¡Ya están aquí los de la brocha! Cómo se trabaja realmente en una excavación

En cualquier ciudad o poblado, un día cualquiera, una zanja abierta en medio de una calle puede revelar un pasado oculto durante siglos. A los transeúntes curiosos les sorprende ver un grupo de personas equipadas con brochas, pinceles y pequeñas herramientas escarbando el suelo con sumo cuidado. “¡Ya están aquí los de la brocha!”, exclama alguien en tono jocoso. Sin embargo, más allá de la imagen idílica del arqueólogo quitando el polvo a una reliquia antigua, la realidad de una excavación es mucho más compleja y demandante de lo que se suele imaginar.

El cine y la televisión son culpables de que asociemos la arqueología a la aventura, la recuperación de grandes tesoros de oro y piedras preciosas y el trabajo en solitario. Sin embargo, la realidad de una excavación arqueológica dista mucho de esta representación simplificada. El proceso que va desde el hallazgo de un yacimiento hasta la exhibición de las piezas en un museo es largo y complejo. Requiere de la colaboración multidisciplinaria de especialistas en campos muy diversos y exige, además, la aplicación de métodos científicos rigurosos que permitan recuperar y analizar materiales de manera sistemática.

Las herramientas del arqueólogo. Funete: Pixabay

La planificación antes de la excavación

Antes de que el primer montón de tierra sea removido, la excavación debe planificarse meticulosamente planificada. No se trata de empezar a cavar al azar, sino de definir una serie de estrategias de intervención basadas en estudios previos. Durante los trabajos preparatorios, por tanto, se realizan prospecciones geofísicas, se revisan las fuentes históricas y se procede a llevar a cabo estudios topográficos para determinar el mejor lugar para excavar.

La documentación es clave en esta fase. Para ello, se elaboran registros detallados de cada paso a seguir. Esto asegura que cada capa de tierra extraída se documente adecuadamente, pues la labor de excavación es un trabajo destructivo: una vez se excave el yacimiento, ya no se puede devolver a su estado originario. Por tanto, cada hallazgo estará sujeto a una serie de procedimientos científicos que garantizarán su correcta interpretación en el futuro.

El trabajo de campo: mucho más que brochas y pinceles

Cuando se piensa en los arqueólogos inmersos en plena excavación, la imagen típica presenta a un investigador con sombrero de ala ancha utilizando un pequeño pincel para retirar el polvo de un objeto. Sin embargo, la mayor parte del trabajo arqueológico requiere de herramientas mucho más rústicas: picos, palas, carretillas y retroexcavadoras, como si estuviésemos en plena obra de construcción. Estas herramientas permiten retirar los estratos superiores de tierra. Solo así se podrá acceder a las capas más antiguas y delicadas donde se encuentran los vestigios históricos.

Dependiendo de la profundidad y tipo de suelo, se pueden emplear otras herramientas como cucharillas, espátulas y tamices. Las brochas y pinceles se reservan para la limpieza final de objetos delicados.

Una excavación es un proceso destructivo por naturaleza. Cada capa de tierra que se retira elimina información que jamás podrá recuperarse si no se documenta adecuadamente. Por ello, cada objeto encontrado debe registrarse en su posición original antes de ser extraído. Fotografías, dibujos y anotaciones detalladas en los cuadernos de excavación ayudan a reconstruir el contexto en el que estos elementos fueron hallados y servirán para los estudios posteriores.

Brocha de pintor
Brocha. Fuente: Pixabay

Las sorpresas bajo tierra

Uno de los mayores desafíos a los que tiene que enfrentarse la arqueología concierne el hecho de que los contextos en los que se encuentran los objetos no siempre son los originales. Las raíces de árboles, la acción implacable de los roedores, los insectos e incluso la actividad humana moderna pueden alterar la disposición de los restos arqueológicos. Un ejemplo curioso que demuestra esto es el hallazgo de semillas o huesos de frutas en niveles prehistóricos que, tras un análisis más detallado, resultan haber sido transportados allí por hormigas. Estos fenómenos pueden llevar a que se formulen falsas interpretaciones si los hallazgos no se analizan con rigor científico.

En otras ocasiones, la actividad moderna puede superponerse al registro arqueológico. Durante una excavación en un yacimiento del 2800 a.C., por ejemplo, podría aparecer una tubería de gas que atraviesa la estratigrafía antigua. Distinguir entre los elementos contemporáneos y aquellos de valor histórico es crucial para la interpretación correcta de cada hallazgo.

El registro y el análisis post-excavación

El trabajo no termina cuando se concluye la excavación. Todo lo recuperado debe ser analizado, catalogado y conservado en laboratorios especializados. El lavado, clasificación y análisis de materiales como cerámica, huesos, metales y restos orgánicos permite entender cómo vivieron las sociedades pasadas.

Cada hallazgo aporta una pieza al rompecabezas de la historia. El estudio de los sedimentos puede revelar detalles sobre el clima y las condiciones ambientales en la época del yacimiento. El análisis de los restos de fauna y flora encontrados permite conocer la dieta de los antiguos habitantes. Gracias a las técnicas modernas, incluso es posible extraer ADN de restos óseos y conocer aspectos genéticos de poblaciones antiguas.

Ánforas antiguas
Ánforas. Fuente: Pixabay

Conclusión: arqueología, ciencia y paciencia

La arqueología es una disciplina que exige rigor, paciencia y metodología. No se reduce a la actividad de la excavación, que tan solo representa una fase, sino un proceso científico complejo que involucra desde el trabajo de campo hasta el análisis de laboratorio. Aunque la imagen popular de los “de la brocha” siga presente, la realidad es que esta ciencia va mucho más allá de lo que se ve a simple vista.

En cada excavación, los arqueólogos reconstruyen fragmentos de la historia humana y se aseguran de que los vestigios recuperados del pasado puedan ser estudiados y comprendidos por las generaciones futuras. Y es que, aunque el tiempo haya cubierto con tierra los restos de antiguas civilizaciones, el trabajo de los arqueólogos permite que esos ecos del pasado sigan hablando en el presente.

Referencias

  • Barba Colmenero, Vicente y Alberto Fernández Ordóñez. 2021. Todo lo que hay que saber de arqueología. Una introducción a la ciencia del pasado. Madrid: Pinolia.

Cortesía de Muy Interesante



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