Un hallazgo ‘escondido’ en un museo revela un impacto de asteroide de hace 11 millones de años… pero los científicos no saben dónde está el cráter

Un tipo de vidrio natural que nadie esperaba encontrar ha aparecido en colecciones olvidadas del sur de Australia. Ahora, los científicos creen que estas piezas podrían ser las huellas de un impacto colosal de un asteroide del que hasta hoy no sabíamos nada.

La historia comienza en un museo. Durante décadas, una serie de pequeños fragmentos de vidrio negro, apenas del tamaño de una moneda, descansaban en las vitrinas del South Australian Museum en Adelaide. Clasificados como una forma de tectita asociada a un conocido impacto ocurrido hace unos 780.000 años, nunca llamaron demasiado la atención. Hasta que alguien decidió mirar más de cerca.

Lo que los investigadores descubrieron desafía lo que creíamos saber sobre los grandes impactos cósmicos en la historia reciente de la Tierra.

Un vidrio distinto a todos los demás

Las tectitas son fragmentos de vidrio natural que se forman cuando un meteorito impacta la superficie terrestre con tal violencia que funde las rocas del suelo. Ese material fundido es lanzado a cientos o incluso miles de kilómetros de distancia, enfriándose rápidamente en el aire antes de caer al suelo en lo que se conoce como “campos de dispersión”.

Las más conocidas son las encontradas por millones en zonas que van desde el sudeste asiático hasta Australia. Pero los fragmentos que acaban de ser estudiados no encajan con esta categoría. Tienen una composición química distinta, una densidad más alta, niveles inusuales de ciertos metales como níquel y cromo, y sobre todo, una edad mucho más antigua: unos 10,76 millones de años.

Las tectitas recién identificadas, también conocidas como “vidrio cósmico”
Las tectitas recién identificadas, también conocidas como “vidrio cósmico”. Foto: Earth and Planetary Science Letters (2025)

Este hallazgo no solo implica un nuevo evento de impacto desconocido hasta ahora. También sugiere la existencia de un sexto campo de tectitas a nivel global, completamente diferente del resto.

Una investigación que comenzó con una sospecha

La pista inicial provino de un trabajo de 1969 que ya había señalado la existencia de algunos fragmentos de composición extraña en colecciones australianas. Aquellos objetos, apenas ocho, fueron descartados durante años como rarezas sin mayor importancia.

Más de medio siglo después, un equipo internacional liderado por la geóloga Anna Musolino, con participación de científicos de la Universidad Aix-Marseille en Francia y de la Curtin University en Australia, decidió investigar a fondo. Revisaron más de 5.000 muestras, seleccionando aquellas con densidad y propiedades magnéticas atípicas.

De ese filtrado salieron 417 tectitas sospechosas. Finalmente, seis de ellas destacaron como químicamente distintas de todo lo conocido. Su datación, basada en la técnica de argón-argón, confirmó una edad de 11 millones de años. Un impacto muy anterior y con origen claramente diferente.

Los investigadores propusieron entonces crear una nueva categoría: las “ananguitas”, en honor al pueblo aborigen Anangu, cuya tierra ancestral alberga muchos de estos hallazgos. La propuesta fue aceptada y publicada recientemente en la revista Earth and Planetary Science Letters.

¿Dónde está el cráter?

Si hubo un impacto colosal capaz de generar un campo de tectitas de casi 900 kilómetros de longitud, debió dejar un cráter. Pero hasta ahora, nadie lo ha encontrado.

Los científicos han analizado la composición geoquímica de las ananguitas y han comparado sus elementos traza con rocas volcánicas de diferentes regiones del Pacífico. Los resultados apuntan a zonas de intensa actividad volcánica como Luzón (Filipinas), Sulawesi (Indonesia) y Papúa Nueva Guinea. Todas ellas regiones que, por su geología compleja y su dinamismo tectónico, podrían haber ocultado o destruido cualquier cráter en millones de años.

La hipótesis más plausible es que el impacto tuvo lugar en una zona de arco volcánico activo. El calor y los materiales que forman las ananguitas indican que las rocas fundidas provenían del manto terrestre, lo cual refuerza esta idea. Pero sin una estructura circular visible, todo son conjeturas.

El tiempo, la erosión, la actividad tectónica o incluso la lava de posteriores erupciones pueden haber borrado por completo el rastro físico del cráter.

Fragmentos de vidrio natural hallados en Australia podrían ser la única evidencia visible de un antiguo impacto de asteroide que cambió la historia geológica de la Tierra
Fragmentos de vidrio natural hallados en Australia podrían ser la única evidencia visible de un antiguo impacto de asteroide que cambió la historia geológica de la Tierra. Foto: Istock/Christian Pérez

Una cápsula del tiempo en forma de vidrio

A pesar de que el cráter aún es un misterio, las ananguitas nos hablan de un momento preciso del pasado geológico de la Tierra. Son fragmentos que capturaron en su interior las huellas químicas y físicas de una explosión tan poderosa que transformó rocas sólidas en vidrio fundido en segundos.

Contienen inclusiones de lechatelierita, un tipo de sílice amorfa que solo se forma a temperaturas extremadamente altas. Su bajo contenido en agua descarta un origen volcánico, y su composición isotópica es distinta de cualquier otra tectita conocida.

Además, los niveles elevados de metales como el níquel y el cobalto apuntan a una clara contaminación extraterrestre: restos del meteorito que chocó contra la Tierra hace más de 10 millones de años.

¿Cuántas más esperan ser descubiertas?

Una de las conclusiones más fascinantes del estudio es que estos objetos estaban allí todo el tiempo. Ocultos, etiquetados erróneamente, o simplemente ignorados. Esto abre la puerta a un sinfín de posibilidades.

Es muy probable que existan más ananguitas en otras colecciones de museos, universidades o incluso entre las posesiones de coleccionistas privados. Fragmentos que podrían ayudar a reconstruir un evento cósmico olvidado por la historia, pero impreso en el vidrio de estos pequeños testigos.

El descubrimiento también nos recuerda lo poco que aún sabemos sobre los grandes impactos del pasado. Y lo fácil que es perder de vista lo extraordinario cuando lo clasificamos mal.

Cortesía de Muy Interesante



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