Durante décadas, el esqueleto parcial de Australopithecus afarensis conocido como “Lucy” ha sido considerado en todo el mundo como “la madre de la humanidad”. También en España, donde su figura ha aparecido en manuales escolares, documentales y exposiciones como un hito clave en la comprensión de nuestros orígenes. Descubierta en 1974 en Etiopía, Lucy fue presentada como una prueba casi irrefutable de la conexión entre los primeros homínidos y el ser humano moderno. Sin embargo, un nuevo hallazgo fósil en África oriental está sacudiendo esta narrativa ampliamente aceptada y reescribiendo, una vez más, la historia evolutiva que creíamos conocer.
Un nuevo estudio publicado en la revista Nature acaba de echar leña al fuego del debate paleoantropológico: como ya adelantamos, los investigadores han vinculado un enigmático pie fósil, descubierto hace más de una década en el yacimiento de Burtele (Etiopía), con una especie hasta ahora poco conocida: Australopithecus deyiremeda. Y este nuevo protagonista podría tener un papel más importante del que se pensaba en nuestra historia evolutiva.
Un fósil olvidado que cambia las reglas del juego
El hallazgo clave no es nuevo, sino que ha estado guardado en los archivos desde 2012. Se trata del llamado “pie de Burtele”, un conjunto de huesos fósiles que durante años no pudo ser atribuido a ninguna especie con certeza. Su morfología, especialmente su capacidad para la prensión arbórea, resultaba desconcertante en comparación con otros homínidos del mismo periodo. Ahora, gracias a nuevos fragmentos de mandíbula y dientes encontrados en la misma región, ese pie ha sido finalmente asociado a Australopithecus deyiremeda, una especie que vivió entre 3,5 y 3,3 millones de años atrás, en paralelo con Lucy.
Y aquí es donde la historia da un giro inesperado. Porque si dos especies distintas de homínidos coexistieron en la misma región de África oriental durante el mismo periodo, no es descabellado pensar que Lucy no sea el eslabón clave entre los homínidos primitivos y el género Homo, como se creía. En su lugar, A. deyiremeda o incluso su antecesor A. anamensis podrían haber ocupado ese lugar en el árbol evolutivo.

La convivencia de especies: un modelo más complejo
Lejos de la idea tradicional de una línea recta desde los simios hasta Homo sapiens, los últimos estudios apuntan a un panorama mucho más intrincado: un mosaico de especies que compartían territorios, recursos y quizás incluso se cruzaban entre sí. Esta visión no es nueva para los arqueólogos españoles, acostumbrados a trabajar con yacimientos de Atapuerca donde han encontrado restos de especies distintas que convivieron o se sucedieron en breves periodos.
Lo que añade esta investigación publicada en Nature es una evidencia fósil que refuerza la idea de que, durante el Plioceno, África no fue el escenario de una evolución lineal, sino un laboratorio de ensayo biológico con múltiples homínidos probando distintas estrategias para sobrevivir.
En el caso de A. deyiremeda, los nuevos restos sugieren que esta especie tenía una dieta más basada en frutas y hojas, mientras que A. afarensis —la especie de Lucy— habría consumido alimentos más variados, incluyendo pastos. Esta diferencia alimentaria, junto con sus notables diferencias en la forma del pie, apunta a que ambas especies ocupaban nichos ecológicos diferentes. Mientras Lucy caminaba principalmente erguida, A. deyiremeda mantenía una habilidad significativa para trepar árboles. Esto sugiere modos de vida distintos, quizá incluso culturas distintas.
¿Y si nunca supimos quién fue nuestro verdadero antepasado?
El estudio ha desatado un debate feroz en la comunidad científica. Algunos expertos afirman que estas pruebas reafirman que A. anamensis (una especie aún más antigua) podría ser el verdadero ancestro común tanto de Lucy como de A. deyiremeda, relegando a la icónica Lucy a una rama lateral del árbol familiar.
Otros, sin embargo, sostienen que A. afarensis sigue siendo la mejor candidata por su anatomía adaptada al bipedismo, su dieta variada y su amplia distribución geográfica. En este contexto, la figura de Lucy —tan presente en exposiciones museísticas y documentales— podría mantenerse como símbolo, pero no como protagonista central.
Este tipo de debates no son ajenos al mundo de la Historia. Pensemos, por ejemplo, en cómo la visión tradicional sobre el inicio de la Edad del Hierro en la península ibérica fue sacudida cuando se descubrieron objetos de este material en contextos mucho más antiguos de lo que se pensaba. En el caso de la evolución humana, lo que se creía un camino claro ahora parece una red enmarañada de caminos entrecruzados.

Más preguntas que respuestas
A pesar de la solidez de los datos presentados, los propios autores del artículo reconocen que aún queda mucho por descubrir. Por ejemplo, aún no se han encontrado fósiles del pie de A. anamensis, lo que impide comparar directamente su locomoción con la de A. deyiremeda. Tampoco se ha logrado extraer ADN de fósiles tan antiguos, por lo que la posibilidad de hibridación entre especies no puede ser ni confirmada ni descartada.
Lo que sí parece cada vez más claro es que la historia evolutiva de nuestra especie no se reduce a una línea recta de antecesores. Es una historia de ramas, cruces, extinciones y adaptaciones. Y como ocurre tantas veces en la Historia, un hallazgo aparentemente menor —como un pie fosilizado— puede cambiarlo todo.
¿Qué implicaciones tiene esto para el futuro?
Además de cambiar el enfoque de muchas investigaciones académicas, este hallazgo podría tener implicaciones en cómo comunicamos la evolución humana al gran público. Quizás sea el momento de revisar no solo los libros de texto, sino también cómo narramos la historia de nuestros orígenes. En lugar de una figura central como Lucy, podríamos hablar de una red de ancestros, una especie de familia extensa en la que no hay un único protagonista, sino múltiples actores que, juntos, hicieron posible nuestra existencia.
Como ya sucede con el caso de Atapuerca en España —donde la aparición de especies como Homo antecessor o Homo heidelbergensis ha revolucionado la narrativa—, estamos ante un punto de inflexión que puede transformar nuestra comprensión del pasado humano.
Cortesía de Muy Interesante
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