“Vírgenes y toxicómanos”: entre la realidad, el delirio y la pérdida


El escritor colombiano Mario Mendoza vuelve a sacudir el panorama literario con su más reciente novela, “Vírgenes y toxicómanos”, una obra que explora las fronteras entre lo real y lo simbólico, y que se atreve a cuestionar aquello que damos por hecho como “verdad”. Conocido por sumergirse en los territorios oscuros de la sociedad y de la mente humana, Mendoza presenta aquí una historia que combina drama íntimo, crítica política y un halo de misterio que obliga al lector a preguntarse si lo que está leyendo pertenece al terreno de lo tangible o al de lo onírico.

El relato sigue a “Anton Echeverry”, un hombre que parece tenerlo todo bajo control: es padre ejemplar, profesional comprometido con la defensa de los derechos humanos y pilar de su familia. Pero la muerte de su esposa, en circunstancias sospechosas, abre un abismo en su vida personal. La relación con su hijo “Martín” -un joven estudiante de sociología que quedó con discapacidad tras un accidente- se convierte en el delicado sostén emocional en medio de la crisis. Esta intimidad golpeada contrasta con el entorno turbulento en el que “Anton” se ve involucrado: la investigación por el asesinato de un congresista señalado de tener vínculos con grupos paramilitares. Su hijo, por su parte, discapacitado y virgen, enfrentará su propia oscuridad al internarse en un el mundo onírico de las drogas. 

La novela se mueve en un territorio donde lo real y lo fantástico se entrelazan. La inspiración de “Vírgenes y toxicómanos” proviene de desapariciones misteriosas -pero reales, y aún sin explicación- como la de Amelia Earhart o el vuelo de Malaysia Airlines, además de teorías científicas y esotéricas, como la propuesta del mexicano Jacobo Grinberg o las investigaciones del psiquiatra John Mack sobre personas que afirman haber sido abducidas. Estos elementos, junto a referencias a la psicodelia de los años sesenta y a los experimentos de Timothy Leary y el doctor Hoffman con el LSD, sirven de telón de fondo para un relato que explora los límites de la conciencia y la fragilidad de la realidad.

“La inspiración de la novela viene, en parte, de las desapariciones. Y no de desapariciones políticas o desapariciones forzadas. Amelia Earhart, por ejemplo, la famosa piloto de avión que desaparece misteriosamente” cuenta el escritor colombiano, en entrevista con EL INFORMADOR. “Había tomado notas del vuelo de Malaysia Airlines que también desapareció sin explicación alguna, y en un mundo contemporáneo lleno de satélites y lleno de todo, que un vuelo desaparezca es algo realmente extraño y muy raro. Había seguido la pista también de un mexicano que es Jacobo Grinberg. Yo había estudiado durante años la teoría sintérgica de Grinberg. 

“También tomé mucha inspiración del psiquiatra John Mack, que sacrificó todo su prestigio para estudiar a los abducidos. Él dijo que los abducidos no eran psicóticos, sino que estaban en un plano distinto de conciencia. Entonces Grinberg, John Mack, las desapariciones de Amelia Earhart, el vuelo, todo eso se fue armando en una cartelera hasta que finalmente dije, creo que tengo la línea clara y sé para dónde voy, y ahí arranqué la novela”.

Mario Mendoza es uno de los narradores más reconocidos de la literatura colombiana contemporánea.

Un espejo de nuestras sociedades cada vez más distópicas

“Vírgenes y toxicómanos” plantea un mapa de tensiones donde se cruzan la violencia política, la corrupción, la discapacidad, la pérdida y la culpa. Mendoza propone un universo en el que no existen respuestas fáciles: cada personaje se mueve entre lealtades rotas, secretos inconfesables y un permanente cuestionamiento de lo que perciben como realidad. La novela, más que dar certezas, invita a desconfiar de ellas. 

Todo esto no es más que un reflejo de nuestras sociedades, de lo que está pasando en el mundo, inmerso en escenarios cada vez más distópicos: guerras, enfermedades, tecnología y radicalismo, muerte. Es decir: cada vez nos sorprendemos menos. La vida “real” se convierte poco a poco en algo de la ciencia ficción, pero para mal. “Vírgenes y toxicómanos”, en ese sentido, no solo es un relato de ficción, sino también una radiografía de la angustia contemporánea.

“Yo tengo claridad hace mucho tiempo de que vamos hacia una distopía. Eso significa que todo se está dando la vuelta. Creíamos en la utopía, en la declaración de los derechos humanos, en una democracia participativa, etcétera”, dice el autor, con cierta tristeza. “Pero eso ya no funciona. El punto de quiebre, el punto de giro, fue la pandemia. La pandemia llegó en un momento en el que tuvimos una oportunidad increíble para reflexionar, parar, hacer un examen de conciencia, decir: “¿Qué estamos haciendo? ¿Qué es esta locura? ¿Qué es este disparate generalizado?”, y no lo hicimos”.

“Como no lo hicimos, la línea de entropía solo avanza. Ya cruzamos el punto de no retorno. Ya no hay manera de echar para atrás, esa oportunidad quedó en el pasado. Después de la pandemia vino la invasión a Ucrania, el conflicto de Medio Oriente, el disparate generalizado. Yo tengo siempre ese telón de fondo en mente cuando escribo. Antes uno creía que era posible la redención. Decíamos: debe haber una forma de llegar a lo soñado, a lo querido. Y en realidad ya no hay redención, ya no hay manera. Lo que queda es enfrentar el caos, la desmesura y la distopía”.

AGÉNDALO

Presentación del libro

Mario Mendoza presentará “Vírgenes y toxicómanos” hoy, 25 de septiembre, a las 18:00 horas, en Librerías Gandhi de López Cotilla, en la colonia Americana.

“Vírgenes y Toxicómanos”. La obra se ubica entre el thriller, el drama existencial y la fábula simbólica. ESPECIAL

Una novela onírica y experimental

“Vírgenes y toxicómanos” refleja la apuesta del autor por romper con el canon académico. En lo literario, la obra se ubica en un punto de encuentro entre el thriller, el drama existencial y la fábula simbólica. Mendoza ha defendido la necesidad de desmarcarse de los moldes de la “alta literatura” para explorar formas más populares y híbridas: el cómic, la novela gráfica, la literatura juvenil, el melodrama, el rap o el guion cinematográfico. De hecho, ha trabajado como guionista de cine y televisión, ha desarrollado cómics como “El último día sobre la Tierra” y prepara el estreno de una serie en Netflix. 

Esa multiplicidad de registros se percibe en su escritura: “Vírgenes y toxicómanos” es a la vez un thriller, una novela de exploración existencial y un fresco de la contracultura: una obra experimental.

“Antes yo escribía como la mayoría de los autores, según el canon. Si vienes de la academia, que dicta el canon, tienes el deseo de hacer una literatura que respete ese canon, lo que se considera la gran literatura”, cuenta Mario Mendoza. “Pero en la medida en que avanzaba sentía que el canon me ponía camisas de fuerza que no me gustaban, y solo era complacer lo que la academia dicta. Mi escritura no respeta el canon. No quiero ir en esa línea, no estoy pensando en el Nobel ni en la carrera de escritor tradicional. A mí me interesan las formas populares de expresión: el cómic, la novela gráfica, el melodrama, el hip-hop, el rap, los ritmos del lenguaje en otros registros. La novela mezcla todo eso: tiene un registro de thriller policiaco, pero al mismo tiempo registros melodramáticos que vienen, por ejemplo, del soap opera”.

Otra gran inspiración para Mario Mendoza fue la generación el Beatnik, la contracultura de los 60, la literatura que exploró otros estados de conciencia, otros páramos de lucidez, esos territorios inexplorados a los que no cualquiera puede acceder. “A mí me interesa mucho la generación Beatnik: Allen Ginsberg, Jack Kerouac, William Burroughs. Todos ellos dieron origen a la generación hippie de los sesenta, ligados a “Las puertas de la percepción” de Aldous Huxley”, cuenta el escritor. “Ahí uno se da cuenta de que los estados alterados de conciencia generan nuevos viajes. A mí me interesan mucho esas exploraciones. Creo que ellos abrieron una posibilidad de contracultura a través de la psicodelia y de la pregunta sobre qué le pasa al cerebro, que es el que genera y produce realidad”.

A través de una narración que se atreve a mezclar géneros y registros, Mendoza propone una mirada incómoda pero lúcida a nuestro presente, donde el sueño de la utopía ha dado paso al desafío de sobrevivir en el caos. “Vírgenes y toxicómanos” no es solo una novela sobre un crimen o una tragedia familiar; es, sobre todo, una invitación a sumergirse en la duda, a reconocer que la realidad no siempre es lo que parece y que, en sus fisuras, se esconden las verdades más perturbadoras.

“He tenido novelas muy difíciles de escribir, pero esta no. Curiosamente fluyó muy bien. Tenía todo muy claro, una cartelera, una escaleta bien armada, una estructura pensada durante años. Cuando me senté, arranqué derecho. Había un cierto resquemor: no sabía si el lector me acompañaría en ese giro raro, porque la novela gira hacia lo desconocido. Pero al final pensé: ‘Esto es lo que quería escribir. Vamos a jugárnosla toda a ver qué pasa’. Y me siento satisfecho”, finalizó el escritor.

PERFIL

Mario Mendoza: un narrador de los márgenes

Nacido en Bogotá en 1964, Mario Mendoza es uno de los narradores más reconocidos de la literatura colombiana contemporánea. Estudió Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana y ha desarrollado una carrera que se caracteriza por la exploración de lo marginal, lo distópico y lo espiritual en medio del caos urbano. Ha publicado novelas emblemáticas como “Satanás” (2002), con la que obtuvo el Premio Biblioteca Breve. Mendoza ha incursionado también en la literatura juvenil, y es un prolífico conferencista y profesor, interesado en la filosofía, la psicología y las fronteras entre ciencia y espiritualidad.

Cabe señalar que Mario es el autor colombiano más leído y reconocido de los últimos años. Varias de sus novelas ya llegaron a plataformas como Netflix (“Yo no soy Mendoza”) y en Prime Video (“Los iniciados”).
 

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Cortesía de El Informador



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