutaciones que funcionan solo durante un período limitado antes de perder su ventaja.
Desde esta perspectiva, muchas poblaciones naturales podrían estar menos ajustadas a su entorno de lo que tradicionalmente se asumía, aunque no por falta de capacidad evolutiva.
Las condiciones cambian antes de que la adaptación pueda consolidarse. La evolución no avanza hacia una meta fija, sino que responde de forma continua a desafíos que se transforman constantemente, obligando a los organismos a adaptarse una y otra vez sin llegar a un equilibrio duradero.
Este enfoque también plantea nuevas preguntas para la investigación futura, especialmente sobre cómo leer los genomas y qué pueden decirnos realmente sobre la historia evolutiva. Si los genes conservan solo una parte del proceso, será necesario complementarlos con experimentos, modelos y observaciones en tiempo real.
Comprender la evolución implica atender al proceso en marcha, no solo al resultado congelado que queda escrito en el ADN, un cambio de mirada que podría ser tan relevante como el propio descubrimiento.
Referencias
- Song, S., Chen, P., Shen, X. et al. Adaptive tracking with antagonistic pleiotropy results in seemingly neutral molecular evolution. Nat Ecol Evol 9, 2358–2373 (2025). doi: 10.1038/s41559-025-02887-1
Cortesía de Muy Interesante
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