Durante siglos, los restos de dos antiguos navíos yacían sumergidos frente a las costas del Caribe costarricense, envueltos en leyendas de piratas y tesoros perdidos. Pero lo que buzos locales y pescadores creían que eran restos de corsarios terminó revelando una historia mucho más oscura, trascendente y olvidada: los restos identificados son, en realidad, dos barcos esclavistas daneses que naufragaron en 1710 cargando cientos de personas africanas esclavizadas. Un hallazgo que cambia radicalmente la memoria histórica de la región y conecta inesperadamente a Costa Rica con el tráfico transatlántico de esclavos del siglo XVIII.
Del mito pirata a la cruda realidad colonial
La costa sur del Caribe costarricense, cerca del Parque Nacional Cahuita, ha sido testigo durante generaciones de rumores sobre embarcaciones hundidas. La versión popular hablaba de piratas, enfrentamientos y naufragios. Incluso algunos restos visibles en aguas someras reforzaban esta narrativa, con maderas rotas y ladrillos desperdigados que alimentaban la imaginación. Sin embargo, fue en 2015 cuando arqueólogos subacuáticos detectaron un detalle que despertó nuevas preguntas: ladrillos amarillos con características inusuales. Fabricados en Flensburgo, en la actual Alemania, estos ladrillos eran utilizados en las colonias danesas del Caribe, lo que encendió la alerta entre investigadores.
Tras una década de investigaciones, excavaciones científicas y análisis forenses, un equipo liderado por el Museo Nacional de Dinamarca y apoyado por instituciones costarricenses ha confirmado que los restos pertenecen a los buques daneses Fridericus Quartus y Christianus Quintus. Ambos habían partido de Copenhague en 1708 como parte del lucrativo —y brutal— negocio de la trata de personas africanas. Recalaron en Ghana para cargar su “mercancía humana” y zarparon con rumbo a las Antillas danesas. Nunca llegaron a su destino.
Naufragio, motines y esclavitud en tierra firme
Los documentos de la época ya registraban que dos barcos esclavistas daneses se habían perdido en las aguas del Caribe en 1710, pero no se sabía con precisión dónde. Según los archivos daneses, una serie de errores de navegación, condiciones climáticas extremas y conflictos a bordo culminaron en una tragedia. En lugar de arribar a la isla de Saint Thomas, los barcos terminaron en las aguas costarricenses, desorientados y vulnerables. Una de las embarcaciones fue incendiada, posiblemente como resultado de un motín o sabotaje. La otra fue arrastrada por el oleaje tras cortarse la cuerda del ancla.

Entre los restos arqueológicos recuperados, los investigadores han hallado madera carbonizada, ladrillos flensburguenses y pipas de arcilla de fabricación neerlandesa, todas ellas compatibles con la época y las rutas comerciales danesas. La datación dendrocronológica —a través de los anillos de los árboles usados en la construcción naval— ha confirmado que los barcos fueron construidos con robles talados en la región del mar Báltico entre 1690 y 1695. Todo encaja con los registros históricos.
Los barcos transportaban, según los cálculos, unas 690 personas esclavizadas. De ellas, unas 100 fueron capturadas posteriormente por colonos en la zona de Matina y forzadas a trabajar en plantaciones de cacao. Pero la gran mayoría, unas 600 personas africanas, se asentaron de facto en el Caribe costarricense, alterando para siempre el tejido étnico y cultural de la región.
Afrodescendencia en Costa Rica: una historia más antigua de lo que se creía
Hasta ahora, se pensaba que la población afrodescendiente costarricense se había asentado en el Caribe en el siglo XIX, proveniente en su mayoría de Jamaica y otras islas anglófonas, como parte del desarrollo del ferrocarril y el cultivo del banano. El hallazgo arqueológico cambia por completo esta visión: demuestra que ya en 1710 existía una comunidad afro presente en las costas de Limón, más de un siglo antes de lo registrado oficialmente. Y no por migración voluntaria, sino como resultado directo del sistema esclavista europeo.
El impacto del hallazgo es tanto científico como emocional. Familias de la zona han comenzado a descubrir, a través de archivos y estudios genealógicos, que sus raíces se remontan a estos naufragios. En uno de los casos más representativos, una mujer de Cartago ha podido trazar su linaje hasta un hombre africano llamado Miguel Maroto, esclavizado en uno de los barcos daneses y dejado en las playas de Cahuita hace más de 300 años. Hoy, su descendencia vive con una conciencia nueva sobre su origen.
El descubrimiento no solo ha abierto un nuevo capítulo en la historia de Costa Rica, sino que también ha permitido a las comunidades locales, muchas de ellas integradas por jóvenes buceadores afrodescendientes y pueblos originarios, recuperar un pasado negado. Esta recuperación ha sido posible gracias a la colaboración entre arqueólogos, instituciones culturales y organizaciones comunitarias como Embajadores y Embajadoras del Mar, que ha desempeñado un papel clave en la documentación y protección del sitio.

Un legado compartido entre Dinamarca y América
El caso de los barcos daneses hundidos en Costa Rica pone de relieve una historia muchas veces omitida: la participación activa de Dinamarca en el tráfico de esclavos. Aunque no tan conocida como la trata inglesa, francesa o española, la corona danesa operaba con intensidad en la costa occidental africana y mantenía colonias en el Caribe donde la esclavitud era la base del sistema económico. Los barcos Fridericus Quartus y Christianus Quintus eran parte de esa red brutal.
El proyecto, liderado por el centro de investigación marítima Njord del Museo Nacional de Dinamarca, busca ahora excavar otros naufragios daneses en el extranjero. Pero este caso, por su relevancia cultural y humana, ha captado una atención inusitada. No se trata solo de recuperar barcos hundidos, sino de recomponer las piezas rotas de historias humanas, identidades fragmentadas y memorias silenciadas.
La historia, muchas veces contada desde los centros de poder, encuentra en estos restos sumergidos una nueva voz. Una voz que emerge desde el fondo del mar para narrar un pasado violento, sí, pero también una historia de supervivencia, resistencia y legado. En las aguas cálidas de Cahuita, entre corales y peces tropicales, los tablones podridos de los navíos esclavistas daneses cuentan ahora la historia que el océano se había guardado durante más de tres siglos.
Cortesía de Muy Interesante
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