Feminismo y medio ambiente

por Mariana Moguel Robles

Si hay un movimiento que ha subvertido el orden patriarcal, es el feminista. Desde sus orígenes, la lucha de las mujeres por el sufragio, la educación, el derecho a decidir, la igualdad laboral, la no violencia, la paridad, ha roto barreras y paradigmas sobre los que se ha sostenido un sistema basado que lo mismo genera exclusión y desigualdad de género, que explota la naturaleza sin importar las consecuencias. Bien dice la filósofa española Amelia Valcárcel que “el movimiento feminista es probablemente el más novedoso movimiento cultural que (se) haya conocido… Obliga a redefinir la historia de la cultura en primer término, el propio concepto de la cultura, las relaciones con la naturaleza…” De ahí, que a esa revolución silenciosa tan potente se añada un nuevo campo de acción que tiene que ver precisamente con el medio ambiente, es decir un ecofeminismo.

Tal vez, en nuestro país esto sea todavía muy incipiente, en gran medida porque la agenda verde la ha sostenido un partido político que reproduce prácticas patriarcales, que es cómplice de una manera autoritaria de ejercer el poder, y que muy lejos está de enarbolar las causas relacionadas con la sustentabilidad. Un partido que apoya un modelo basado en el consumo de energías fósiles, y que no cuestiona una política pública que agrede el medio ambiente. Por eso, no es de la mano de esos supuestos ambientalistas que el feminismo mexicano puede encarar una causa que tiene que ver con la sobrevivencia del planeta. En el marco de la COP 27, y haciendo eco de lo ahí planteado, vale la pena que el movimiento feminista asuma esta agenda desde su propia trinchera. Esta visión es indispensable si pensamos que los compromisos de los gobiernos y, en particular el nuestro, no permiten llegar a la meta de frenar el calentamiento global.

Nos toca entonces a las feministas asumir esta tarea.

En el mundo y, particularmente en Europa, han surgido los ecofeminismos. El planteamiento es sencillo: los platos rotos de la crisis climática los pagan especialmente las mujeres. Por ello, en el marco de la celebración de la COP 27 en Egipto, se organizó la jornada “Hacia una transición energética feminista”, con el objetivo de construir un modelo basado en la justicia, la participación y la soberanía energética. Las mujeres son las que más sufren los impactos de las políticas energéticas y las terribles consecuencias de la crisis climática. Quienes se benefician de la transición en este rubro son las grandes empresas, desaprovechando con ello el enorme potencial de la comunidad (en la que son clave las mujeres) para generar energía eléctrica limpia y cercana. El razonamiento tiene lógica. El mismo sistema patriarcal que ha sometido y violentado a las mujeres, ha creado las bases para la destrucción de la naturaleza. Así, la contaminación del agua, la destrucción de los bosques, el trato que se le da a los animales, la abundancia de productos tóxicos, entre otros aspectos, son asuntos profundamente feministas. Entonces no sólo basta con luchar por políticas de igualdad o por la paridad (que nos demuestra sus límites cuando vemos el desempeño de muchas mujeres en el ámbito legislativo y de gobierno que nos conduce directamente a la frase de que “cuerpo de mujer no garantiza perspectiva de género). Es necesario ir más allá y vincularse a temas como la economía del cuidado y la relación armónica con la naturaleza. Desde luego que no hay que llevar al extremo este pensamiento, sobre todo vigilando en no caer en una falsa dicotomía y asumiendo una supremacía femenina en cuanto a la naturaleza se refiere. Pero sí el de asumir que una tarea fundamental de nosotras, las mujeres, es cuidar esta enorme casa en la que habitamos todos y todas: nuestro planeta.



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