“Un largo y próspero futuro juntos”

 Las conmemoraciones de las victorias militares suelen operar en dos planos: si por una parte operan en el campo emotivo y sirven para reconstruir y mantener vigente la memoria colectiva sobre el pasado, por el otro apelan al presente y otorgan un sentido de identidad con una orientación política claramente definida.

La reciente cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), realizada en la ciudad china de Tianjin (foto, Putin, Modi y Xi) entre el 31 de agosto y 1° de septiembre y, todavía más, los festejos por los ochenta años de la derrota de Japón y del final de la Segunda Guerra Mundial, celebrada el 3 de septiembre, no sólo recrearon un pasado de gloria para China, Rusia y una veintena de gobiernos aliados: también sirvió para señalar la crisis y la desorientación generalizada en la que se encuentra hoy Occidente y las potencialidades de un bloque de naciones que, aun con sus diferencias internas, aspira a generar un nuevo orden internacional basado en el respeto y en el multilateralismo.

Sin perder un instante, Donald Trump se pronunció en su red Truth Social sobre lo que, según él, era el peor resultado posible de este encuentro: el lamentable acercamiento de Rusia e India a “la China más oscura y profunda”. Fue una declaración nada ingenua frente a la realidad de un conjunto de países con algunas cuentas que saldar ante la política externa de los Estados Unidos y una muestra más de que prima la desconfianza hacia cualquier nación que se atreva a desafiarlos.

Más allá de esta reciente desavenencia, y hasta hace un par de meses, India era un socio político privilegiado por parte de los Estados Unidos. A Nueva Delhi se le permitían sus buenas relaciones con Moscú y una equilibrada dinámica con Beijing, debido a su orientación prooccidental y a que uno de sus principales objetivos políticos era el permanente diálogo con Washington, más allá de los entramados y de las coaliciones de los que formara parte.

Sin embargo, la guerra comercial desenvuelta por la Casa Blanca, y que tiene a China por principal objetivo a derrotar, terminó por detonar su relación con el Primer Ministro Narendra Modi, resquebrajando de este modo una de las principales alianzas estratégicas a nivel global.

A fines de julio, la administración republicana fijó aranceles del 25% a los productos provenientes de la India. Además de la medida económica, el gobierno de Modi debió tolerar que Trump, en su ambición por obtener el Premio Nobel de la Paz, se arrogara la firma del reciente acuerdo entre India y Pakistán que momentáneamente frenó el largo conflicto fronterizo entre ambas naciones.

Sin embargo, todo estalló a fines de agosto, cuando Estados Unidos aumentó los aranceles a las exportaciones indias al 50% bajo el argumento de que India había lucrado comprando y revendiendo petróleo de origen ruso, desafiando de ese modo las sanciones impuestas con el inicio de la guerra abierta en Ucrania desde febrero de 2022.

El gobierno de Modi se refirió puntualmente al ensañamiento de Trump, ya que ni China, el principal comprador de petróleo ruso, ni Turquía, el tercer mayor comprador, fueron afectados con aranceles similares.

Las continuas provocaciones desde la Casa Blanca para con quien hasta hace pocos meses era uno de los principales interlocutores en el continente asiático no han hecho más que fortalecer el arraigado nacionalismo indio y, todavía más, revitalizar un sentimiento antiestadounidense que, en su exacerbación, convocó también al boicot de productos provenientes de los Estados Unidos.

Las relaciones entre Nueva Delhi y Washington hoy se encuentran en su punto más bajo en décadas: por el momento se encuentra suspendida una visita de Trump a la India, que debía concretarse en octubre, y está en suspenso la próxima cumbre del Quad (Quadrilateral Security Dialogue), una alianza defensiva integrada además por Australia y Japón, y dedicada a la vigilancia de China en la región del Indo-Pacífico.

Con estos antecedentes, no sorprende ni la participación protagónica de India en el reciente cónclave de la OSC ni mucho menos, su visible acercamiento a los dos líderes con mayor capacidad de presión sobre la política de Estados Unidos: Xi Jinping y Vladimir Putin. El mensaje fue dirigido a Trump y resultó inequívoco: India estaba dispuesta a llevar adelante un cambio en su política exterior generando profundas resonancias geopolíticas.

Más que con China, con la todavía existen tensiones y conflictos territoriales sin resolver, la renovada postura crítica de la India resulta principalmente beneficiosa para Rusia, que apunta a aumentar el comercio bilateral entre ambas naciones de los actuales 70 mil millones de dólares a más de 100 mil millones en 2030.

En medio de las sanciones impuestas por Occidente, Rusia tendría acceso a otro importante proveedor de bienes de consumo, en tanto que el gobierno indio ya avisó que aumentaría los volúmenes y las cuotas de petróleo ruso que regularmente adquiere, por supuesto, ya sin el control por parte de los Estados Unidos.

Pero el giro estratégico de India no sólo impactaría en la economía estadounidense: sus derivaciones podrían tener repercusiones de todo tipo a nivel de la economía global.

Existe el riesgo de que, si el conflicto arancelario se profundiza y se traduce en sanciones financieras más severas, las crecientes inversiones de India se desvíen de Estados Unidos y de los países más industrializados de Europa y se redireccionen hacia Rusia y China, afectando principalmente a sectores clave para la economía de Occidente como el automotriz, el farmacéutico, el de la tecnología de la información y el de las telecomunicaciones.

Además, a mediano plazo, la nueva apuesta de India podría provocar una mayor cohesión en la OCS y, más aún, en el bloque de los BRICS, conformado originalmente por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, y a los que últimamente se ha incorporado un diverso conjunto de economías en crecimiento, compuesto por Egipto, Etiopía, Irán, Indonesia y los Emiratos Árabes Unidos.

La participación más activa del gobierno de Modi en el proceso de fortalecimiento de este bloque contrahegemónico, de hecho, aceleraría el establecimiento de mecanismos técnicos, que los BRICS ya vienen aplicando de manera acotada, para el fortalecimiento de las monedas locales en detrimento del dólar estadounidense, en una propuesta a largo plazo que, sin duda, impactaría más ampliamente en la economía del Sur Global.

En medio de la violenta redefinición de la economía global que actualmente lleva adelante Estados Unidos a través de una iniciativa inconsulta que sólo busca el beneficio de una potencia en decadencia a costa de las necesidades del resto del planeta, provocando así mayores inequidades y desigualdades, resulta muy difícil no coincidir con el deseo de Trump y desearles de igual modo a Rusia, India y China (y fuera de toda ironía) “¡Qué tengan un largo y próspero futuro juntos!”.

Cortesía de Página 12



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