Una tormenta solar como la de 1859 hoy colapsaría la red de satélites en menos de 3 días

Casi nadie presta atención al cielo más allá de una aurora boreal o el paso de un satélite visible. Sin embargo, allá arriba, en la órbita baja de la Tierra, ocurre una coreografía constante de miles de objetos artificiales: satélites operativos, restos de cohetes, fragmentos de colisiones antiguas. Todos comparten un espacio finito y cada vez más saturado, donde el margen de error es mínimo y las consecuencias del más leve fallo pueden ser globales.

Un reciente estudio liderado por Sarah Thiele, de la Universidad de Princeton, ha puesto cifras preocupantes a esa fragilidad orbital. En el artículo científico “An Orbital House of Cards: Frequent Megaconstellation Close Conjunctions”, los autores introducen un nuevo indicador: el CRASH Clock, un reloj que calcula cuánto tiempo pasaría antes de un choque catastrófico si dejásemos de controlar activamente nuestros satélites. Según sus resultados, solo tendríamos 2,8 días antes de que ocurriera una colisión grave si se perdiera la capacidad de maniobrar. Es un dato que debería generar alarma en la comunidad científica, en los organismos reguladores y también en la ciudadanía.

Saturación crítica en la órbita baja

Las llamadas megaconstelaciones, como la de Starlink, han multiplicado por miles el número de satélites activos en la órbita terrestre baja (LEO, por sus siglas en inglés). Esta zona, que abarca desde los 160 hasta los 2.000 kilómetros de altitud, se ha vuelto el espacio más codiciado para la conectividad global. Pero con la expansión viene el riesgo.

Según los cálculos del estudio, actualmente se produce un acercamiento de menos de 1 km entre objetos en órbita cada 20 segundos, y si solo se consideran los satélites de Starlink, ese tiempo se reduce a 27 segundos. El informe de SpaceX citado en el paper indica que su constelación realizó más de 144.000 maniobras de evasión en seis meses. Esto se traduce en 41 maniobras por satélite al año.

“La única razón por la que no ha ocurrido una colisión importante entre satélites recientemente es la ejecución exitosa y repetida de estas maniobras”, escriben los autores del artículo.

Densidad de satélites y fragmentos en la órbita baja en 2025: los picos marcan zonas de alto riesgo. Fuente: arXiv

El reloj CRASH: 2,8 días para el desastre

El gran aporte del estudio es el desarrollo del CRASH Clock (Collision Realization and Significant Harm), un indicador de estrés ambiental orbital que cuantifica cuán cerca estamos de un choque catastrófico si se interrumpen los sistemas de control y maniobra. El valor actual de este reloj, calculado en junio de 2025, es de apenas 2,8 días.

Esto implica que, en caso de una pérdida repentina del control operativo —por ejemplo, debido a una tormenta solar intensa—, habría un 30 % de probabilidad de que ocurra una colisión grave entre objetos catalogados en solo 24 horas. En 2018, antes del auge de las megaconstelaciones, ese mismo reloj marcaba 121 días.

La diferencia no es solo numérica: refleja un cambio de paradigma. La seguridad del espacio cercano a la Tierra ya no depende únicamente del número de objetos, sino de su comportamiento coordinado y automatizado. Cualquier disrupción, aunque breve, puede tener efectos encadenados.

Tormentas solares y vulnerabilidad del sistema

Los satélites no solo enfrentan riesgos mecánicos. La actividad solar es un factor externo potencialmente devastador. Las tormentas geomagnéticas, como la que ocurrió en mayo de 2024 —conocida como la tormenta de Gannon—, pueden calentar la atmósfera terrestre, aumentando la resistencia sobre los satélites y alterando su posición orbital con precisión peligrosa.

Durante aquel evento, más de la mitad de los satélites en órbita baja tuvieron que realizar maniobras evasivas, muchas de ellas improvisadas. El riesgo no está solo en el esfuerzo adicional, sino en la pérdida de precisión: una sola maniobra puede hacer que un satélite tenga un error de posicionamiento de hasta 40 km durante varios días.

El escenario más temido es el de una tormenta solar del calibre del evento Carrington de 1859, la más intensa de la que se tiene registro. Si algo similar ocurriera hoy, los sistemas de control de satélites quedarían inutilizados por más de tres días, justo el tiempo crítico del CRASH Clock.

Tiempo medio entre encuentros cercanos a menos de 1 km según la altitud en 2018 y 2025. Las caídas alrededor de los 500 km coinciden con las zonas de mayor densidad orbital por la constelación Starlink. Fuente: arXiv

Colisiones que multiplican los riesgos

Una colisión en el entorno actual no se limita a dos objetos destruidos. A esa altitud y velocidad (más de 28.000 km/h), cualquier impacto genera miles de fragmentos que, a su vez, pueden colisionar con otros objetos. Es lo que se conoce como síndrome de Kessler, un escenario de colisiones en cadena que podría bloquear el acceso al espacio durante generaciones.

Aunque ese proceso suele tardar décadas en consolidarse, el estudio subraya que una sola colisión importante podría crear las condiciones para un colapso inmediato del tráfico satelital. Como advierten los autores: “Una colisión importante es más parecida al desastre del Exxon Valdez que a un final de película de ciencia ficción”, en referencia al vertido de petróleo de 1989 .

El riesgo es ya visible: según el artículo, actualmente se produce un acercamiento de menos de 100 metros cada 33 minutos. En una de las simulaciones realizadas por los autores, un satélite y un fragmento de basura espacial llegaron a estar a menos de 30 metros en solo tres horas de simulación.

Falta de coordinación y gestión del tráfico espacial

Otro aspecto preocupante es la ausencia de un sistema de gestión del tráfico espacial global. Cada operador maneja sus propios datos y criterios para realizar maniobras, lo que incrementa el margen de error y reduce la transparencia. Ya hubo incidentes: en 2019, un satélite europeo tuvo que esquivar manualmente un Starlink debido a un fallo en el sistema de alertas de SpaceX.

Como recuerda el artículo, el choque entre un satélite de Iridium y un satélite ruso en 2009 fue causado, entre otras cosas, por la falta de comunicación entre operadores. Hoy, con miles de objetos más y una frecuencia de maniobras sin precedentes, esa descoordinación puede resultar fatal.

La comunidad científica lleva años reclamando normativas vinculantes sobre sostenibilidad espacial, pero las iniciativas actuales, como las directrices voluntarias de la ONU, se quedan cortas frente al ritmo de crecimiento del sector privado.

¿Estamos a tiempo de evitar el colapso?

El estudio no propone soluciones concretas, pero sí urge a los actores espaciales —gobiernos, empresas, agencias— a reconocer la gravedad del problema y actuar de forma conjunta. Establecer métricas como el CRASH Clock puede ayudar a medir el nivel de estrés orbital y tomar decisiones informadas sobre nuevos lanzamientos, maniobras y estrategias de desorbitado.

Los autores subrayan que el CRASH Clock “no es un límite estricto, sino una medida de riesgo en un espectro” . Un valor por debajo de tres días debería ser interpretado como una señal de alerta urgente. Si no se toman medidas, ese reloj podría llegar a marcar cero tras el próximo evento solar extremo.

En paralelo, es necesario pensar en la órbita como un ecosistema frágil y compartido. Cada satélite no es solo un recurso útil, sino también un consumidor de espacio común, y su mal uso puede comprometer toda la infraestructura tecnológica global.

Referencias

  • Sarah Thiele, Skye R. Heiland, Aaron C. Boley, Samantha M. Lawler. An Orbital House of Cards: Frequent Megaconstellation Close Conjunctions. arXiv (2025). DOI: 10.48550/arxiv.2512.09643.

Cortesía de Muy Interesante



Dejanos un comentario: