Durante siglos, la imagen que se ha proyectado de los neandertales ha sido la de criaturas torpes, brutales y carentes de emociones, enterradas en la prehistoria como un eslabón fallido de la evolución humana. Sin embargo, una serie de descubrimientos recientes en la cueva de Shanidar, en el actual Kurdistán iraquí, ha desmontado por completo esta idea. Allí, un equipo de arqueólogos británicos ha logrado reconstruir el rostro de una mujer neandertal de unos 75.000 años de antigüedad. El resultado no solo es conmovedor por su realismo, sino también por todo lo que implica: compasión, memoria colectiva y una profunda humanidad compartida.
El hallazgo se ha basado en el meticuloso trabajo de recuperación de un cráneo aplastado, conservado entre sedimentos durante milenios. La figura reconstruida ha sido apodada “Shanidar Z”, en honor a la cueva donde fue hallada. Pero más allá del nombre, su rostro —que podría pasar por el de una mujer real en cualquier calle del mundo— pone rostro a un pasado al que ahora podemos mirar directamente a los ojos.
La mujer de Shanidar: una historia enterrada bajo piedra
El descubrimiento de Shanidar Z comenzó en 2015, cuando un equipo británico fue autorizado a retomar las excavaciones en una de las cuevas más icónicas del Paleolítico. En los años 50, el arqueólogo estadounidense Ralph Solecki ya había desenterrado allí los restos de al menos diez neandertales. Uno de ellos presentaba signos de haber vivido con discapacidades severas, lo que llevó a plantear por primera vez la posibilidad de que esta especie cuidara de los suyos.
La nueva excavación trajo consigo un hallazgo extraordinario: un esqueleto parcialmente conservado, con la parte superior del cuerpo aún articulada, incluida la columna, los hombros, los brazos y las manos. Pero el cráneo, presionado por un probable derrumbe de roca, se encontraba aplanado hasta apenas dos centímetros de grosor. Recuperarlo fue un trabajo de orfebrería científica.

En palabras de la antropóloga Emma Pomeroy, encargada de desenterrar el cráneo, el proceso fue “emocionante y aterrador”. Cada fragmento fue extraído como si fuera porcelana rota, envuelto en pequeñas bolsas de aluminio y tratado con materiales para evitar que se deshiciera. Lo que siguió fue un rompecabezas de más de 200 piezas, ensambladas una a una en un proceso que duró más de un año.
La reconstrucción facial de Shanidar Z fue posible gracias a la colaboración con los hermanos Adrie y Alfons Kennis, reconocidos paleoartistas neerlandeses especializados en la recreación anatómica de homínidos a partir de restos óseos. La escultura final muestra a una mujer madura, de rostro fuerte y rasgos definidos, con un aire de familiaridad que resulta difícil de ignorar.
A diferencia de la visión tradicional de los neandertales como seres grotescos, la representación de Shanidar Z evidencia una cercanía inesperada con el ser humano moderno. Aunque sus rasgos conservan las características distintivas de su especie —como los prominentes arcos superciliares y la falta de mentón—, la expresión y proporciones del rostro sugieren una fisonomía no tan diferente de la nuestra. Un recordatorio visual de que llevamos una parte de ellos dentro: literalmente, ya que más del 97% de los humanos actuales conservamos fragmentos de ADN neandertal en nuestro genoma.
Pero el rostro no es lo único que nos habla de quién fue esta mujer. Su dentadura, desgastada hasta las raíces, revela que probablemente murió en torno a los 40 o 45 años, una edad avanzada para su época. También se han detectado signos de infecciones bucales y enfermedades en las encías, lo que sugiere una etapa final de la vida marcada por el deterioro físico. Aun así, sobrevivió lo suficiente como para envejecer, lo que implica que vivía en una comunidad que la cuidaba.
Ritos, flores y memoria colectiva
La mujer de Shanidar no fue enterrada al azar. Fue colocada en posición fetal, justo detrás de una gran roca vertical situada en el centro de la cueva, en el mismo lugar donde se hallaron otros cuerpos décadas atrás. Todos ellos comparten la misma orientación y disposición, lo que sugiere un patrón ritualizado de deposición de los cadáveres.
Durante años, la teoría más popular —propuesta por Solecki— defendía que los neandertales de Shanidar realizaban enterramientos florales, con cuerpos dispuestos sobre lechos de flores. Aunque investigaciones recientes han relativizado esta interpretación, atribuyendo la presencia de polen a la acción de insectos, sigue siendo incuestionable que estos homínidos desarrollaban una forma de memoria colectiva. Tal vez no religión en el sentido estricto, pero sí una comprensión simbólica de la muerte y del espacio.
El hecho de que los cuerpos hayan sido depositados en el mismo lugar durante cientos de años, justo detrás de una piedra que habría servido como marcador visual dentro de la cueva, sugiere una tradición transmitida de generación en generación. Como han señalado los investigadores, esta práctica evidencia una capacidad para conservar el recuerdo de los lugares y, quizás, de los individuos.

Un nuevo relato para los neandertales
El caso de Shanidar Z forma parte de un proceso más amplio de revalorización del neandertal en la paleoantropología contemporánea. Durante décadas fueron retratados como seres inferiores, superados evolutivamente por el Homo sapiens. Sin embargo, los últimos estudios genéticos, arqueológicos y anatómicos muestran una imagen muy distinta: la de una especie adaptativa, socialmente compleja y emocionalmente cercana.
Las evidencias de cuidado a individuos con discapacidades, las posibles prácticas funerarias, la elaboración de herramientas sofisticadas y ahora este rostro, contribuyen a un nuevo relato que reivindica a los neandertales como parte plena de nuestra historia evolutiva, no como un fracaso, sino como una variación legítima del linaje humano.
El legado de Shanidar Z es doble: científico y emocional. Por un lado, su estudio nos permite entender mejor cómo vivían y morían estos homínidos. Por otro, su rostro nos interpela, nos conmueve y, de alguna forma, nos recuerda que el pasado está mucho más cerca de lo que creemos.
Cortesía de Muy Interesante
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