Una investigación recientemente publicada en el Journal of Archaeological Science: Reports ha analizado, por primera vez, las evidencias directas del procesamiento intencional de aves por parte de grupos neandertales en el interior de la península ibérica. El estudio, firmado por Goizane Alonso Caño, Juan Carlos Díez Fernández-Lomana y Antonio Sánchez-Marco, se centra en el análisis tafonómico de los restos aviares que se hallaron en la cueva de Valdegoba (Burgos). Constituye una aportación fundamental para profundizar en los métodos de subsistencia y el comportamiento simbólico de estos grupos humanos del Paleolítico medio.
Un enclave singular en la Meseta
La cueva de Valdegoba se localiza en el borde meridional de la Cordillera Cantábrica, a unos 28 kilómetros al noroeste de la ciudad de Burgos y 930 metros sobre el nivel del mar. El sistema kárstico se compone de tres cavidades, de las cuales la central contiene el depósito arqueológico. La secuencia estratigráfica se excavó entre 1987 y 1991, y de nuevo en 2006. Los estadios isotópicos marinos 5c y 3 han permitido datarla entre aproximadamente 140.000 y 48.000 años antes del presente.
Durante este largo período, la cueva fue utilizada de forma recurrente por grupos de Homo neanderthalensis, como atestiguan tanto los restos humanos hallados como los materiales líticos y faunísticos. La fauna mayoritaria corresponde a grandes herbívoros como el rebeco (Rupicapra rupicapra), pero también se han documentado carnívoros y micromamíferos, entre ellos especies adaptadas al frío como el castor (Castor fiber) y la marmota (Marmota marmota).

Aves entre los neandertales: una fuente de recursos ignorada
A pesar de que tradicionalmente se ha vinculado la dieta neandertal al consumo de grandes presas, cada vez existen más indicios de que también explotaban recursos faunísticos de pequeño tamaño, como aves y lepóridos. La muestra analizada en este estudio se ha basado en 1501 restos aviares, que representan un mínimo de 160 individuos.
La familia mejor representada es la de los córvidos (Corvidae), con más del 84 % del total. Destaca, en especial, la chova piquigualda (Pyrrhocorax graculus), que por sí sola concentra más de 1100 huesos. Otras aves documentadas en menor número incluyen anátidas, faisánidos, palomas, rapaces diurnas y nocturnas, así como especies pequeñas como fringílidos, aláudidos y paséridos.
A nivel anatómico, entre los restos óseos se identificó una clara predominancia de los elementos postcraneales, sobre todo de las extremidades anteriores (húmeros, carpometacarpos y ulna). Según los invetsigadores, este dato sugiere una selección no aleatoria en la acumulación de restos.

¿Quién acumuló los huesos? ¿Humanos, aves rapaces o ambos?
Uno de los principales objetivos del estudio fue dilucidar si los huesos se acumularon por acción humana o por los depredadores naturales. Para ello, se realizó un análisis tafonómico detallado de las fracturas, las marcas de corte, daños producidos por la digestión y otras alteraciones mecánicas.
Las marcas de digestión y las perforaciones atribuibles a aves rapaces están presentes en un porcentaje muy bajo de los huesos (2 %, aproximadamente), presentes, sobre todo, en las epífisis de huesos largos como el húmero y el fémur. Estos datos sugieren que una parte del conjunto podría haber sido fruto de la acción de las aves de presa nocturnas, ya que son capaces de ingerir a sus presas enteras y regurgitar los huesos parcialmente digeridos en un segundo momento.
No obstante, el patrón general no es compatible con una acumulación natural sin más. Los datos sostienen que no se trató de una mortalidad natural de las aves in situ. Además, el buen estado de conservación de muchos huesos y la representación equilibrada de diferentes elementos esqueléticos refuerzan esta hipótesis.

Evidencias directas de manipulación humana
Aunque las marcas de corte son escasas (apenas el 0,2 % del total), se han documentado tres incisiones inequívocas atribuibles a la actividad humana: dos sobre coracoides de anátidas (una de Anas platyrhynchos) y una sobre la escápula de una chova piquigualda. Estas marcas, visibles al microscopio, tienen forma recta y sección en “V”, características típicas del uso de herramientas líticas.
Las marcas, además, aparecen en zonas relacionadas con la articulación del ala. Por ello, los investigadores las han asociado al desmembramiento del ave, aunque también podrían estar vinculadas con la extracción de plumas, una práctica documentada en otros yacimientos paleolíticos europeos.
Asimismo, se observaron fracturas por flexión y signos de separación, que suelen producirse durante la escisión manual de los músculos y los tendones. Este tipo de roturas, que afectan sobre todo a húmeros y tibiotarsos, se han descrito en otros contextos arqueológicos como resultado del procesamiento activo por parte de los homínidos.

Valdegoba y el interior peninsular: un vacío que empieza a llenarse
Hasta ahora, la mayor parte de las evidencias de consumo de aves por neandertales se concentraban en la costa mediterránea, el sur peninsular y algunos puntos del norte atlántico. En cambio, el interior de la península ibérica carecía prácticamente de registros de este tipo, lo que limitaba la comprensión de las estrategias de subsistencia en zonas alejadas del litoral.
El estudio de Valdegoba cubre ese vacío geográfico. Demuestra que, incluso en un entorno continental y de montaña, los neandertales fueron capaces de aprovechar de forma versátil los recursos animales disponibles, incluidos aquellos de pequeño tamaño.
Una dieta más flexible de lo que se creía
La caza de aves, aunque energéticamente menos rentable que la de grandes mamíferos, implica una mayor planificación y, con probabilidad, también el uso de tecnologías específicas como trampas o redes. En este sentido, la captura de presas tan escurridizas como las aves sugiere un alto grado de conocimiento del entorno y de capacidad técnica por parte de los neandertales.
Además, la hipótesis de que las plumas se extrajeron con fines ornamentales o simbólicos abre la puerta a una reinterpretación más compleja de la cognición y cultura neandertal, muy alejada de los estereotipos del “hombre primitivo” sin habilidades simbólicas.

Valdegoba, una puerta a la cultural neandertal
El análisis tafonómico del conjunto aviar de Valdegoba revela una acumulación mixta, en la que intervinieron tanto aves rapaces nocturnas como grupos humanos del Paleolítico medio. Las evidencias de corte, fracturas frescas y marcas de separación, así como la ausencia de elementos típicos de acumulaciones naturales, permiten afirmar que los neandertales procesaron, como mínimo, una parte de estas aves.
Este hallazgo, pionero en la Meseta ibérica, amplía de manera significativa nuestro conocimiento sobre las capacidades técnicas, ecológicas y posiblemente simbólicas de los neandertales. Lejos de limitarse a la caza de grandes ungulados, estos grupos también supieron incorporar presas menores a su dieta y, quizás, a su mundo simbólico. Valdegoba se convierte así en un referente clave para el estudio de las prácticas de caza de los neandertales en el interior peninsular.
Referencias
- Caño, Goizane Alonso, Juan Carlos Díez Fernández-Lomana y Antonio Sánchez-Marco. 2025. “Insights into neanderthal bird hunting practices during MIS5-3: Taphonomical analysis of avian remains from Valdegoba cave (Burgos, Spain)”. Journal of Archaeological Science: Reports, 66: 105266. DOI: https://doi.org/10.1016/j.jasrep.2025.105266
Cortesía de Muy Interesante
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