
No hay nada más antidemocrático que descalificar al adversario por su simple existencia. Las reacciones a las marchas de ayer, de la Presidenta para abajo, son una clara muestra de la escasez de valores democráticos en el México de hoy. Desde el Gobierno no hay nadie que se hubiese preocupado por entender, no digamos atender, las demandas de los manifestantes, que eran por cierto tan plurales como la sociedad misma. Por el contrario, se concentraron en descalificar a la marcha antes, durante y después. Espero, sinceramente, que ellos mismo no se crean lo que dicen, que estén conscientes que reducir las manifestaciones del sábado a una “marcha de la derecha apoyada desde el exterior” es simple y sencillamente una estupidez.
En las marchas del sábado hubo de todo, muchos jóvenes y muchos no tan jóvenes; clases medias y clases populares; personas que se consideran de izquierda (y no necesitan permiso de Morena para ser de izquierda) y de derecha; conservadores y liberales; manifestantes pacíficos y violentos. Es esa pluralidad la que la hace políticamente relevante, pues si el Gobierno de Claudia Sheinbaum no entiende que lo que se manifestó el sábado es una sociedad harta de la violencia, de la violencia acumulada de los sexenios de Calderón, Peña Nieto, López Obrador y el suyo propio, corre el riesgo de responder equivocadamente a una demanda social.
En las marchas, particularmente en las de Guadalajara y Ciudad de México, hubo violencia, y la hubo de los dos lados. Las imágenes de los policías atacando brutalmente a una persona que estaba parada en el Zócalo con una bandera de México son terribles, como lo son las de un niño llorando tras ser gaseado por policías, o la de los encapuchados prendiendo fuego a las puertas del Palacio de Gobierno del Jalisco, y los policías golpeados en Ciudad de México. Eso no hace al Gobierno de Sheinbaum represor ni tampoco descalifica las marchas y su demanda esencial, como han querido hacer ver los propagandistas de uno y otro lado.
Mientras los Gobiernos de la llamada 4T sigan pensando que la causa de la violencia es la pobreza y no la convivencia corrupta de los poderes -da igual de qué partido- con el crimen organizado no vamos a resolver el problema de fondo. La pobreza, hay que repetirlo hasta el cansancio, debemos combatirla por razones de justicia social, pero el crimen organizado no se combate con estadísticas, ni con becas o violines. La educación es fundamental para dar la batalla contra la narco-cultura; no sirve de mucho para desarticular las redes de complicidad del poder, llámese como se llame el poderoso en turno, sea García Luna o Adán Augusto López.
La primera reacción de la Presidenta fue negar y descalificar. Si de verdad quiere, como dijo, erradicar la violencia de las manifestaciones, lo primero que debe hacer es castigar a los policías que golpearon impunemente a manifestantes pacíficos y escuchar lo mucho que hay de auténtico en los reclamos de los manifestantes.
Cortesía de El Informador
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