Pésimas noticias le llegan al gobierno de Javier Milei desde el Vaticano. Si esperaba, como todo su círculo de asesores y publicistas, la aparición de un Papa que abandonara el camino iniciado por Francisco, la elección del cardenal estadounidense, nacionalizado peruano, Robert Prevost, es un duro golpe para el presidente. Porque al León de la crueldad, del despojo y la represión a los pobres y ancianos y del saqueo y entrega de nuestros recursos naturales le salió un majestuoso León que se ubica en sus antípodas.
Un Papa que eligió su nombre a partir de dos referencias: León XIII, autor de la primera carta encíclica de un pontífice católico, la Rerum Novarum, del año 1891, cuyo título puede traducirse como “De las cosas nuevas”, o también, menos literalmente, “De las cosas de nuestro tiempo”, y que lleva como subtítulo “Sobre la situación de los obreros.” Pero me arriesgaría a pensar que el nuevo Papa tuvo también como fuente de inspiración el nombre del compañero y amigo más famoso de San Francisco de Asís, fray León.
Que hubiera dirigido su mensaje en italiano, y una pequeña parte en castellano, es un indicio harto relevante; un homenaje a sus veinticinco años de misión pastoral transcurridos en Chiclayo, Perú; un mensaje de su fidelidad a los pobres de este mundo y una señal de que intentará seguir -habrá que ver si la reacción conservadora dentro y fuera de la Iglesia Católica lo deja, o le aplica la medicina que liquidó a Juan Pablo I en apenas 33 días- por el camino trazado por Francisco.
Esto de erigirse de alguna manera como el continuador de León XIII es muy significativo porque fue ese pontífice quien puso sobre la mesa la llamada “cuestión social” que la Iglesia, absorta en “la otra vida”, había negado sistemáticamente. Justo un año antes el canciller Bismarck deroga la legislación antisocialista en Alemania y los partidos y sindicatos socialistas venían creciendo vigorosamente por toda Europa. Ante ello, León XIII, una persona austera y muy alejada del boato tradicional del Vaticano, se decidió a formular un planteamiento alternativo al que proponían aquellas organizaciones de izquierda. Obviamente que no lo hizo a partir de una cuidadosa lectura de Marx, aunque el pensamiento socialista ya flotaba en el “clima de época” y el Manifiesto del Partido Comunista, ya traducido a varias lenguas europeas, se vendía en cada edición por decenas de miles de ejemplares.
León XIII cayó en la cuenta del impacto destructivo que el capitalismo tenía sobre la sociedad y frente a lo cual las letanías católicas que hablaban sobre la vida más allá de este “valle de lágrimas” nada tenían para ofrecer en tiempos tan turbulentos como esos. Su encíclica sentó las bases de la doctrina social de la Iglesia cuyo objetivo era moderar o eliminar los “abusos” del sistema capitalista pero sin cuestionar sus fundamentos. Para ello habría que esperar más de medio siglo, cuando aparecieron los primeros brotes de lo que luego sería la Teología de la Liberación. Pero aún con estas limitaciones, este lúcido vástago de una familia de la pequeña nobleza romana supo pergeñar, en su famosa encíclica, algunas frases indigestas para nuestro León amaestrado por el imperio y los magnates de este país. Dice en uno de los pasajes de su escrito que “tengan presente los ricos y los patronos que oprimir para su lucro a los necesitados y a los desvalidos y buscar su ganancia en la pobreza ajena no lo permiten ni las leyes divinas ni las humanas. Y defraudar a alguien en el salario debido es un gran crimen, que llama a voces las iras vengadoras del cielo.” ¡Fuerzas del cielo, en guardia!” Y, más adelante, plantea que es tarea de los gobernantes “aliviar grandemente la situación de los proletarios, y esto en virtud del mejor derecho y sin la más leve sospecha de injerencia, ya que el Estado debe velar por el bien común como propia misión suya.”
Por lo tanto, el topo que se arrogó la bárbara misión de destruir al Estado desde dentro debería tomar nota de lo dicho por León XIII y el remate de su argumento cuando afirma que “entre los deberes, ni pocos ni leves, de los gobernantes que velan por el bien del pueblo, se destaca entre los primeros el de defender por igual a todas las clases sociales, observando inviolablemente la justicia llamada distributiva.” O, lo que desde mediados del siglo pasado se llama “justicia social”. Para concluir: nuestro León atrasa por lo menos un siglo y medio, extraviado en la densa humareda de las cavernas de los trogloditas. Y no sólo por sus absurdas y erróneas ideas económicas.
Cortesía de Página 12
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