Una historia de terror que perdura en el tiempo

Desde Roma

Al cumplirse en 2025 ochenta años de la liberación de los prisioneros de los campos de concentración nazi, recordar aquellos hechos puede ser de gran enseñanza para no cometer errores similares a los que cometieron húngaros, alemanes, polacos, italianos, españoles, entre otros, que en aquellos tiempos avalaron el comportamiento de nazis y fascistas. Contar las historias de algunos de esos prisioneros puede ayudar a comprender.

Edith Bruck y su hermana Adele Steinschreiber Taub (fallecida en 2010), nacieron y crecieron en Hungría. Ambas sobrevivieron a varios campos de concentración. Edith Bruck, que hoy tiene 94 años, contó a Página 12 que ella y su familia judía, como todos los judíos del pueblito donde vivían en Hungría, Tiszakarád, fueron secuestrados en 1944 por gendarmes y fascistas húngaros y no alemanes como en cambio se les enseñó siempre a los niños en las escuelas. “No eran alemanes, eran húngaros. Los húngaros eran aliados de los nazis. La propaganda fascista envenenó a todos”, subrayó.

Edith Bruck vive en Roma desde 1954 y estuvo casada con el poeta y director de cine italiano Nelo Risi (fallecido en 2015), con quien trabajó en varias películas. Ha escrito numerosos libros porque escribir a ella le salvó el alma.

En Auschwitz y otros campos

En su casa de Roma, sentada en una silla de ruedas porque ya no puede caminar, pero lúcida y tomando un café cortado y fumando un cigarrillo a cada rato, Edith Bruck contó a Página 12 que del 1942 al 1944, gracias a la propaganda fascista, en su pueblo todos se creían autorizados a maltratar a los judíos, escupirlos, golpearlos. “A mi algunos chicos me llevaron a un bosque y me pasaron ortigas por la piel” para que la piel le picara por varios días a causa de la irritación provocada por las ortigas.

En 1944, “después de la Pascua judía y luego de haber pasado esos dos años de sufrimientos y comiendo escasamente, mi madre recibió de una señora un poco de harina para poder hacer el pan. Estaba muy contenta de poder hacerlo para darlo a sus hijos. Lo amasó y esperó que la levadura creciera. Tenía que esperar varias horas. Pero a las cinco de la mañana llegaron fascistas y gendarmes húngaros, golpearon fuerte la puerta y gritaban: ¡Fuera fuera !!!”, contó. Fue un momento trágico para ellos porque además perdieron el pan. A este hecho Edith Bruck dedicó un libro, “El pan perdido”.

Nos llevaron a la sinagoga, empezaron a buscar joyas, dinero. Pero no encontraron casi nada. Después de una noche allí, nos llevaron al ghetto (el barrio judío cerrado) de la capital de la región, Sátoraljaújhley”, añadió. Eran miles de personas, amontonados en pequeños departamentos que ya habían sido asaltados. Estuvieron en el ghetto cinco semanas.

Después los cargaron en un vagón de mercancías, todos de pie, amontonados. Eran unas 80 personas. No había lugar para sentarse. Los niños gritaban, lloraban. “Era una cosa terrible. Mi madre siempre trabajaba para mantener a sus seis hijos. No tenía tiempo para ellos. En cambio en el vagón me peinó, me hizo una trenza y me puso un moño rojo. Yo tuve la sensación de que era el desastre total. El gesto de mi madre me ha hecho entender que estábamos en peligro, al final de algo. Yo tenía 13 años. Mi hermana Adele 17. Los demás de la familia iban con nosotros en el tren menos dos hermanas grandes de 22 y 23 años, que trabajaban en Budapest y fueron escondidas por Raoul Wallenberg, el diplomático sueco que salvó cientos de judíos durante l’Olocausto”, continuó.

Cuando llegaron a Auschwitz los separaban, hacían una selección, solo con dos palabras “Rechts” (Derecha) y “Links” (izquierda). Links era para ir a las cámaras de gas o los crematorios, Rechts para ir a los trabajos forzados. “Yo fui con mi madre a Links. Había seis alemanes acá y otros seis del otro lado, no sabíamos qué significaba ir a la derecha o a la izquierda. Un alemán vino hacia mí y me dijo: vaya a la derecha, vaya a la derecha. Y yo le dije “No, yo quiero estar con mi madre”. Y me agarré muy fuerte a ella. El nazi le dio un golpe con el mango del fusil a mi madre y ella cayó al suelo. Me golpearon también a mi y fui a la derecha”, contó Edith. Y a la derecha encontró a su hermana Adele que ella llama “la madre coraje” o la “madre tigre” por que siempre la protegió. Al hermano pequeño y a la madre los mandaron inmediatamente a la cámara de gas. El padre fue deportado a otro campo con su hermano mayor, que sobrevivió. El padre murió de hambre y fatiga.

Las dos hermanas fueron destinadas como muchas otras, al Lager C Block 11 de Auschwitz, donde estaban encerradas, dormían todas amontonadas y raramente comían. “En Auschwitz no se trabajaba. Sólo teníamos que vaciar los recipientes que contenían la orina y los excrementos de los prisioneros”, recordó. Algunos prisioneros eran enviados a trabajar, por ejemplo a ajustar las vías del tren donde viajaban los secuestrados.

A las cinco de la mañana y a las cinco de la tarde de cada día, los nazis hacían una selección. Los prisioneros debían salir fuera del blok, ponerse en fila, y esperar que los mandaran a derecha o izquierda. Muchas mujeres recién llegadas eran enviadas a ciertos lugares donde las violaban los nazis y después de varias violaciones, les disparaban. En Auschwitz también seleccionaba Josef Mengele, el terrorífico doctor nazi que hacía experimentos sobre los seres humanos. Seleccionaba mujeres, niños, hombres. Cuando terminó la guerra, Mengele escapó y vivió en Argentina, Paraguay y Brasil con distintos nombres falsos.

La liberación

Edith Bruck fue trasladada a seis lager distintos, contó, aparte de Auschwitz en Polonia, a Dachau y Landsberg (ambos en Alemania) entre otros. El 15 de abril de 1945, un año y poco más desde que las hermanas llegaron a Auschwitz, aparecieron las fuerzas de liberación, ingleses y estadounidenses. Edith y su hermana estaban en el campo de concentración de Bergen-Belsen en Alemania (donde también murió Anna Frank). “Cuando nos liberaron yo sentía mucha vergüenza porque nos hicieron desnudar, quemaron nuestras ropas para evitar que trasmitiéramos alguna enfermedad, nos cubrieron de DDT (el insecticida que se usaba entonces) y nos mandaron a un hospital militar estadounidense por dos meses”. En efecto en los campos habían muertos cientos de personas a causa del tifus.

Después de varios meses, Edith y Adele fueron a vivir a Hungría, con las hermanas que habían sido salvadas por el diplomático sueco. Pero después decidieron emigrar a Israel. Mientras tanto sus hermanas no querían escuchar nada sobre Auschwitz no querían saber nada. “No sabíamos qué hacer de nuestras vidas -contó-. Yo en cambio comencé a escribir porque pensé “Si el oído humano no soporta, el papel soporta todo”.

El sueño de Israel

Edith pasó por varios campos de prófugos y finalmente desde Marsella, en 1948 partió en un barco que la llevó a Israel. Adele había partido antes con su novio. Pero los ingleses detuvieron la nave y los mandaron a un campo de prófugos en la isla de Chipre. Ahí se casaron. Israel acogía a su gente perseguida pese a que había sido fundado poco antes, siempre en 1948. Edith vivió en Israel pocos años y luego se fue a Italia. Adele en cambio, que se había creado una familia, vivió en Israel hasta 1961. Ese año se fueron a vivir a Buenos Aires.

Edith se había casado con un chico que conoció en la nave. Pero luego divorció. Y cuando la llamaron para hacer el servicio militar obligatorio en Israel, se casó con Bruck, pero sólo por conveniencia. No estuvo ni un día con él pero así pudo evitar el servicio militar y él recibió la asistencia familiar que como soldado recibía gracias a que estaba casado. Se divorció cuando ya vivía en Italia donde llegó en 1954. En 1957 conoció a Nelo Risi y poco después se casaron. Pero ella decidió mantener el apellido Bruck porque, como le dijo su marido Nelo varias veces, “Si usás tu apellido verdadero (Steinschreiber) no venderás ni un libro en Italia”.

Edith Bruck ha publicado más de 24 libros. Entre ellos “Chi ti ama cosi” (Quien te ama así) y “Il pane perduto” (El pan perdido)”, traducidos al español. Pero también “Le sacre nozze” (El sagrado casamiento), “Due stanze vuote” (dos habitaciones vacías), “Mio splendido disastro” (Mi espléndido desastre), “Il sogno rapito” (El sueño secuestrado), “Signora Auschwitz. Il dono della parola” (Señora Auschwitz. El don de la palabra). También trabajó como guionista de varios filmes y escribió artículos para varios diarios italianos además de obras de teatro. Y durante 60 años, como contó a Página/12, ha enseñado a los chicos en las escuelas el significado de la Shoa (el Holocausto) y los sufrimientos en los campos de concentración.

El papa argentino, los jóvenes y el futuro

El Papa Francisco decidió conocer a Edith Bruck hace dos años y medio. Fue a visitarla a su casa en Roma y de ahí en más estuvieron en contacto siempre, hasta sus últimos días. La llamaba a menudo, incluso para sus cumpleaños. “Poco antes de ser internado, me llamó y me dijo: ‘Ahora tengo que hacer una cosa. Pero cuando habré hecho esta cosa, voy a saludarte”, contó Edith que agregó “Francisco era dulcísimo, maravilloso, muy linda persona”. Sobre el Papa escribió un libro titulado “Sono Francesco” (soy Francisco).

Y sobre qué le diría a los jóvenes hoy, en un mundo que está viviendo varias guerras y muchas crisis añadió: “A los jóvenes les hablo desde hace 60 años. En este momento les diría que siempre hay una luz. No hay que perder jamás la esperanza. Yo encontré cinco luces en los campos que me hicieron sobrevivir: un soldado que me obligó a ir a la derecha y así me salvó la vida, otro soldado que me tiró un frasco con un poco de mermelada, otro que me tiró un guante rojo, otro que me regaló un peine, la última fue cuando mi madre agredió a un soldado nazi para defenderme”.

El crecimiento de las derechas, de los fascistas, de los filo-nazis hoy en el mundo “es una tragedia para la democracia. Muchos países no han hecho el balance con el proprio pasado, niegan lo que sucedió. El único país que ha hecho la cuenta con el pasado es Alemania, los demás países no, incluida Italia. El día después de que terminó el fascismo decían: ninguno fue fascista. Y esto se ha difundido. Y por esto se ha difundido también el antisemitismo. Siempre ha existido el antisemitismo pero basta una cosa como la guerra entre Palestina e Israel, y el antisemitismo se difunde como un tsunami. Porque muchos creen que todos los judíos piensan como Benjamin Netanyahu y no es así”, concluyó Edith.

Sobreviviendo en Argentina

Adele, la hermana de Edith, cuatro años maś grande que ella y que la protegió todo el tiempo que estuvieron en los campos de concentración, decidió irse a vivir a Argentina en 1961, porque allá vivían un hermano y una hermana suya que le dijeron que le encontrarían trabajo porque la situación en Israel era muy difícil. Ya habían nacido sus hijos en Israel, entre ellos Deborah que vive en Roma.

Vivieron en Argentina, en distintos barrios de Buenos Aires, hasta 1974, buena parte de esos años en Caballito donde pudieron comprar una casa gracias a la ayuda de sus familiares. Y Deborah hizo allí el secundario. Cuando murió su papá en 1974, decidieron volver a Israel. Adele falleció en 2010.

“Mi madre era muy tierna y extrovertida, una mujer muy fuerte. Nos protegía siempre -contó Deborah a Página 12– . Pero lloraba mucho aunque siempre decía que no le tenía miedo a nada. Cuando nos empezó a contar lo que vivieron en los campos de concentración yo no podía creer semejante crueldad humana. No quise sentir más. Mi papá, que también sufrió la Shoah, no contaba nada”. En Buenos Aires la mamá de Deborah trabajó en un restaurante, en un almacén y como cocinera en la asociación de judíos húngaros que existía en la capital argentina.

“Cuando llegamos a la Argentina no fue fácil, teníamos mucho miedo del antisemitismo. Sobre todo porque había habido un golpe en 1962 que derrocó al presidente Arturo Frondizi y después llegó la dictadura de Juan Carlos Onganía. Hice la escuela secundaria en Buenos Aires pero quería volverme a Israel. Después empecé a tomar una cierta consciencia política y a hacerme de amigas, algunas de las cuales fueron desaparecidas por la dictadura, según me enteré años después”. A los 19 años, Deborah se casó en Israel con un argentino. Allí ejerció come profesora de arte. Vive en Roma desde 1991, con su esposo italiano y sus tres hijos.

Como es Auschwitz hoy

Visitar Auschwitz hoy, como lo debe haber sido siempre, es impresionante, aunque en realidad muchos de los pabellones que alojaban a los prisioneros, han sido reconstruidos para transformarlos en un museo. Algunos de esos lugares fueron bombardeados por los Aliados.

Causa un profundo dolor ver detrás de una vitrina, pequeñas montañas de zapatos de niños, otras con valijas amontonadas, otras con anteojos rotos de todo tipo, otras con vestidos. Eran todo lo que le sacaban a los prisioneros antes de que entraran en las cámaras de gas donde morirían. A ellos les decían que entraban a una ducha para lavarse y sacarse los piojos. Pero de las “duchas” solo salía el gas que los mataba.

Después eran conducidos a hornos crematorios para reducir los cuerpos a cenizas. Antes les abrían la boca y les sacaban los dientes de oro que pudieran tener.

Pero además de los restos de ropa, valijas, anteojos, lo más impresionante fue ver una vitrina con una montañita de cabellos humanos. Los nazis hacían pelar a los prisioneros, hombres y mujeres, y su pelo era usado para tejer, usando una cierta tecnología que lo transformaba en una fibra textil.

En 2009 salieron a relucir algunas acusaciones contra una empresa alemana, Schaeffler, por haber usado el cabello de los prisioneros de Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial, para fabricar material textil que usaba en los autos. Análisis realizados sobre el pelo humano que llegó a la fábrica demostraron que contenían Zyklon B que era el veneno que se usaba en las cámaras de gas.

Los pabellones que alojaban a los prisioneros mostraban también las cuchas donde dormían, todos amontonados, los no-baños que tenían que eran solo contenedores de madera donde tenían que hacer sus necesidades y por fin, las fotos de miles de ellos que eran tomadas antes de asesinarlos, con vestimentas ralladas blanco y negro. En síntesis Auschwitz y los otros lager nazis eran una especie de matadero donde se extraían todo lo que tuvieran y fuera útil para los nazis.

Cortesía de Página 12



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