Tras su humillante derrota en la Guerra de Crimea (1853-1856) ante la alianza anglo-otomana, la Rusia zarista se enfrentaba a una realidad desastrosa: la urgente y costosa reforma de un enorme ejército – atrasado, ineficiente y corrupto– y las indemnizaciones debidas a la nobleza tras la promesa cumplida de abolir la servidumbre habían dejado exhaustas las finanzas de Alejandro II.
Estados Unidos, aliado de Rusia, vio la ocasión para hacer una oferta de compra por la remota y despoblada península ártica: cinco millones de dólares. Las negociaciones, siempre cordiales, corrieron a cargo de William H. Seward, secretario de Estado del presidente republicano Andrew Johnson (el sucesor de Abraham Lincoln). El barón Stekl, ministro plenipotenciario del zar, regateó al alza hasta los siete millones. Doscientos mil más y la operación quedó cerrada por una cantidad hoy equivalente a los 130 millones de dólares.
El 18 de octubre de 1867, en una sobria ceremonia, 250 marines izaron la bandera de la Unión en Sitka, a 7.500 kilómetros de Moscú y 4.600 de Washington D.C.
Aunque nadie duda hoy de que los americanos hicieron un gran negocio, la opinión generalizada en la Europa de la época fue que los “ingenuos estadounidenses” se habían dejado embaucar por los “astutos rusos”. La mitad de la prensa norteamericana y la oposición política calificaron la compra de “chaladura” y al nuevo territorio de “parque de osos” e “inmensa nevera”. “¿Para qué queremos ese cajón de hielo donde apenas viven 50.000 salvajes?”, llegó a editorializar el New York Tribune.

Oro, carbón y petróleo
Nadie podía imaginar entonces las inmensas reservas de petróleo, carbón y oro que aflorarían antes de que acabara el siglo, como tampoco a nadie le preocupaba el incalculable valor estratégico que este territorio aparentemente indefendible cobraría en la Guerra Fría que marcaría medio siglo XX.
¿Qué habría pasado si la operación no se hubiera llevado a cabo? Los historiadores contrafácticos apuntan hoy varias posibilidades interesantes. La primera: tarde o temprano, la necesidad de fondos del arruinado Imperio zarista habría acabado por empujar a Rusia a ofrecer Alaska a la recién creada Canadá, deseosa de completar su territorio continental.
La segunda: tras la Revolución bolchevique, la península ártica se habría separado de la URSS aprovechando el caos de la Guerra Civil rusa de 1917-1923 y su lejanía de Moscú, capital del nuevo Estado soviético. Alaska habría quedado aislada y convertida en una especie de Taiwán blanco dentro de la inmensidad de la roja Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, defendida y tutelada por Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial.
Los inuit funcionarios
Al margen de la gran geoestrategia mundial, los 17.000 indígenas inuit de Alaska, antiguamente llamados esquimales, nunca tuvieron capacidad de decisión sobre su territorio y desde el 3 de enero de 1959 son ciudadanos estadounidenses de pleno derecho. Curiosamente, después de Wyoming, Alaska es hoy el segundo estado de la Unión con mayor proporción de empleados públicos respecto a su población: 725.000 habitantes.

‘Ucronología’
Marzo-abril de 1867
Apoyados por la opinión pública y la prensa antigubernamental, el Senado y la Cámara de Representantes de Estados Unidos vetan el Tratado de Compraventa de Alaska.
Octubre de 1922
Canadá aprovecha el caos de la Revolución y la guerra civil en Rusia y compra Alaska a la recién creada Unión Soviética por 30 millones de dólares. Un Lenin enfermo y acosado aprueba la operación.

Abril de 1949
Bajo mando de la OTAN, se constituyen las Fuerzas de Defensa de Alaska, dirigidas por Estados Unidos y con base en Eielson, a 400 km de Anchorage.
Marzo de 2000
Tras la desintegración de la URSS, la provincia canadiense de Alaska se convierte en Estado libre asociado con tratados comerciales preferentes con Ottawa y Washington.

Cortesía de Muy Interesante
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