Una sociedad feliz, sin guerras, sin dramas, en la que todos conocen su destino… hasta que una persona decide saltar sus límites. En 1998, el guionista Andrew Nicoll obtuvo un éxito espectacular con El show de Truman, película que escribió, pero que no le dejaron dirigir. Sí logró sacar adelante Gattaca, su primer título como director, que se estrenó un año antes que la de Truman. En ambas películas —y en otras escritas y dirigidas por Nicoll— se aprecia una gran agudeza visual para detectar historias de interés en las tendencias científicas y sociales del momento.
A finales de los 90, el descifrado del genoma humano ocupaba abundante espacio en los medios y divulgadores como Lee Silver vaticinaban un porvenir en el que las capas más pudientes pagarían por la mejora genética de sus hijos, del mismo modo en que hoy lo hacen para educarlos en los colegios y universidades más exclusivos.
Otros contemplaban la posibilidad de que el ADN influyera a la hora de contratar un seguro de vida o enfermedad, o incluso a la hora de acceder a un empleo. La investigación avanza mucho más despacio de lo que se previó en aquellos tiempos prometedores; pero mientras lo hace, ya hemos podido comprobar cómo la evaluación para un puesto de trabajo incluye extraer toda la información posible de nuestra actividad en las redes sociales. ¿Dudarían en hacer lo mismo con nuestra huella genética?
Un sueño imposible: ser astronauta cuando tu ADN lo prohíbe
Este es el planteamiento de Gattaca: el ADN de cada persona es, desde su nacimiento, determinante para el papel que le espera en la sociedad.
Vincent, uno de los últimos seres humanos concebido por procedimientos naturales, no lo tiene fácil: es miope y padece un problema cardiaco que hace estimar que morirá a los treinta años de edad. Aun así, quiere ser astronauta, y para ello no dudará en falsificar su secuencia genética.
Toma la identidad de Jerome, un campeón de natación que quedó parapléjico a consecuencia de un intento de suicidio cuando solo pudo ganar la medalla de plata en la competición.

Identidad genética y mérito falsificado
Nadie sabe que Jerome está en silla de ruedas, así que Vincent puede utilizar su ADN en muestras de sangre, orina o tejidos para hacerse pasar por él: por un ser humano válido para el viaje espacial.
Se somete a cirugía para ajustar su estatura a la de Jerome, adopta las costumbres de un zurdo —Jerome lo es— y usa lentes de contacto para ocultar su miopía.
Todo parece ir bien, hasta que el director de la misión en la que Vincent va a participar es asesinado, lo cual somete su falsa identidad a un escrutinio mucho más intenso.
Determinismo, depresión y humanidad perdida
Una de las críticas más comunes —no exenta de razón— que se han hecho a Gattaca es que la trama policiaca no añade gran cosa a la historia, y que su verdadero interés radica en ese futuro en el que se considera a la genética como el único elemento determinante y a los seres humanos como sus productos directos.
Al igual que en otras distopías del cine, todo es aséptico, ordenado, deshumanizado. Nada lo explica mejor que la entrevista de trabajo de Vincent, que consiste… en el análisis de una muestra de orina. O la depresión de Jerome por haber conseguido solo una medalla de plata cuando su destino genético era ser campeón.
Pero, parafraseando al doctor Ian Malcolm, la humanidad siempre se abre camino, y, si al final, Vincent consigue su propósito, es gracias a la ayuda inesperada de otra gente que cuenta entre sus seres queridos —o que lo son ellos mismos— a personas que serían rechazadas por su ADN, pero que se saben perfectamente capaces de llegar a mucho más que lo que el determinismo genético les reserva.
La apuesta de la película es clara: es indudable que la genética establece buena parte de nuestras capacidades físicas y mentales, pero también lo es que, si permitiéramos que ese fuera el único elemento decisorio, dejaríamos fuera muchas de las cosas que, para bien o para mal, nos hacen seres humanos.

La estética del control: arquitectura y diseño como lenguaje visual
Uno de los elementos más impactantes de Gattaca es su estética visual, que comunica desde el primer momento una sensación de orden extremo y despersonalización. Andrew Niccol optó por una arquitectura brutalista, líneas rectas, espacios vacíos y superficies pulidas, con el objetivo de reflejar un mundo donde todo está planificado, medido y optimizado.
La elección de localizaciones reales como el edificio Marin County Civic Center, diseñado por Frank Lloyd Wright, refuerza esta imagen de futuro limpio, pero carente de calidez.
La idea de que todo está predestinado
Los colores predominantes son apagados, dominados por grises, verdes oscuros y azules metálicos, lo que transmite una atmósfera fría y clínica. Los personajes visten uniformes sencillos, sin texturas llamativas ni detalles individuales, como si la sociedad hubiera eliminado no solo las imperfecciones genéticas, sino también la expresión personal.
Nada en el entorno visual de la película está pensado para provocar emoción, sino para mantener una falsa sensación de perfección.
Este diseño deliberado sirve como un espejo del sistema social que representa: eficiente, elitista y profundamente excluyente. La forma en que los espacios son filmados —con encuadres simétricos y composiciones geométricas— refuerza la idea de que todo está predestinado.
En este contexto, el cuerpo de Vincent, modificado para encajar, choca con la rigidez del mundo que intenta habitar, y ese contraste visual subraya el mensaje de la película sin necesidad de palabras.

El ADN como frontera: ciencia real detrás de la ficción
Aunque Gattaca se sitúa en un futuro cercano ficticio, sus bases científicas están lejos de ser pura fantasía. La idea de selección genética antes del nacimiento se inspira en tecnologías reales como el diagnóstico genético preimplantacional (PGD), que ya en los años 90 permitía seleccionar embriones libres de enfermedades hereditarias.
Lo que la película hace es llevar ese avance al extremo, imaginando una sociedad donde esta práctica se convierte en norma y define el valor social de cada persona.
En el universo de Gattaca, no solo se selecciona lo mejor del ADN de los padres, sino que se elimina todo rasgo considerado “indeseable”, como la propensión a enfermedades o incluso características físicas menores. Esto crea una división rígida entre los “válidos” (modificados genéticamente) y los “no válidos” (concebidos de forma natural).
La inquietante distopía genética que anticipó debates éticos del presente
Aunque todavía no vivimos en un mundo tan polarizado, la película planteó con acierto debates éticos que hoy siguen vigentes, como el uso de la información genética para la contratación laboral o los seguros médicos.
La visión de Niccol fue tan precisa que Gattaca ha sido usada en universidades y foros de bioética como caso de estudio sobre discriminación genética .
A pesar de que la ciencia ha avanzado más lentamente de lo que algunos preveían en los 90, el riesgo de que los avances en genómica se usen como herramientas de control o exclusión sigue siendo una preocupación real.
Por eso, más de 25 años después, Gattaca sigue siendo una advertencia tan poderosa como necesaria.
Cortesía de Muy Interesante
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