¿Y si Portugal no se hubiese independizado de España en 1668?

Verano de 1578: Batalla de Alcazarquivir, Marruecos occidental. Portugal combate contra uno de los pretendientes de la dinastía saadita, como aliado del otro. Pero el rey Sebastián I, el Deseado, muere en la lucha. Automáticamente, la rama española de los Habsburgo (Austrias) se prepara para subir al trono de Lisboa.

El final de la línea sucesoria directa de Juan III va a propiciar que Felipe II de España, nieto de Manuel I por línea femenina, sea reconocido como rey de Portugal. A pesar de que Antonio, Prior de Crato –y también nieto de Manuel–, se rebele y se autoproclame rey, la naciente burguesía portuguesa y la nobleza tradicional terminarán apoyando al monarca español, que adoptará el nombre de Felipe I de Portugal en las Cortes de Tomar (1581).

Para conseguir tales apoyos, Felipe se ha comprometido a mantener y respetar los fueros, costumbres y privilegios de los portugueses. Y lo mismo los que ocupen los cargos de la administración central y local, así como las guarniciones y las flotas de Guinea y la India. En Tomar están presentes todos los procuradores de las villas y ciudades portuguesas a excepción de las pertenecientes a las islas Azores, fieles al pretendiente rival, el Prior de Crato.

Retrato de Felipe II por Sofonisba Anguissola (1565). Foto: Museo del Prado / Wikimedia.

Durante los siguientes 60 años, España y Portugal serán un solo país, según la concepción nacional del siglo XVI. España era una monarquía compuesta, denominada Monarquía Hispánica o Monarquía Católica, en cuyo entramado institucional se incorporó Portugal junto con los demás reinos dependientes de la Corona, un entramado en el que cada uno retenía sus peculiaridades y ordenamientos jurídicos.

El soberano español actuaba como rey autonómico según la constitución política de cada reino y su poder variaba de un territorio a otro, pero era el monarca de forma unitaria sobre todos sus territorios. No obstante, el respeto de las jurisdicciones territoriales no impidió un creciente refuerzo de la autoridad del monarca en cada reino en particular. Existía además una directriz común que había de obedecerse, encarnada en la diplomacia y la defensa, en la que la Corona castellana ocupaba la posición preeminente sobre los demás. Así, el rey de Portugal era el monarca español; y Portugal, junto con su imperio ultramarino colonial (incluidas las guarniciones de Guinea y la India), pasó a integrarse en la estructura organizativa de la Monarquía española, aquel “Imperio donde no se ponía el sol”.

De la Unión Ibérica al iberismo

La Unión Ibérica empezó a torcerse con el alzamiento de los nobles portugueses en 1640 a favor de la restauración de su independencia, lo que devino en una larga guerra intermitente, de intensidad variable, y concluyó en 1668 con el Tratado de Lisboa y el restablecimiento de la Casa de Braganza en la capital lusa. Lo cierto es que la sublevación catalana de 1640 y las guerras paneuropeas de los Treinta Años desviaron los agotados recursos económicos y militares de la Corona española y obligaron a Carlos II a firmar la paz en el frente atlántico-portugués.

Proclamación de Juan IV como rey
La proclamación de Juan IV como rey se produjo en 1640 e inició la Guerra de Restauración entre Portugal y España, que acabó en 1668 con la independencia portuguesa definitiva y el Tratado de Lisboa (cuadro de Veloso Salgado). Foto: Alamy.

Pero ¿qué habría sucedido si los Austrias hubieran ganado esa guerra? Lo vemos en nuestras cuatro fechas ucrónicas y contrafácticas. Dejemos que la fantasía y la historia levanten el vuelo conjuntamente.

Por cierto, desde entonces pervive el llamado iberismo, una ideología política que aparece y desaparece, tendente a integrar España y Portugal en un todo peninsular. La ideas iberistas fueron promovidas principalmente por los movimientos republicanos y socialistas hispano-portugueses desde principios del siglo XIX, coincidentes con los ideales nacionalistas y románticos de carácter integrador, como el Risorgimento italiano o la unificación alemana.

En junio de 2016, dos tercios de los portugueses –el 67,8%– decían ser partidarios de la Unión Ibérica y de que España y Portugal avanzaran hacia “alguna forma de unión política”.

‘Ucronología’

Noviembre de 1644: España gana y recupera terreno

En la primera gran batalla de la Guerra de Restauración, el hispano-napolitano marqués de Torrecuso cruza la frontera desde Badajoz y, atravesando el Guadiana con artillería, 12.000 infantes y 2.600 caballeros, conquista Olivenza y Elvas. Tras la caída del frente gallego, España recupera Portugal.

Baluarte de Elvas
Baluarte de Elvas. Foto: AGE.

1710-1800: La gran emigración americana

Más de 600.000 galaico-portugueses protagonizan uno de los mayores movimientos migratorios de la historia en dirección a Brasil. Las minas de oro se convierten en la primera fuente económica de la colonia. El gallego y el castellano son las lenguas dominantes.

Octubre de 1822: Independencia de Brasil

Apoyado por Inglaterra, el príncipe Pedro –“libertador y padre de la nación brasileña”– proclama la independencia y se convierte en el primer emperador de Brasil. Ocupará brevemente el trono como Pedro IV, El Rey Soldado. En España, Fernando VII acepta los hechos consumados sin oponerse militarmente.

Fernando VII con uniforme de capitán general, Vicente López Portaña
Fernando VII con uniforme de capitán general, 1814, por Vicente López Portaña. Foto: ASC.

Septiembre de 1873: Primera República Española

Francisco Pi y Margall impulsa la Constitución Ibérica: el país se divide en los cantones de Cataluña, Valencia y Murcia, Granada y Córdoba, Sevilla y Extremadura, Castilla la Nueva, Aragón, Vascongadas y Navarra, Castilla la Vieja, Reino de León, Asturias y Galicia y “los tres Estados de Portugal”.

Cortesía de Muy Interesante



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