
Hay muchas personas tienen un concepto distorsionado del crédito y por eso lo usan de forma equivocada. Todo esto impulsado por los bancos y otras instituciones financieras cuyo principal negocio es prestar dinero. Es tan fácil comprar lo que uno quiere y pagar a meses. O tomar el “adelanto de sueldo” (crédito de nómina) pre-autorizado que nuestro banco ofrece de manera insistente. Algunos hasta sacan una tarjeta de crédito “para emergencias”.
Convenientemente se olvida que usar dinero prestado es gastar dinero que todavía no hemos ganado. Es comprometer nuestro ingreso futuro: cuando lo recibamos, tendremos que destinar una parte a pagar las mensualidades y no estará disponible para otras cosas más importantes.
Además, debido a que el crédito suele tener un costo que en México es muy elevado (intereses, comisiones e impuestos), por lo general uno termina pagando muchísimo más dinero.
Todo esto no quiere decir que el crédito sea inherentemente bueno o malo. Es, como siempre digo, una herramienta que puede ser útil, pero que también es peligrosa (por lo cual hay que manejarla con mucho cuidado).
Eso empieza por tener claros los conceptos y las implicaciones de usar o no esa herramienta y en qué circunstancias.
Es triste ver que la mayoría de la gente ni siquiera comprende las características, las condiciones, mucho menos el costo real e impacto financiero, del préstamo que contrata. Por eso se meten en problemas.
¿Sabías que si pides un préstamo de nómina por 100,000 pesos a 36 meses y tu tasa de interés es del 38% anual más IVA, terminarás pagando 185,000 pesos en total? ¿Sabías que hay muchos que no permiten prepagos a menos que sea la totalidad?
Si lo entiendes y aún así decides que ese préstamo es tu mejor opción, considerando tus otras necesidades y objetivos financieros, entonces estás tomando una decisión informada y no hay nada más que decir. Pero no es el caso de casi todas las personas que usan crédito.
En mis columnas nunca he escondido el hecho de que a mí, particularmente, no me gusta estar endeudado. Mi primer coche lo compré a crédito, pero el resto de contado. Hacerlo fue fácil: cuando liquidé, seguí pagando las mensualidades, pero a mí mismo y no a la financiera. Así fui haciendo un fondo para cambio de auto. Simple organización.
También tuve un préstamo hipotecario cuyo plazo original fue 15 años pero terminé de pagar en sólo 5, porque desde el principio hice adelantos a capital cada vez que podía (mi fondo de ahorro, bonos y parte del aguinaldo lo destinaba a esto).
El no tener esos compromisos, el poder disfrutar de todo mi ingreso para mi (y no para pagar un crédito) es una sensación de libertad que es difícil de describir. Cuando uno queda libre de deudas, la capacidad de ahorro se incrementa simplemente porque ya no hay que pagar esas mensualidades. Uno puede decidir qué hacer con ese dinero (una buen uso sin duda es invertir y construir patrimonio que nos permita ampliar esa libertad en el futuro).
Hay gente, sin embargo, que tiene opiniones distintas que las mías y que gusta de usar crédito de manera “estratégica”. Sienten que vivir con dinero prestado les da una ventaja. En lugar de pagar sus deudas prefieren refinanciarlas, que al final, es sacar un crédito a un costo menor, para pagar otro. Todo eso está muy bien si uno entiende las implicaciones y está dispuesto a correr los riesgos (por ejemplo, una pérdida repentina de ingresos o una crisis de liquidez puede ponernos en serios aprietos).
Tengo un buen amigo que hizo precisamente eso: compró su casa a crédito y cinco años después decidió refinanciar su hipoteca con otro banco. Su tasa de interés bajó bastante, su mensualidad se redujo sensiblemente, pero el plazo se amplió. Él está feliz porque los pagos le quedan muy cómodos, tiene buena capacidad de ahorro y nunca ha dejado de invertir desde que obtuvo su primer empleo. En lugar de hacer prepagos, prefiere ver crecer su cuenta para el retiro. Es una decisión que para él tiene sentido, aunque financieramente quizá no sea la más óptima.
Pero como siempre digo, a veces hay que ver más allá de los números. Siempre hay otros aspectos a considerar. Lo que funcionó para mí no habría funcionado para él y eso está bien. Lo importante es que mi amigo tomó una decisión consciente que no lo desvía del camino hacia su libertad financiera.
Cortesía de El Economista
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