
Toda palabra está sujeta a interpretaciones según el contexto, el tono y la identidad de quien la enuncia. En estos tiempos de retórica engañosa, casi cualquier palabra puede usarse para aludir a su antónimo o a una nebulosa de sentidos que acaban por asociarse al término original aunque ni la intención ni el contexto sugieran la validez, por no hablar de la veracidad, del sentido que se pretende privilegiar y transmitir. En la política mexicana, “Pueblo” y “enemigos del Pueblo” son dos de las palabras más manoseadas, lo mismo que “Transformación” “Bienestar” desde el 2018. En sus acepciones oficiales todas excluyen las necesidades, dolores y demandas de la gente común. Algo semejante ocurre con las palabras “Mujeres” y “Feminismo” desde que el gobierno de México presume a su primera mandataria.
Que las vocerías oficiales y sus cohortes cortesanas hablen, como la presidenta, de este “Tiempo de mujeres” es sólo una evidencia más de la inclinación por la falacia de quienes nos gobiernan y de la incapacidad de quienes, en las filas gobiernistas, se dicen “feministas” o usan el discurso de género para posicionarse. Que haya medios y activistas que sigan creyendo en el “feminismo” de Sheinbaum supone una gran capacidad retórica del gobierno y/o una gran falta de resistencia social para desmontar dichos engañosos.
Preguntemos, por ejemplo, ¿qué nos dice de la Jefa de Gobierno Sheinbaum su empeño en instalar una estatua de la “Joven de Amajac” para substituir el monumento al “aborrecido” Cristóbal Colón, cuando colectivas de mujeres organizadas ya habían creado la Glorieta de las Mujeres que Luchan? Para evitar mayores confrontaciones con la sociedad civil, la instaló por fin a un lado de la glorieta original. No cedió ante las evidencias de que no significaba nada o poco para la sociedad capitalina. Más importante, ¿qué nos dice de la presidenta Sheinbaum (con todo el poder de la “transformación”) la falta de interés genuino de su gobierno por las y los desaparecidos y sus familias? ¿O la manipulación de cifras en la CDMX y en el país para borrar personas del censo de desapariciones o de las sumas oficiales de feminicidios? Pocos problemas hay tan terribles y lacerantes como la desaparición o el asesinato cruel de niños, niñas, adolescentes, mujeres y hombres. A diario son asesinadas o desaparecidas cientos de personas en el país sin que el gobierno del “bienestar” y de las “Mujeres” modifique sus prioridades.
¿Acaso compensa la retahíla de nombres de heroínas el 15 de septiembre la falta de presupuesto para prevenir y sancionar la violencia machista, incluyendo recursos suficientes para los refugios? ¿Basta con ampliar las pensiones del “bienestar” para mujeres de 60-65 años para paliar la falta de fondos para salud sexual y reproductiva? ¿A qué intereses del “Pueblo” sirven el tren depredador o el proyecto interoceánico por el cual han aumentado las violaciones y desplazamientos en el Istmo?
La perpetuación de la falacia de la mandataria “feminista” no se debe sólo a las vocerías oficiales, también la facilitan medios, grupos y personas que la reproducen. ¿Puede seguirse hablando de una “presidenta feminista” después de su respuesta a quienes protestaron por el machismo de Taibo y exigieron su destitución? ¿Es feminista reaccionar con un canon “de escritoras” oficial en vez de cuestionar al funcionario? ¿O defenderlo como “un gran compañero” sin considerar el daño que le ha hecho al (ex)FCE, a las creadoras y lectores/as, a la política cultural?
El feminismo conlleva una ética, exige coherencia. Anteponer el valor de un funcionario para el “Movimiento” a su antivalor para la editorial del Estado y la cultura, no es “feminista”. Responder a una ocurrencia con otra para paliar las pifias de un cacique cultural, no es tampoco una postura ética feminista.
Que el discurso oficial zigzaguee y se pierda en pantanos de engaños y contradicciones, no sorprende. ¿Qué utilidad puede tener para la sociedad crítica reproducir sus falacias?
Cortesía de El Economista
Dejanos un comentario: