La caída de los imperios y el colapso de los grandes poderes siguen siendo dos de los temas más debatidos en la historiografía. En las últimas décadas, las teorías sobre las causas que propiciaron el colapso del Imperio romano de Oriente en el siglo VI d.C. han ido más allá de las explicaciones militares o políticas para integrar factores climáticos y epidemiológicos en los análisis. Sin embargo, un reciente estudio liderado por Haggai Olshanetsky y Lev Cosijns desafía estas interpretaciones y propone una nueva lectura de este periodo histórico a través de un exhaustivo análisis arqueológico e histórico.
El colapso del Imperio romano de Oriente: las principales interpretaciones
Abundan los debates históricos que ahondan en las razones que llevaron al colapso del Imperio romano de Oriente en el siglo VI. Las explicaciones más tradicionales se centran en factores militares, económicos y sociales, como las invasiones bárbaras, la corrupción interna y las divisiones políticas. Algunas teorías recientes, sin embargo, han enfatizado los factores ambientales y epidemiológicos.
La tesis climática argumenta que eventos como la llamada “Pequeña edad de hielo de la antigüedad tardía” (Late Antique Little Ice Age, LALIA en inglés) provocaron un enfriamiento global que afectó de manera negativa a la producción agrícola. Este hecho, sostienen, habría contribuido a la desestabilización socioeconómica del imperio.
Por otro lado, la teoría epidemiológica destaca el impacto de la peste de Justiniano (541-544 d.C.) sobre el destino imperial. Supuestamente, esta plaga habría diezmado a la población y debilitado las estructuras del imperio oriental.
La tesis del cambio climático
La LALIA, que se atribuye a una serie de erupciones volcánicas que comenzaron en el año 536 d.C., ha sido interpretada por algunos investigadores como un evento determinante en la debilitación del Imperio romano de Oriente. Estas erupciones habrían generado una disminución de las temperaturas, factor que, a su vez, habría hecho menguar las cosechas y desestabilizado las economías agrícolas.
Sin embargo, estudios recientes, como el trabajo de Antti Arjava, argumentan que los efectos de este enfriamiento fueron limitados y circunscritos geográficamente. En regiones como Egipto y Judea/Palestina, la caída de las temperaturas fue de apenas 0,25 °C, algo demasiado leve como para causar grandes estragos.
Más allá de las cifras, no existe evidencia textual que sugiera que estos cambios climáticos tuvieran un impacto significativo o duradero en la producción agrícola de la mayoría de los territorios del Imperio romano de Oriente. Incluso en las regiones más afectadas, como Asia Menor, las fuentes literarias mencionan efectos a corto plazo, pero no crisis prolongadas.
La tesis de las epidemias
La peste de Justiniano (una de varias oleadas pestíferas que azotaron el imperio a lo largo de los siglos) es otro de los factores que se citan con mayor frecuencia como responsable de este declinar. Causada por la bacteria Yersinia pestis, se ha afirmado que esta epidemia redujo drásticamente la población hasta el punto de debilitar la potencia militar y económica del imperio.
Aunque se han encontrado restos genéticos de la bacteria en contextos arqueológicos, no existe evidencia suficiente como para afirmar que su impacto fuera catastrófico. Además, los patrones de comercio y asentamiento en el Mediterráneo oriental muestran una continuidad significativa durante la peste de Justiniano y con posterioridad a esta, lo que sugiere una resiliencia notable en las estructuras socioeconómicas del imperio.
Desmontando las viejas tesis: el trabajo de Haggai Olshanetsky y Lev Cosijns
El estudio de Olshanetsky y Cosijns proporciona una crítica contundente a las teorías que atribuyen la caída del Imperio romano de Oriente a factores climáticos y epidemiológicos. Su enfoque combina datos micro y macrohistóricos tomados de las evidencias arqueológicas y textuales de toda la región mediterránea.
Continuidad demográfica y económica a lo largo del siglo VI d.C.
Los autores demuestran que no hubo una disminución significativa de la población en el siglo VI, lo que contradice las interpretaciones previas. Los datos procedentes de asentamientos en regiones como el desierto del Nábata y deciudades como Jerusalén y Escitópolis muestran una actividad constante hasta el siglo VII.
El impacto limitado de la LALIA
El análisis a macroescala sugiere que el enfriamiento global tuvo un impacto desigual. En algunas áreas, como el Negev, las temperaturas más bajas pudieron incluso haber incrementado la fertilidad del suelo hasta el punto de beneficiar la producción agrícola.
La reevaluación de la Peste de Justiniano
Gracias a los datos sobre los patrones de asentamiento y comercio, los investigadores han concluido que la plaga no produjo el colapso demográfico que se le atribuye. De hecho, se observan picos en la actividad comercial y la construcción durante y después del periodo de la plaga.
La evidencia arqueológica
El estudio analiza tanto los datos de las excavaciones en el norte del Negev como los derivados de proyectos como el NEGEVBYZ. En particular, la reexaminación de los montículos de basura en Elusa y otras localidades muestra que su abandono ocurrió en el siglo VII, una centuria después de la LALIA y la plaga de Justiniano. Ese abandono, además, estuvo vinculado a conflictos bélicos, no a desastres naturales ni plagas.
En el Mediterráneo oriental, los datos proporcionados por los pecios prueban la existencia de un comercio activo hasta principios del siglo VII, momento en el que las guerras romano-persas y las conquistas árabes deterioraron significativamente las redes comerciales. Este patrón sugiere que el declive del imperio oriental estuvo provocado por factores políticos y militares, más que por calamidades naturales.
¿Por qué es importante comprender las causas del colapso del Imperio romano de Oriente?
La revisión de las causas del declive del Imperio romano de Oriente tiene implicaciones significativas para nuestra comprensión de la historia y de cómo opera la resiliencia en las sociedades antiguas.
En primer lugar, nos ofrece lecciones para el presente. Estudiar cómo las sociedades se enfrentaron a las crisis puede ofrecer valiosas reflexiones para abordar los desafíos globales actuales, como el cambio climático y las pandemias.
Además, nos permite reevaluar las narrativas simplistas. El estudio de Olshanetsky y Cosijns desafía la tendencia a atribuir colapsos históricos a eventos singulares. Por el contrario, promueve un enfoque más matizado, multicausal y multidisciplinar.
El trabajo de Haggai Olshanetsky y Lev Cosijns, por tanto, representa un avance significativo en el estudio del pasado. Al desmontar las tesis climáticas y epidemiológicas, ofrece una interpretación más robusta que enfatiza el papel de los factores políticos y militares en este proceso histórico.
Referencias
- Erdkamp, Paul. “War, food, climate change, and the decline of the Roman Empire.” Journal of Late Antiquity 12.2 (2019): 422-465.
- Haldon, John, et al. “Plagues, climate change, and the end of an empire: A response to Kyle Harper’s The Fate of Rome (1): Climate.” History Compass 16.12 (2018): e12508.
- Olshanetsky, Haggai y Lev Cosijns. “Challenging the Significance of the LALIA and the Justinianic Plague: A Reanalysis of the Archaeological Record” Klio, vol. 106, no. 2, 2024, pp. 721-759. https://doi.org/10.1515/klio-2023-0031
Cortesía de Muy Interesante
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