“Viaje al centro de la IA”: Benito Taibo conversa con Julio Verne… vía ChatGPT


En un salón repleto de adolescentes en la FIL Jóvenes de Guadalajara, Benito Taibo entabló conversación con un cómplice invisible: Julio Verne. No el de carne y hueso, desde luego, sino una recreación del autor francés a través de la Inteligencia Artificial. El experimento tuvo algo de sesión espiritista y algo de taller de lectura: Taibo, sentado frente a la pantalla de una laptop, le hizo preguntas a ChatGPT como si estuviera entrevistando al padre de la ciencia ficción moderna. La máquina respondió, y el público —acostumbrado a hablarle a algoritmos todos los días— asistió a una extraña ceremonia donde se cruzaron tres inteligencias: la de Verne, la de la IA y la de los lectores.

Antes de invocar a “Don Julio”, Taibo recuerdó quién fue ese hombre al que el tiempo convirtió en clásico pero que en vida no tuvo precisamente la reverencia de sus contemporáneos. En su momento, su literatura fue etiquetada de “menor”, junto con la idea de que Verne es un autor “juvenil”, lo cual Taibo rechaza: “Julio Verne no es un autor de literatura juvenil, no escribió para los jóvenes. Escribió para su tiempo”, aclara. Su tiempo: la segunda mitad del siglo XIX, “el siglo de los descubrimientos, de los avances tecnológicos, del vapor como fuerza motriz para provocar inventos y hacer cosas espectaculares”.

El escritor mexicano enlaza entonces su propia biografía lectora con la del autor francés, con un libro que lo marcó llegó enseguida: “20 mil leguas de viaje submarino”. “Me volví completamente loco —confiesa—, como se volvieron en su tiempo aquellos que estaban asombrados con lo que sucedía en el mundo junto con don Julio Verne”. Y ahí entra la IA como una herramienta extraña de la inmortalidad: un modelo de lenguaje capaz de imitar la voz de un autor muerto desde hace más de un siglo.

EL INFORMADOR/ A. NAVARRO.

“Mis novelas son historias de amor”

Cuando por fin Taibo le hace la primera pregunta a ese Julio Verne reconstruido por ChatGPT, va directo a un tema que siempre le intrigó: “¿Por qué no hay historias de amor en sus libros?” La respuesta de la IA, en voz del Verne imaginario, arranca con elegancia antigua: “Ah, una cuestión interesante. ¿Por qué está ausente el amor romántico en mis relatos? Es una pregunta que me han hecho en más de una ocasión”.

El “Verne artificial” matiza la premisa: “Mis novelas son simplemente historias de amor. Busco explorar los límites del conocimiento, la audacia de la exploración y las maravillas de la ciencia”. A su juicio, el amor romántico “puede ser una distracción”, mientras que el verdadero amor que subyace en sus obras es “el amor por la ciencia, por la aventura, por la humanidad misma”. Pone ejemplos: “el afecto profundo que une a hombres como el profesor Aronnax y Ned Land en las profundidades marinas” o “la lealtad inquebrantable de Passepartout hacia Phileas Fogg”.

Taibo interviene, divertido y un poco intimidado por el tono aleccionador de la máquina: “Fíjense. ¿Entiende? Además, como si fuera yo imbécil”, comenta entre risas del público. En esa primera respuesta hay ya una muestra de lo que el experimento puede ofrecer: la IA, alimentada con datos, reproduce un Verne coherente con su obra, articulando un discurso que explica sus decisiones literarias, aunque —como señala Taibo— con un tono que a veces roza la condescendencia. “Qué miedo que la inteligencia artificial pueda contestar como contesta y que además te trate como te trata”, remata.

La dinámica se abre al público. Un joven toma el micrófono y pregunta, con cierta timidez: “Yo quiero preguntarle a Julio Verne a qué lugar le gustaría viajar si pudiera”. La IA responde con dramatismo casi teatral: “Una pregunta que enciende la imaginación como una chispa en un barril de pólvora. Si pudiera viajar a cualquier lugar, mi elección sería sin duda el centro de la Tierra”.

Taibo subraya la trampa que asoma detrás de esa respuesta bien construida: la IA no puede salirse del terreno de lo ya escrito sobre Verne. “Nunca dirá “me gustaría estar en la playa de Rosarito echándome un taco de langosta”, bromea, porque Rosarito y los tacos de langosta no forman parte de la base de datos vinculada a la vida y obra del francés. Y aun así, admite, “está chido” que podamos sostener este diálogo improbable, aquí y ahora, en la FIL de Guadalajara, “territorio de la imaginación, del disenso, de la rebeldía”.

México en la obra de Verne y los límites del sistema

En algún momento, Taibo lanza una pregunta que lo toca de cerca: “¿En qué textos suyos aparece México?” Mientras la IA “piensa”, el autor mexicano se adelanta: recuerda Un drama en México, una de las últimas novelas de Verne, poco editada pero existente, y menciona otro texto en el que el fin del mundo tiene su epicentro en Rosario, Sinaloa. Cuando por fin llega la respuesta de ChatGPT, el Verne artificial dice: “México, un país de historia y misterio… Aparece en ‘Robur el conquistador’, aunque de manera breve. Robur sobrevuela el país en su aeronave el Albatross”. Luego se desliza hacia lo general: México visto desde Europa como un territorio donde “la historia antigua y la modernidad se entrelazan de manera fascinante”.

Taibo aprovecha el lapsus para evidenciar otra trampa de la IA: “Se le olvidó a la inteligencia artificial que su propia creación escribió un texto llamado Un drama en México”. El público ríe. El sistema, además, se topa con un límite más bien humano: un mensaje en pantalla informa que se ha alcanzado “el límite de cuatro peticiones diarias sin registro”. La conversación con Verne se corta de golpe.

Ese fallo técnico abre un breve espacio de intimidad: los jóvenes aprovechan para preguntarle al escritor por su propio oficio, por sus libros, por la posibilidad de que algún día alguien le haga a él lo mismo que él está haciendo con Verne. Él responde que intentará prohibirlo “de todas las maneras posibles”, aunque admite que el futuro es impredecible.

Leer, imaginar, desconfiar

Para Taibo, la inteligencia artificial no es un demonio, pero tampoco una salvación: “Lo que no podemos hacer es depender de ella”. Cuenta que el libro que escribe ahora llevará un asterisco en la portada que dirá: “Libre de inteligencia artificial”. En un gesto casi artesanal, reivindica la escritura como oficio: no un dictado de las musas ni una tarea que se pueda delegar por completo en un algoritmo.

Frente a una pregunta sobre si la imaginación humana es ilimitada o será predecible, responde sin dudar: “No: ilimitada, sin lugar a dudas y sin fecha de caducidad”. Y explica que es la curiosidad —esa capacidad de preguntarse qué hay dentro de un hueso o detrás de un volcán— la que ha movido al mundo desde que éramos homínidos en la sabana africana hasta este preciso instante, en el que un grupo de jóvenes escucha hablar a un escritor sobre un autor muerto a través del algoritmo.

En ese cruce entre papel e inteligencia artificial, entre Verne y ChatGPT, entre un auditorio de adolescentes y un escritor que decidió jugar a entrevistarse con un muerto, la FIL Jóvenes confirma que la curiosidad —esa vieja llama— sigue muy viva, aunque ahora también parpadee detrás de una pantalla.

SV

Cortesía de El Informador



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