Durante décadas, la explosión cámbrica ha sido considerada el gran hito de la vida compleja en la Tierra: ese momento hace unos 530 millones de años en el que aparecieron de golpe —o eso creíamos— la mayoría de los grandes grupos animales que hoy habitan el planeta. Sin embargo, un reciente hallazgo sugiere que este fenómeno crucial podría haber empezado mucho antes. No millones, sino 15 millones de años antes de lo que se pensaba.
Así lo afirma una investigación publicada en la revista Geology y liderada por Zekun Wang, del Natural History Museum de Londres, y Olmo Míguez-Salas, investigador postdoctoral de la Universidad de Barcelona. Pero este trabajo no se basa en huesos ni caparazones, sino en un tipo de fósil muy especial: las trazas fósiles, esos caminos, surcos o marcas que dejaron antiguos organismos al desplazarse por el fondo marino.
Gracias a una innovadora metodología matemática que permite calcular el tamaño corporal a partir del análisis de la curvatura de estos rastros, los autores han conseguido estimar la longitud y proporciones corporales de sus enigmáticos autores. Y los resultados son sorprendentes: ya hacia el año 545 millones antes del presente, mucho antes del arranque oficial del Cámbrico, existían animales con cuerpos delgados, segmentados y capaces de moverse con precisión en un entorno hostil.
Las huellas del pasado que hablan sin palabras
A diferencia de los fósiles de huesos o conchas, las trazas fósiles —también llamadas icnofósiles— no preservan al cuerpo del animal, sino su actividad. Son vestigios de comportamiento: una madriguera excavada, una huella en el sedimento, un surco en forma de espiral. Y en un tiempo en el que los animales carecían en su mayoría de partes duras, como en el periodo Ediacárico (hace entre 635 y 541 millones de años), estos rastros se convierten en la única forma de asomarse a sus vidas.
Los científicos han analizado más de un centenar de estas trazas de diferentes yacimientos repartidos por el mundo, especialmente aquellas con giros o curvas que permiten estimar cómo era el cuerpo del animal que las produjo. Utilizando una herramienta matemática llamada “escala integral de curvatura”, han descubierto una relación entre la forma del rastro y la longitud del órgano locomotor del animal, lo cual a su vez refleja su longitud mínima corporal.
Los resultados muestran que ya hace 545 millones de años existían organismos con relaciones longitud-ancho muy elevadas, entre cuatro y doce veces su anchura. Esto implica cuerpos alargados y simétricos, similares a los de muchos invertebrados actuales, como gusanos marinos, nematodos o incluso algunos artrópodos primitivos.

Movimiento con propósito
Pero no solo es relevante el tamaño: el estudio apunta a que estos animales tenían un eje anteroposterior bien definido, con una clara distinción entre “cabeza” y “cola”. Esto sugiere que podían desplazarse en una dirección específica y, posiblemente, que contaban con algún tipo de sistema sensorial capaz de guiarles por su entorno.
Este tipo de movimiento dirigido, o locomoción direccional, marca una diferencia evolutiva importante respecto a formas de vida anteriores más estáticas o con desplazamientos aleatorios. Para orientarse, estos seres debían contar con una cierta coordinación nerviosa y muscular, algo que apunta al desarrollo de sistemas nerviosos más complejos e incluso los primeros pasos hacia la cefalización, es decir, la aparición de una “cabeza” funcional.
Todo esto se habría producido en hábitats dominados por alfombras microbianas, un sustrato blando y a menudo inestable donde moverse con eficacia suponía una gran ventaja evolutiva. Según los autores, estas adaptaciones podrían haber desencadenado una diversificación ecológica mucho más temprana que la registrada hasta ahora.
Una explosión que no fue tan repentina
El término “explosión cámbrica” evoca una irrupción súbita de diversidad biológica, como si de la noche a la mañana hubieran aparecido todos los grupos animales modernos. Sin embargo, estudios como este invitan a repensar esa narrativa. Lejos de ser un “Big Bang” abrupto, el surgimiento de la vida compleja parece haber sido un proceso progresivo, con raíces más profundas en el tiempo.
Los rastros analizados por Wang y Míguez-Salas indican que los ingredientes clave de esa explosión —cuerpos segmentados, simetría bilateral, movimiento dirigido— ya estaban presentes mucho antes. Lo que sucedió durante el Cámbrico fue, más bien, una aceleración o intensificación de un proceso que llevaba gestándose millones de años.
Este tipo de investigaciones también muestra el valor de estudiar no solo los fósiles tradicionales, sino también las huellas dejadas por el comportamiento. Las trazas fósiles ofrecen una ventana única a la biología, ecología y evolución de formas de vida de las que no conservamos ningún cuerpo.
Implicaciones para el árbol de la vida
Si los primeros animales complejos surgieron antes de lo pensado, entonces también debemos reconsiderar el momento en que aparecieron los primeros linajes que darían lugar a los grandes grupos de animales actuales: artrópodos, anélidos, moluscos, equinodermos, cordados…
Y más aún: este estudio también plantea que la evolución de cuerpos delgados y simétricos no fue una simple curiosidad anatómica, sino un motor ecológico que permitió a los animales colonizar nuevos espacios, moverse con eficiencia y adaptarse a entornos cambiantes. Esa capacidad de exploración y adaptación pudo ser clave para la posterior diversificación explosiva del Cámbrico.
Por otro lado, la técnica desarrollada por estos investigadores abre nuevas puertas al estudio cuantitativo de la evolución a través de rastros fósiles. Gracias a esta metodología, será posible aplicar el análisis a otras etapas de la historia de la vida, como la diversificación del Ordovícico, otro gran hito evolutivo.

Una historia que se reescribe con cada trazo
A veces, para entender de dónde venimos no hace falta buscar huesos, sino leer cuidadosamente las huellas que el tiempo ha preservado. Y este nuevo estudio nos recuerda que los grandes saltos de la evolución no siempre dejan una marca visible, pero sí una señal en la forma en que los seres vivos se movieron, interactuaron y sobrevivieron.
La explosión cámbrica, uno de los capítulos más fascinantes de la historia de la vida, no fue un fogonazo aislado, sino la culminación de una lenta combustión iniciada mucho antes. Gracias a la ciencia, seguimos aprendiendo a leer las señales que nos dejaron los habitantes más antiguos del planeta.
Referencias
- Zekun Wang et al, Quantitative decoding of Ediacaran locomotory trace fossil morphologies: Evidence for the emergence of slender anterior-posterior body profiles, Geology (2025). DOI: 10.1130/G53332.1
Cortesía de Muy Interesante
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