Los dinosaurios son, probablemente, los animales prehistóricos más célebres. Estos «lagartos terribles» llevan fascinando a nuestra sociedad desde hace siglos y lo siguen haciendo a día de hoy con cada nuevo descubrimiento. Las formas tan diversas y extravagantes que tenían muchos contrastan con los animales que solemos ver en el presente. Sin embargo, no olvidemos que actualmente tenemos la oportunidad de observar un reducido grupo de dinosaurios vivos, las aves.
Si por algo se caracteriza la historia de la vida en la Tierra es por su enorme diversidad. Los dinosaurios, al igual que nosotros los humanos, se incluyen en uno de los numerosos grupos en los que dividimos a todos los organismos, el de los cordados, cuya primera aparición tuvo lugar hace más de 500 millones de años (Ma). Los cordados nos caracterizamos por presentar una estructura rígida (o semirrígida) en el eje central de nuestro cuerpo, que en el caso de los vertebrados se denomina columna vertebral.
La conquista del medio terrestre (hace alrededor de 380 Ma) por parte de un grupo de vertebrados al que denominamos tetrápodos, caracterizados por la presencia de cuatro extremidades, supuso una gran innovación evolutiva y cambió para siempre la historia de la vida en nuestro planeta. A este respecto, la reproducción a partir del desarrollo del huevo con cáscara permitió que, a diferencia de lo que ocurre con los anfibios, estos animales pudieran reproducirse en un medio seco y continental. Este fenómeno hizo que determinados organismos terrestres, los llamados amniotas, lograran una mayor independencia del agua durante su desarrollo individual. Este tipo de organismos se pueden agrupar en tres grandes grupos, según la estructura y condición ancestral de su cráneo: los sinápsidos, los anápsidos (rebautizados recientemente como pararreptiles) y los diápsidos.

Los sinápsidos se caracterizan por presentar un cráneo con dos agujeros (uno en cada lado) en posición posterior a las aberturas oculares. En este grupo nos incluimos los mamíferos y todos aquellos organismos más emparentados con nosotros que con el resto de los amniotas, y que tradicionalmente se conocen como reptiles mamiferoides. Por otro lado, los anápsidos tienen un cráneo con aberturas solamente para las fosas nasales y los ojos. En este grupo se incluye una gran variedad de animales que vivieron durante los periodos Carbonífero, Pérmico y Triásico (desde hace unos 359 a los 201 Ma) y que no tienen representantes actuales vivos. Finalmente, los diápsidos se caracterizan por un cráneo que exhibe cuatro agujeros (dos en cada lado) situados en una posición posterior a las aberturas oculares. En este grupo encontramos una gran diversidad de organismos que, a grandes rasgos, se agrupan en los siguientes grupos: ictiopterigios (reptiles marinos con un aspecto que recuerda al de los peces y delfines), sauropterigios (reptiles marinos como los placodontos, notosaurios y plesiosaurios, entre otros), lepidosaurios (tuátaras, lagartos, serpientes y mosasaurios, entre otros), testudinatos (tortugas) y, finalmente, arcosaurios.
Los arcosaurios son un amplio grupo que incluye numerosas formas extintas y actuales. Estos animales fueron especialmente diversos y exitosos durante la era Mesozoica (que abarca desde hace 252 hasta los 66 Ma y que engloba los periodos Triásico, Jurásico y Cretácico). En dicho grupo se diferencian dos linajes: el de los cocodrilos, por un lado, y el de los pterosaurios (reptiles voladores) y dinosaurios, por otro.
Características de los dinosaurios
Los primeros dinosaurios y sus precursores (por ejemplo, Marasuchus, Lagerpeton o Silesaurus) aparecieron durante el periodo Triásico. Sin embargo, el registro paleontológico de estos animales durante dicha época es escaso, por lo que se desconoce con seguridad las relaciones evolutivas entre ellos. Los primeros animales considerados indudablemente como dinosaurios, por ejemplo Herrerasaurus o Eoraptor, surgieron durante el Carniense (que es una edad dentro del Triásico Superior, hace entre 237 y 227 Ma). No obstante, se han identificado huellas fósiles con características dinosaurianas ya en el Triásico Medio (hace entre 247 y 237 Ma), por lo que se cree que los primeros dinosaurios ya pudieron habitar nuestro planeta al menos durante dicha época.
Los primeros dinosaurios fueron reptiles de pequeño tamaño que se desplazaban sobre sus patas traseras de manera erguida. Este tipo de locomoción es fruto de la presencia de extremidades que se encuentran totalmente rectas por debajo del cuerpo, a modo de columnas. Este hecho contrasta con la locomoción del resto de reptiles, los cuales presentan sus extremidades situadas a los lados del cuerpo.
Estos primeros dinosaurios quedaban «empequeñecidos» por los anfibios, los sinápsidos primitivos y los parientes antepasados de los cocodrilos, que también habitaron en los ecosistemas triásicos. Sin embargo, los dinosaurios se diversificaron enormemente y dominaron los ecosistemas durante los periodos Jurásico y Cretácico. Las investigaciones apuntan hacia la contingencia histórica, es decir, el azar, como el factor principal en el surgimiento del reinado de los dinosaurios, en lugar de una competencia prolongada o una «superioridad» general sobre el resto de animales que coexistían con ellos. Posteriormente, tras la extinción masiva que se produjo a finales del Cretácico (hace 66 Ma), la diversidad de los dinosaurios se vio reducida a un único linaje, el de las aves.

Historia del descubrimiento de los dinosaurios
La relación entre los humanos y los fósiles de dinosaurios se remonta hasta la prehistoria. Algunas de las evidencias más antiguas se encuentran en Mongolia y consisten en fragmentos tallados de huevos de dinosaurios utilizados como objetos de ornamentación. Por otro lado, se tiene conocimiento de que algunas culturas antiguas trataron de interpretar diversos tipos de fósiles de dinosaurios.
Así, sociedades de cazadores-recolectores, de determinadas etnias indias norteamericanas y bosquimanos de África del Sur, interpretaron huellas fósiles de dinosaurios como pertenecientes a grandes aves, las cuales aparecen ampliamente representadas en petroglifos y pictografías. Sin embargo, el folclore europeo abogó por las interpretaciones mágicas o religiosas. Este es el caso, por ejemplo, de algunas huellas fósiles de dinosaurios de La Rioja, en España, interpretadas tradicionalmente como originarias del caballo del apóstol Santiago, o el de unos huesos de dinosaurio carnívoro hallados en Inglaterra, identificados como pertenecientes a un gigante antediluviano.
Durante la primera mitad del siglo xix, tres naturalistas británicos, William Buckland, Gideon Mantell y Richard Owen, sentaron las bases de nuestro conocimiento sobre los dinosaurios. Buckland, en 1824, fue el primer naturalista que describió los restos de un nuevo animal del pasado geológico que, hoy en día, es considerado como el primer dinosaurio para la ciencia y al que llamó Megalosaurus. Mantell, posteriormente, propuso los nombres de Iguanodon e Hylaeosaurus para los restos fósiles de otros nuevos reptiles mesozoicos.
Sin embargo, ambos naturalistas nombraron estos animales sin todavía saber que pertenecían a un grupo totalmente desconocido hasta el momento. Fue años más tarde, cuando Owen, en el año 1842 y basándose en estos descubrimientos, definió un nuevo grupo de reptiles extintos al que dio el nombre de Dinosauria. Además, Owen estuvo involucrado, junto con el artista Benjamin Hawkins, en el primer proyecto para la divulgación de los dinosaurios. El objetivo de este proyecto fue mostrar al público el aspecto de estos animales, plasmados en esculturas que se expusieron en los jardines de los alrededores del Crystal Palace Museum en Londres.
En la segunda mitad del siglo xix se encontró en Norteamérica el esqueleto de dinosaurio más completo conocido hasta ese momento. El naturalista Joseph Leidy lo denominó Hadrosaurus foulkii y fue el primer esqueleto de dinosaurio que se ensambló con fósiles originales. Desde 1870, y durante un par de décadas, los paleontólogos estadounidenses Othniel Marsh y Edward Cope desarrollaron una ingente labor de investigación y sentaron las bases sobre la diversidad y clasificación de los dinosaurios. La profunda rivalidad entre estos dos paleontólogos llevó a denominar a dicho periodo como el de la «Guerra de los Huesos».

El relevo de Marsh y Cope fue tomado por otros paleontólogos como Henry Osborn, del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York, o William Holland, del Museo Carnegie de Historia Natural de Pittsburgh. Estas instituciones eran presididas por mecenas millonarios, en una etapa en que la paleontología de vertebrados era considerada como una ciencia empresarial. Por otro lado, en Europa, Louis Dollo y Franz Nopcsa fundaron la moderna paleobiología de los dinosaurios. Además, durante ese periodo surgió lo que se conoce como «paleontología imperial», en la que paleontólogos ingleses, franceses y alemanes extrajeron toneladas de fósiles de sus colonias alrededor del mundo, que terminaron depositados en instituciones europeas.
La Segunda Guerra Mundial supuso un estancamiento en las investigaciones sobre dinosaurios. Estas fueron reactivadas posteriormente con las expediciones soviéticas y polaco-mongolas al desierto del Gobi en Mongolia, o con las francesas al desierto del Sahara y Níger, entre otras. Finalmente, en torno a la década de 1970 y en años posteriores, las investigaciones e ideas desarrolladas por paleontólogos como John Ostrom, Robert Bakker o Peter Galton cambiaron totalmente el paradigma paleobiológico de los dinosaurios. Este nuevo paradigma, denominado como «El Renacimiento de los Dinosaurios», considera a estos organismos como animales activos, eficientes y perfectamente adaptados al medio. Relatos como Jurassic Park, escrito por Michael Crichton y llevado a la gran pantalla por Steven Spielberg, son un claro ejemplo de la nueva visión sobre estos animales que se extiende hasta nuestros días.
Cortesía de Muy Interesante
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