La antigua Roma fue una potencia política, militar y cultural sin parangón en la historia antigua de Occidente. Su legado histórico y arqueológico sigue siendo objeto de estudios y reflexión constance. Sin embargo, el de Roma también fue un mundo marcado en profundidad por el misterio, el ritual y la sacralidad. De entre todos sus secretos vinculados a lo divino, el más inquietante, quizás, se halle en el del verdadero nombre de la ciudad, un nomen arcanum custodiado con tanto celo que revelarlo en público se consideraba un acto sacrílego castigado con la muerte.
El tabú del nombre: una cuestión de poder divino
En el pensamiento religioso romano, los nombres no eran meras poseían un poder inherente, casi mágico, que vinculaba de forma directa a la entidad nombrada con quien lo pronunciaba. Esta concepción, común también en religiones del Próximo Oriente, aparece ya en un célebre mito egipcio donde Isis, para obtener el dominio sobre Ra, lo obliga a revelar su nombre secreto, un acto que lo priva de su esencia divina. De igual modo, el nombre oculto de Roma constituía la clave de su fuerza espiritual, y por ello debía permanecer inaccesible tanto a los enemigos como a los profanos.
Un dios sin nombre y una ciudad con doble identidad
Según relata Macrobio en sus Saturnalia (3,9), los romanos mantenían en secreto tanto el nombre latino auténtico de Roma como la identidad de su divinidad tutelar, el genius urbis. Este dios o diosa —cuya naturaleza era deliberadamente ambigua, como refleja la fórmula ritual sive deus sive dea, es decir, “ya sea un dios o una diosa”— protegía la ciudad de cualquier amenaza. Sin embargo, su nombre jamás debía revelarse.
Algo similar señala Servio al comentar la Eneida, quien añade un dato revelador. Los pontífices tenían prohibido llamar a los dioses por su nombre verdadero, pues ello permitiría a los enemigos someterlos mediante el rito de la evocatio.
La evocatio o cómo persuadir a los dioses enemigos
El rito de la evocatio consistía en invocar y atraer a las divinidades tutelares de una ciudad enemiga para que abandonaran su lugar de culto y se pasaran al bando romano. Este procedimiento religioso, que poseía un fuerte carácter estratégico y militar, requería recitar una fórmula solemne con la que se ofrecían templos y honores a los dioses extranjeros si traicionaban a su pueblo y aceptaban instalarse en Roma. Uno de los ejemplos más notorios de esta práctica lo ofrece la conquista de Cartago, donde los romanos suplicaron a los dioses protectores de la ciudad que la abandonaran antes de su destrucción definitiva.
Conocer el nombre de la divinidad protectora de Roma, por tanto, equivalía a poder aplicar el mismo procedimiento sobre ella. Tal vulnerabilidad, por tanto, resultaba intolerable. Por ello, la ciudad conservó en absoluto secreto el verdadero nombre de su dios tutelar y su propio nombre oculto, cuyo conocimiento se reservaba solo a los pontífices máximos.

Un crimen impensable: Valerio Sorano y la palabra prohibida
El respeto por este secreto era estrictamente obligatorio bajo pena de muerte. La implacabilidad de esta medida se muestra en el caso de Valerio Sorano. Según autores de la antigüedad como Plinio, Servio y Solino, este tribuno de la plebe y autor erudito del siglo I a. C. fue ejecutado —algunos dicen crucificado— por haber osado divulgar el nombre secreto de Roma.
Plinio afirma en su Naturalis Historia (3,65) que Valerius Soranus reveló el nombre secreto y fue castigado por ello, mientras que Servio precisa que, tras atreverse a pronunciarlo, se le capturó y ejecutó. Algunos, sin embargo, sugieren que huyó a Sicilia, donde se le habría eliminado. La severidad de la pena pone de relieve la dimensión sacral y política de este secreto, que protegía el fundamento mismo del poder imperial romano.
¿Cuál era el nombre secreto de Roma?
Pese al interés que ha despertado esta cuestión desde la antigüedad, el verdadero nombre secreto de Roma nunca se ha identificado con certeza. Las hipótesis modernas sugieren diversas posibilidades, como Valentia, Quirium, Palatium, Amor (anagrama de Roma) o incluso Flora, Pales o Ops Consivia, esta última vinculada al culto del silencio a través de la figura de la diosa Angerona.
Angerona, cuya estatua la mostraba llevándose el dedo a la boca cerrada en señal de silencio, constituye otro enigma de la religión romana. Su festividad se celebraba el 21 de diciembre y estaba asociada al silencio ritual. Tanto Plinio como Solino la vinculan directamente con el nombre oculto de la ciudad, como símbolo del deber de callar. Algunos autores han propuesto incluso que Angerona fue la propia divinidad tutelar secreta de Roma o, cuanto menos, la representación de la necesidad de mantener su identidad oculta.

Nombre y divinidad: ¿una misma cosa?
En el pensamiento romano, el nombre y el dios estaban íntimamente entrelazados hasta el punto de que, a menudo, resultaba imposible separarlos. Algunos autores antiguos llegaron a confundir el nombre secreto con el nombre del genius urbis. Sin embargo, Macrobio deja claro que incluso los más eruditos desconocían el nombre oculto de la ciudad. Esto sugiere que el secreto se mantuvo eficazmente guardado incluso en el seno de la elite religiosa.
¿Un gesto político disfrazado de crimen religioso?
Existen también interpretaciones que matizan el carácter sacrílego del acto de Valerio Sorano. Algunos estudiosos han argumentado que su ejecución pudo deberse a motivos políticos, relacionados con su simpatía por la causa de los aliados itálicos durante la Guerra Social. En esta lectura histórica, la divulgación del nombre secreto habría sido un gesto simbólico para “liberar” el poder de Roma y hacerlo accesible a todos los pueblos itálicos, quebrando así el monopolio religioso del imperio.
Esta interpretación parece verse reforzada por el hecho de que el episodio aparece retratado bajo una luz positiva en fuentes como Plinio. Desde esta perspectiva, el crimen de Sorano sería, más que una herejía, una forma de desvelar el arcanum imperii, es decir, el secreto que fundamentaba la autoridad exclusiva de Roma sobre el mundo.

Un legado de silencio
El nombre secreto de Roma en la antigüedad representaba el símbolo del vínculo sagrado entre religión y poder en el mundo antiguo, de la convicción de que los cimientos de una ciudad no son solo piedras o leyes, sino también ritos, nombres y silencios. Revelar el nombre secreto de Roma significaba romper el pacto con los dioses, debilitar su protección y abrir la ciudad a la catástrofe.
Y así, como concluye Servio, ni siquiera en los sacrificios públicos se pronunciaba el nombre verdadero de Roma. Quien lo hizo —Valerio Sorano— fue ejecutado, no por lo que dijo, sino por haber osado decir lo que debía permanecer oculto en el silencio.
Referencias
- Tommasi, Chiara O. 2014. “Il nome segreto di Roma tra antiquaria ed esoterismo. Una riconsiderazione delle fonti”. Studi Classici e Orientali, 60: 187-219. DOI: https://doi.org/10.12871/97888674149949
Cortesía de Muy Interesante
Dejanos un comentario: