
Ningún grito viene gratis ni se profiere sin causa y siglos de opresión y desigualdad, además de estar rindiendo cuentas a un reino ajeno habían llegado al límite. Por eso no es extraño que nuestra lucha por la independencia se anunciara con un grito. Sin embargo, lector querido, tal vez no fue así de simple.Quizá fue discurso a todo volumen o una proclama que sustituyó al sermón de aquella misa de domingo.
Lo que sí es seguro es que fue la expresión de una voz que ya no quería callarse y era imposible de guardar en el espíritu. Versiones al respecto hay muchas. (Ya lo sabe usted: cada quién habla según como le fue en la feria y no es lo mismo ser realista que insurgente, imperialista que republicano ni rojo, que guinda o colorado).
Versiones de escritores e historiadores hay muchas. Luis Castillo Ledón, por ejemplo, en su libro “Hidalgo, la vida del héroe” relata que Hidalgo, la noche del 15 de septiembre, estaba en animada reunión jugando una partida de malilla con doña Teresa Ortiz, esposa del subdelegado, cuando le avisaron que Ignacio Allende lo buscaba. Escribe que hablaron un rato, despidieron a los invitados y unas horas más tarde se presentó Aldama avisando que se había descubierto la conspiración y doña Josefa y don Miguel, su marido habían sido aprehendidos. Y que la primera reacción del cura había sido ofrecer al recién llegado una taza de chocolate, pero a continuación, ignorando el terror de los que no sabían si escapar o entregarse, se puso medias y zapatos y con toda calma dijo:
“Caballeros, somos perdidos, aquí no hay más remedio que ir a coger gachupines”. Y se puso de pie, para salir, con actitud resuelta.Otra historia dice que el 16 de septiembre de 1810, a las dos de la mañana, llegó a casa de Miguel Hidalgo, Ignacio Aldama, y que Allende ya estaba allí. Les informó que se había descubierto la conspiración en Querétaro y acto seguido salieron a la calle con 10 hombres armados que el cura tenía en su casa, pusieron en libertad a los presos y Allende, junto con Aldama, tomaron preso al subdelegado, lo maniataron y se lo llevaron hacia el atrio de la iglesia.
Antes de que llegara la hora de la misa, Hidalgo echó al vuelo las campanas y lanzó un discurso que finalizó gritando por la libertad y el pueblo comenzó a echar vivas a la religión, a la Virgen de Guadalupe e insultos al mal gobierno y a los gachupines.
Lucas Alamán, en su “Historia de Méjico”, cuenta desde los primeros movimientos cuando se planeaba la rebelión, en 1808, hasta su época presente, y a pesar de haber detestado todo lo que implicó el movimiento insurgente no tiene más que reconocer que la primera proclama de Hidalgo estuvo muy bien dicha, no se apartaba de la religión y resultó ser una transición que lo cambiaría todo. De elogios y gritos, nada.
Pedro García, desconocido testigo, escribió una crónica cuatro años después, en la que cuenta que el acontecimiento tuvo lugar la noche del 15 de septiembre de 1810 y que como la gente del campo tenía por costumbre llegar muy a la madrugada para aprovechar la misa prima de domingo comenzaron a averiguar por qué había tanta tardanza. No faltó quien dijera que pudiera ser que no hubiera misa, porque el Sr. Hidalgo había, en la noche anterior, mandado aprehender a todos los gachupines y todos se hallaban en la cárcel. “Nos fuimos acercando al frente de la casa del Sr. Hidalgo –relata– y como aumentábamos en número le pareció a aquel párroco respetable, que ya era tiempo de dirigir la palabra a aquella multitud. Salió al zaguán y nos habló de la manera siguiente:
“Amigos y compatriotas: no existe ya para nosotros, ni el Rey, ni los tributos: esta gabela vergonzosa, que sólo conviene a los esclavos, la hemos sobrellevado hace tres siglos como signo de la tiranía y servidumbre: terrible mancha que sabremos lavar con nuestros esfuerzos. Llegó el momento de nuestra emancipación: ha sonado la hora de nuestra libertad; y si conocéis su gran valor, me ayudaréis a defenderla de la garra ambiciosa de los tiranos. Pocas horas me faltan para que me veáis marchar a la cabeza de los hombres que se precian de ser libres. Os invito a cumplir con este deber. sin patria, ni libertad, estaremos siempre a mucha distancia de la verdadera felicidad. Preciso ha sido dar el paso que ya sabéis: La causa es Santa y Dios la protegerá. ¡Viva, pues, la Virgen de Guadalupe!, ¡Viva la América, por la cual vamos a combatir!”.
Existen otros datos: que el primer Grito oficial se celebró en 1812, que fue José María Morelos y Pavón el que consignó en sus Sentimientos de la Nación que la fiesta debía ser obligatoria y el primer mandatario que tocó la campana antes de gritar fue Guadalupe Victoria, Poco importa, lector querido. Sirvan de gozo y memoria los anteriores párrafos para unirse a la gritería y celebrar como siempre y como nunca.
Cortesía de El Economista
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